domingo, 3 de marzo de 2019

Biblia, trabajo y capitalismo




Es muy significativo que San Pablo en su carta primera a los Tesalonicenses 4:9-12 relacione el trabajo manual o el esfuerzo profesional con carácter económico, con el amor fraternal. La situación de entonces, en la comunidad cristiana de Tesalónica, no era como la nuestra en pleno siglo XXI. El trabajo estaba subordinado a la venida inminente del Señor y muchos cristianos, enfervorecidos e ingenuos, vivían ociosos a la caza de novedades e impresiones emotivas. No trabajaban ni siquiera para comer.

ORBAYU AUTOR Manuel de León 22 DE NOVIEMBRE DE 2005



Por eso dice Pablo que “el que no trabaje que no coma” y como ejemplo les dice a los de Éfeso que él, de ningún modo ha codiciado plata, oro o vestidos, sino que como había dicho el Señor: “más felicidad hay en dar que en recibir”. En el fondo, la cuestión del trabajo visto por Pablo, es que no puede haber parásitos en el plano social comunitario pues el trabajo aporta beneficios para todos. La llamada “utopía cristiana”, que más bien es una “idea fuerza” que impulsa nuevos modos de vida basados en el amor fraternal y solidaridad cristiana, es lo que el comunismo trató de imitar pero que no logró. El socialismo científico no era tan científico en la práctica, y la distribución de los beneficios del trabajo quedó en manos de unos pocos.
 La Reforma protestante y evangélica dio al trabajo un sentido más sagrado en cuanto la voluntad de Dios era que el hombre ganase el pan con el sudor de su frente. El puritanismo llegó a tener comunidades no solo de fraternidad sino también de bienes que funcionaron muy bien durante muchos años y creó un espíritu de solidaridad digno de imitar. Lo que Weber llamaría “espíritu del capitalismo” no nace porque estas comunidades fuesen insolidarias y se dedicasen a acumular capital, sino porque la acumulación de bienes que ese espíritu austero y trabajador produce, no tiene una visión más allá de la comunidad. Las comunidades puritanas suelen ser cerradas, que se conforman con lo que Dios les da, sea mucho o poco. Pero, cuando es mucho el producto de su trabajo, la acumulación de bienes se convierte en poder en vez de solidaridad con otros necesitados.
 En la edad media se mantuvo un desprecio por el trabajo, que se adjudicaba a clases bajas y era visto como castigo o penitencia. El siglo XIX tanto en Europa Occidental como en Estados Unidos se forma una moral laboral, herencia luterana y calvinista sin duda, que considera al trabajo como fuente de todo valor y posteriormente, la visión de la sociedad y del hombre será la de un gran mercado. La postmodernidad ha seguido apoyando el triunfo del capitalismo y ha creado un tipo de hombre enjaulado que solo vive para trabajar y trabaja porque tiene que consumir. Se le pide al trabajador una ética del trabajo, mientras poco a poco se le va sustituyendo por máquinas y procesos de automatización, perdiendo valor el trabajo frente al capital. Es decir, la riqueza social ya no de pende del trabajo sino de lo que algunos han llamado “economía de casino” generada por la especulación del dinero.
 Mientras las grandes multinacionales explotan la mano de obra barata del tercer mundo y se enriquecen, más de la mitad de la tierra perece de hambre y miseria. Miseria que será un arma de poder para el control social y del trabajo. Es en este mundo explotado y subyugado, y al que le venden la globalización como sinónimo de progreso, trabajo y modernidad, con el que hay que solidarizarse y enseñar el espíritu de la comunidad cristiana. Se ha dicho que la sociedad industrial tenía como paradigma el trabajo. Pero ante esta pérdida de valor del trabajo frente al capital y valores financieros, así como ante las máquinas, el hombre posmoderno está abocado a que el paradigma, además del trabajo, sea el hombre completo, no separado de otros mundos como la religión, la familia, el tiempo libre o el estudio y siempre desde una concepción planetaria. Y sobre todo la comunidad cristiana debería dar respuesta a la continua perversión del dinero, a la visión de una sociedad fundada en el egoísmo radical, cuando la esencia del cristianismo debería ser el amor en una comunidad de corazones y de bienes, donde el sentido social estuviese apoyado en la justicia.
 En el plano del trabajo y la justicia social, el creyente no puede conformarse con reservar los valores cristianos a la esfera de la familia o en el plano estrictamente privado. La doble moral, una “para andar por casa” y otra para “vivir en el mundo” que desarrolló el teólogo americano Reinhold Niebuhr no deja de ser un pecado de la comunidad cristiana que no podrá tranquilizar la conciencia si disculpa el poder del dinero, el lucro y todo el mundo económico insolidario.

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