Los primeros en pasar el mensaje de Jesús.
Por Manuel de León
A modo de contrapunto
Y La Biblia tenía razón de Werner Keller
comienza con parecidas palabras, este relato vibrante:
A mediados del siglo XIX, en Egipto, Mesopotamia y
Palestina empezaron excavaciones y trabajos de exploración, movidos por la
idea, repentinamente surgida, de buscar en aquella parte del mundo una visión
científicamente fundamentada en la historia universal. Hasta entonces, la única
fuente para la historia del Asia Menor en los 550 años antes de J.C. había sido
la Biblia. Sólo ella contenía noticias sobre las épocas sumidas en las
tinieblas del pasado. La Biblia
menciona nombres y pueblos, de los cuales ni griegos ni romanos guardan
información alguna.
Verdaderas legiones de sabios fueron
atraídas, a los parajes del antiguo Oriente. Llenos de asombro, los hombres del
"siglo de las luces” escucharon el relato de sus hallazgos y portentosos
descubrimientos. La ciencia abría aquí, por primera vez, la puerta al
misterioso mundo de la Biblia.
El cónsul de Francia en Mosul, Pablo
Emilio Botta, entusiasta arqueólogo, en 1843 empezó sus excavaciones en Corsabad,
junto al Tigris, y de las ruinas de una metrópoli cuatro veces milenaria hizo
surgir a la luz, en todo su esplendor, el primer testimonio de la Biblia:
Sargón, el legendario soberano de Asiria,
Dos años más tarde, un joven
explorador, A. H. Layard, puso al descubierto la ciudad de Nemrod (Kalchu),
designada en la Biblia
con el nombre de Kélaj (Gén. 10:11) y que hoy lleva el nombre del bíblico
Nemrod, el vigoroso cazador ante Yahvé. (Gén. 10:10-11).
Poco tiempo
después, se descubrió a 11 kilómetros de Corsabad a Nínive, la capital de
Asiria y la famosa biblioteca del rey Assurbanipal. Era la Nínive de la Biblia , cuya maldad los
profetas condenan repetidamente (Jonás 1:2).
En
Palestina, el erudito americano Eduardo Robinson se dedicó a la reconstrucción
de la antigua topografía (1838-1852).
El alemán
Ricardo Lepsius, más tarde director del Museo Egipcio de Berlín, registró, en
una expedición que duró de 1842
a 1846, los monumentos del Nilo. ¡Los documentos
antiguos empezaban a hablar!
Sin embargo, hermanos, no se emocionen demasiado con estos
descubrimientos. La nueva arqueología revisionista dice que todo es falso.
(Léase “La Biblia desenterrada”entre otros muchos libros). Sostienen que
los siglos de estudio e investigación nos han engañado. Como le ocurrió a los
apologistas cristianos del siglo II y III, sometidos siempre a persecución por
parte del Estado, hoy también nosotros estamos obligados ante la ciencia a manifestar
qué clase de crimen es ser cristiano. Es
evidente, como afirma el Dr. José Manuel González Campa, nuestro próximo
conferenciante, que “tanto la Ciencia, como la Biblia se han excomulgado
mutuamente, pretendiendo tener cada una el monopolio de la Verdad. Sin embargo,
– dice el doctor González Campa en su libro “Ciencia y Religión” - “Para un
científico serio la verdad absoluta no existe y para un cristiano
concientizado la verdad como absoluto solo la tiene y la contiene Dios.”
Una breve Introducción.
Esta Conferencia de hoy puede resultar escabrosa y nada
habitual, pero también puede provocar en nosotros el deseo de los de Berea:
Hechos 17:11 “Estos eran más nobles que los de
Tesalónica, pues recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando diariamente
las Escrituras, para ver si estas cosas eran así.”
Pero antes permitidme comenzar haciendo una confesión
personal que nos puede introducir en el tema. Yo soy uno de tantos que
comenzaron estudiando la Biblia con los comentarios o notas de Scófield. Con
ella podía seguir el pensamiento de una determinada teología, sincronizaba los
versículos y podía ver todos los planes de Dios en esquemas que hasta fechaban
los acontecimientos escatológicos. Con el paso del tiempo he ido encontrando
otros textos bíblicos que no estaban estudiados en la Biblia de Scofield y por
tanto he ido cambiando mi pensamiento a otras posturas.
También tuve el
privilegio, en mis primeras lecturas como evangélico, de recorrer las páginas
de aquellos dos tomos de “Concilios” de José Grau, sobre el origen del
catolicismo romano. La historia no era como me la habían contado. “Concilios”
era una historia de la iglesia católica romana llena de pasiones, de problemas,
de herejías donde triunfaba la carne sobre el Espíritu. Citando a F.F. Bruce,
decía José Grau, que muchas veces la institución eclesiástica romana “ha
llamado mentira a la verdad y al error, dogma de fe”. La apologética católica intenta
hacernos ver, como un espejismo de perspectiva histórica, que la Iglesia romana
ha sido, y sigue siendo siempre la misma desde el primer siglo hasta nuestros
días. Pero esta ilusión, esta errónea perspectiva histórica de lo que ha sido
la vida de la Iglesia en general, y de la iglesia de Roma en particular, no
resiste la más ligera investigación científica o histórica. Como demuestra José
Grau, Roma, ha cambiado constantemente su visión de la iglesia terrenal y las
doctrinas y prácticas papales (bastante tardías, por cierto) fueron ignoradas
completamente durante muchos siglos del cristianismo antiguo.
En ese mi primer
despertar a la exégesis biblica y a la historia, también estudié el gran
comentario sobre Los Hechos de los Apóstoles de Ernesto Trenchard. En
aquellas fechas de los años 60 “Literatura bíblica” no tenía más de 30 libros
de estudio publicados y este era uno de los pocos que teníamos en nuestras
bibliotecas y de no muchos más títulos disponían las librerías. Por primera vez
seguía un análisis donde analizaban los incipientes pasos de quienes eran “Los
primeros en pasar el mensaje de Jesús” que es el tema de esta Conferencia.
Resumiré brevemente el tema central de los “Hechos apostólicos” para luego
tocar algunas problemáticas actuales generadas por un cientifismo endiosado que
llega a decir: “El conflicto entre la fe y la ciencia ha llegado al punto
más sensible: al descubrimiento «científico» de que los supuestos hechos
históricos que fundamentaban nuestra religión, no son realmente históricos,
sino creación nuestra.” Este tipo de frases las podemos encontrar
fácilmente en algunas revistas de fácil acceso en nuestros medios. De un
plumazo se cargan todas las investigaciones arqueológicas, filológicas, exegéticas,
teológicas, filosóficas etc., y dejan a la “ciencia” como una religión de
dogmas irrefutables y de verdades incuestionables. En el XIX el ser humano dejó
de ser considerado científicamente como el rey de la creación y quedó reducido
a un mero accidente cósmico: sin Creador y sin propósito, sin alma, sin Dios y
sin esperanza. Sin embargo, en este siglo XXI el hombre ya se cree Dios.
Aunque reconozcamos que el avance científico es deslumbrante
en estos últimos tiempos, en cada paso adelante, la ciencia descubre la finitud
humana, la fragilidad de sus conquistas, la nimiedad de conocimiento que puede
acumular, la impotencia ante la vastedad del universo creado. Cuando en el
siglo XIX se creía poder predecir el futuro tras ajustar algunos decimales a la
Física, - se decía -, esas décimas dieron lugar a las dos grandes revoluciones
de la física del s. XX: la Mecánica Cuántica y la Teoría de la Relatividad, a
manos de Max Planck y Albert Einstein respectivamente. Sin embargo, no dejo de
preguntarme ¿Acaso nuestra fe se fundamenta sobre lo que se ve o sobre lo
que no se ve? ¿Acaso la ciencia, cambiante y limitada, puede ser la razón de
nuestra esperanza?
Los hechos de los Apóstoles
Los orígenes
de la Iglesia donde vemos que los primeros seguidores de Jesús continúan su
misión, se describen en Hechos de los Apóstoles. Mientras que los Evangelios
narran el sentido de la vida, muerte y resurrección de Jesús, Hechos retoma el
relato desde la resurrección y la ascensión de Jesús y traza el desarrollo de
la misión de la iglesia primitiva. Las escuelas interpretativas de la
denominada «Alta crítica» han intentado desde finales del siglo XIX explicar
estos datos como relatos cargados de simbolismo. Sin embargo, aquellos que
decidieron unirse al grupo de los seguidores de Jesús no lo hicieron por la
riqueza simbólica o simbolista de su predicación, sino porque estaban
convencidos de que el crucificado se había levantado de entre los muertos
(Hechos 2, 14 y sigs.). La afirmación de que Jesús había resucitado no
significaba otra cosa que el hecho de que había sido ejecutado en la cruz, pero
había regresado de la muerte. Nada de simbolismo.
En términos
históricos resulta difícil discutir, como hacen los teólogos contemporáneos,
que sin la fe convencida en que «a este Jesús lo
resucitó Dios de lo cual todos nosotros somos testigos» (Hechos 1, 32)
el cristianismo se hubiera visto abortado antes de nacer. Por el contrario, su
expansión geográfica en apenas unos años resultó en verdad espectacular. A
pesar de la oposición inicial de las autoridades judías y los resortes del poder,
sobre el año 32-33 d. C. tenemos noticia de la aceptación en el seno de la
nueva fe de prosélitos de Samaria (¡el pueblo archienemigo de Israel!) (Hechos
8,5 y sigs.) y de Etiopía (Hechos 8, 26 y sigs.), así como de la expansión en
zonas gentiles como Damasco (Hechos 8, 10), Lida o Sarón (Hechos 9, 35).
Este relato
histórico se orienta hacia la agenda de la gran comisión puesta en boca de
Jesús al comienzo del libro de los Hechos, en la cual dice: «seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría
y hasta el confín de la tierra». Hechos 1:8
El racionalista Renan (en su libro San Pablo,
cap. 1) admirablemente describe a los Hechos de los Apóstoles como "un
libro de alegría, de sereno ardor, dado que en los poemas homéricos no se ha
visto ningún libro lleno de sensaciones tan frescas. Una brisa matutina, un
olor a mar, si me atrevo a expresarlo, inspirador de algo alegre y fuerte, que
penetra en todo el libro y lo convierte en un excelente compañero de viaje, el
exquisito libro para quien busca restos antiguos en los mares del sur”.
Nosotros en Hechos vemos algo más que encanto y poesía. Hechos es la historia
más coherente de la Iglesia primitiva, de los primeros en pasar el mensaje
de Jesús tanto en el espíritu como en las palabras que inspiran las
ardorosas predicaciones de apóstoles y evangelistas.
Según comenta
el profesor Luis Fernando Garcia-Viana, esta obra de los Hechos de los
Apóstoles “no pretende contarnos la historia de todos los apóstoles”. Algunos
han titulado a Hechos “Hechos de dos apóstoles”. Los nombres de los Doce
son cuidadosamente recordados al comienzo del libro de los Hechos y hay un gran
interés en remplazar a Judas mediante la elección de Matías, para tener el
número doce completo. Sin embargo, no sabemos casi nada de la actividad de ellos.
Los únicos apóstoles de los que se nos cuentan hechos, son fundamentalmente de Pedro
y Pablo. Juan aparece como un personaje secundario que solo es mencionado en
los primeros capítulos. Pedro también desaparece de escena a partir del
cap. 12, con una breve aparición en el cap. 15. Pablo, que no es uno de
los doce, será la figura dominante a partir del cap. 13 hasta el final. Sin
embargo, la narración termina con Pablo en prisión en Roma y nada se nos dice
de su suerte posterior. Sin olvidar que muchos de los personajes de este libro,
como Esteban, Felipe, Bernabé, Silas, Timoteo, etc., no tienen nada que ver con
los Doce.”
La Palabra
de Dios que se
extiende con rapidez, adquiere así el papel de auténtica protagonista del libro
de los Hechos. Realmente, todo el relato está jalonado
de referencias al crecimiento y expansión de la Palabra:
«la Palabra
de Dios iba creciendo» (Hechos 6,7), «la Palabra de Dios crecía y se
multiplicaba» (Hechos 12,24), «la
Palabra del Señor crecía y se robustecía» (19,20). Son
textos que aparecen al principio, al medio o al final del Libro de los Hechos.
Este
crecimiento de la Palabra está muy unido a un avance geográfico que llega a los
confines del mundo; el Finisterrae español. Desde Jerusalén hasta Roma, pasando por Samaría, Siria, Asia Menor y Grecia,
el Evangelio atraviesa diversas
fronteras étnicas y culturales hasta dejar de ser un mensaje exclusivo para los
judíos. Las congregaciones cristianas se podían idealizar en el texto de
Hechos 2:42“Y
perseveraban en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en el
partimiento del pan y en las oraciones.”
Sin embargo,
la segunda generación cristiana, probablemente la del autor de Hechos, el
evangelista Lucas, sobresale por la esperanza de la Segunda Venida del Señor,
su Parusía en un futuro. Para el evangelista Marcos los contemporáneos de Jesús
verían a Jesús viniendo en las nubes y para Mateo, el Hijo del Hombre vendría
antes de que los Doce terminasen su predicación en Judea. Lucas, sin embargo,
se da cuenta que esto no ocurre y se debilita la idea de una Parusía inmediata.
La llegada de Cristo en las nubes se desplaza hacia la lejanía para dejar
espacio al tiempo de la predicación y el testimonio. Es el tiempo de la
salvación que se lleva a cabo en la historia a través de Jesús el Salvador y
que Dios sigue realizando por medio de la iglesia. En pocas palabras, Lucas
escribió una historia de la salvación con la que él puso al día la historia
bíblica.
También nos
damos cuenta, en Hechos, que la presencia del Espíritu está muy
vinculada a la proclamación del Evangelio y a la gran comisión. Ya no son los
grandes líderes de la historia bíblica los elegidos y los llenos del Espíritu,
sino todos los creyentes, miembros de la comunidad a quienes el don del
Espíritu llega en su plenitud. En los momentos decisivos, en los que el anuncio
del Evangelio avanza significativamente, Lucas subraya el protagonismo del
Espíritu para dejar claro que es Él quien rompe las barreras que los hombres oponen
a ese avance, quien elige a quienes han de dar testimonio de la resurrección de
Jesús, quien los envía y acompaña; y también quien señala los caminos de la
misión y proclamación del Evangelio.
A grandes rasgos, esto sería lo exegéticamente correcto
manifestar sobre los primeros en pasar el mensaje de Jesús, esto es, lo
transmitido por los Apóstoles y discípulos de Jesús. Hechos de los
Apóstoles es un texto canónico, en clave positiva, que elimina los duros
conflictos que se produjeron entre diferentes personajes o tendencias del
cristianismo primitivo y que conocemos por las cartas de Pablo. Desconoce el
enfrentamiento entre Pedro y Pablo en Antioquía o si lo conocía lo borró. También
excluye los enfrentamientos que tuvo Pablo con la comunidad de Corinto… En los
Hechos se nos ofrece una imagen triunfal. «Sabed,
pues, que esta salvación de Dios ha sido enviada a los gentiles, ellos sí que
lo oirán» Hechos 28:8 Para el profesor García-Viana: “En Lucas y en
los Hechos se orienta hacia el crecimiento y mejora, pero no prepara para
derrotas y pérdidas irrecuperables, dejando perplejos a los cristianos cuando
vean que sus instituciones comienzan a cerrarse, y que sus iglesias son
abandonadas por escasez de miembros. Difícilmente la eclesiología triunfal y
positiva de Lucas pueda dar aliento en ese momento, aunque, al darnos las
claves de lo que es la auténtica Iglesia, puede servir para un avivamiento de
la Iglesia y hacerla entrar de nuevo por el sendero o el camino del Evangelio.”
Aunque Hechos muestre una imagen triunfal y positiva, no
deja de mostrar algunas amenazas de creencias inadecuadas al mensaje de
salvación. Así fue necesario el Concilio de Jerusalén (Hechos 15) sobre la
circuncisión de los gentiles creyentes. El desconocimiento del Espíritu Santo
en el caso de los discípulos de Éfeso (Hechos 19:1-7) En este contexto de Éfeso
(Hechos 18:26) se encuentra Apolos, varón elocuente, reprendido por Priscila y
Aquila. Pablo al despedirse en Mileto habla de lobos rapaces y en
“Hechos 20:30 “Y de vosotros mismos se levantarán
hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras sí a los discípulos”.
En Hechos 5:11 nos dice que vino gran temor sobre toda la iglesia, y sobre
todos los que oyeron estas cosas de Ananías y Safira en lo tocante al dinero de
una heredad. También las persecuciones y los martirios aparecen en Hechos
aunque no son presentados como nota negativa sino que los creyentes aparecen “gozosos
de haber sido tenidos por dignos de padecer afrenta por causa del Nombre”.
La “Historia eclesiástica” de Eusebio de Cesarea, escrita en
tono victorioso, apologético y posicionado hacia la ortodoxia imperante, expresa
algo parecido a Hechos: “Cómo
la palabra de Cristo recorrió todos los rincones del mundo en breve tiempo. Dice-
III 1. “De este modo la palabra
salvadora iluminó de una vez toda la tierra, a manera de un rayo de sol, por un
poder y un socorro del cielo. En ese mismo instante, de acuerdo con las Divinas
Escrituras: «Por toda la tierra ha salido la voz» de sus evangelistas
inspirados y apóstoles, «y hasta los fines de la tierra sus palabras»”.
Escrita en el siglo IV comienza así esta “Historia
eclesiástica”: “ Me he propuesto redactar las sucesiones de los santos
apóstoles desde nuestro Salvador hasta nuestros días; cuántos y cuán grandes
fueron los acontecimientos que tuvieron lugar según la historia de la Iglesia y
quiénes fueron distinguidos en su gobierno y dirección en las comunidades más
notables, incluyendo también aquellos que, en cada generación, fueron
embajadores de la Palabra de Dios, ya sea por medio de la escritura o sin ella,
y los que, impulsados por el deseo de innovación hasta el error, se han
anunciado promotores del falsamente llamado conocimiento, devorando así el rebaño
de Cristo como lobos rapaces.”
¿Enseñaron Jesús y sus discípulos una ortodoxia que fue
transmitida hasta las iglesias de los siglos II y III? ¿Proporcionan los Hechos
de los Apóstoles un relato fidedigno de los conflictos internos de las primeras
iglesias cristianas? Y, otra pregunta más, ¿ofrece Eusebio un bosquejo digno de
confianza de las acaloradas disputas de las comunidades cristianas
postapostólicas? La respuesta a estas tres preguntas es compleja. Podemos decir
que el mundo académico ya no duda de que el cristianismo primitivo era diverso,
incluso desde la época neotestamentaria. Cuando el Nuevo Testamento fue
finalmente reunido, se incluyó en él, el libro de los Hechos de los Apóstoles,
un relato de las actividades de sus discípulos después de la muerte de Jesús.
Pero, había también otros libros de Hechos escritos en los primeros años de la
Iglesia: los Hechos de Pedro y de Juan, los Hechos de Pablo, los Hechos de Tecla,
una importante seguidora y compañera de viaje de Pablo. Sin embargo, creemos
que la visión general del Nuevo Testamento que nos ha llegado es fidedigna. Las
mismas exaltaciones a favor de la ortodoxia o los ataques a la herejía por
parte de Eusebio en su Historia eclesiástica no solo nos
proporcionan una versión fehaciente de los tres primeros siglos de nuestra era,
sino que dan veracidad y autoridad al libro de los Hechos.
Sin embargo, para los seguidores de Baur el fundador de la
conocida Escuela de Tubinga, y de Bauer, en su libro “Ortodoxia y herejía en
la cristiandad más temprana”, el historiador Eusebio presentaba una Iglesia
triunfal y original, unida y única. Según la tesis de Bauer no existía tal
iglesia “única y unida”, sino distintos grupos de creencias y tradiciones
locales, que ante tal disensión doctrinal cristiana la llevó, en un
proceso paulatino, a la formación de un cuerpo doctrinal "ortodoxo. Las
disensiones interpretativas darían lugar a los primeros concilios y primeros
credos para fijar doctrina, manteniendo que
la ortodoxia es un cuerpo de creencias original y la herejía una desviación de
ello. Con la publicación del libro de Bauer, muchos
estudiosos empezaron a interpretar los orígenes del cristianismo como un
conjunto de numerosos grupos heterodoxos, de los cuales al final sólo uno, el que
ya el teólogo Orígenes (s. III d.C.) llamó "la Gran Iglesia", resultó
triunfante, terminando por imponerse su ortodoxia como la verdadera y única
heredera y receptora del mensaje de Jesús y sus apóstoles. En este sentido
otros autores como Antonio Piñero, en Cristianismos derrotados (2007),
utiliza los conceptos de vencedores y vencidos para el binomio
ortodoxia-herejía.
La crisis de la religión
La crítica al contenido, a la autoridad y el valor de los
Hechos, en los tiempos actuales, nos traslada a lo que algunos llaman “la
crisis de las religiones”. O en palabras del teólogo, profesor y pastor W.C.
Van Unnik, Lucas y Hechos son “el centro de la tormenta en la erudición
contemporánea”. Sin embargo, la ferocidad del ataque se extiende a toda la
Biblia. Nos referimos a aquella situación de perplejidad que expresamos con el
dicho de que «cuando ya teníamos las respuestas...nos cambiaron las preguntas».
Mas concretamente, al ver el abandono del cristianismo en algunas regiones o
países, estos consideran la única salida “racional y científica” -dicen-, la mutación genética religiosa y espiritual
como si de evolucionismo se tratase. Lo que nos dicen estos agoreros en concreto,
es que el cristianismo no tiene salida. El cristianismo actual, como el Titanic,
después del golpe con el iceberg, (el golpe es la nueva critica o nuevos
paradigmas) ya está sentenciado, y se va a hundir; pueden ser «dos horas y
media», o tal vez varios siglos, pero ya está herido de muerte y sin capacidad
de reforma. Lo que necesita el cristianismo no son «reformas», - dicen - sino
rupturas; o sea, no «propuestas nuevas desde los presupuestos de siempre», sino
«propuestas nuevas, pero desde presupuestos también nuevos».
Más sutilmente nos
suele decir esta “crítica”, que nadie puede negar y así nos lo expresan los
historiadores, es que, durante los primeros tres siglos cristianos, las
prácticas y creencias entre quienes se llamaban a sí mismos cristianos eran tan
variadas que las diferencias entre los cristianos de hoy no parecen ser mayores.
Los seguidores de Jesús, en estos siglos primeros, habían adoptado diferentes
creencias teológicas con arreglo a la tradición oral de cada región, puesto que
el Nuevo Testamento no estaba escrito ni consensuado y aprobado. Sin embargo,
no hemos de pensar que no había escritos. Solo para tener una referencia, el
descubrimiento de la Biblioteca de Nag Hammadi en 1945 supondría, desde la
perspectiva de la Historia del Cristianismo Primitivo, una revisión profunda
del modo de valorizar el cristianismo de los primeros siglos. La gnosis supuso uno de los fenómenos
ideológicos que dominaron el pensamiento no sólo religioso, sino filosófico de
la cuenca del Mediterráneo durante los siglos I al IV de nuestra era.
Decimos pues que el ataque al cristianismo es frontal, excluyendo
y despreciando los infinitos análisis teológicos, exegéticos o históricos de
los siglos pasados. Como si la naturaleza del ser humano hubiese cambiado en
estos siglos y sus necesidades espirituales y existenciales fueran otras,
confundiendo conocimiento científico con sabiduría. Un ejemplo es la embestida
a la misma Reforma protestante, que quedaría tocada en sus pilares, por este
ataque frontal de los nuevos paradigmas. Sobre la “Sola Scriptura” de la
Reforma, en una “sociedad del conocimiento” -dicen- que no acepta creencias
míticas, ni autoridad de la tradición, ni la división entre este mundo y el
otro, tal vez sea mejor saltar por encima de los dualismos y dejar de hablar
de “revelación”. Sobre la “Sola fides” - nos dicen- que en una
sociedad avanzada que ya no cree que Dios sea un Señor, ahí arriba, ahí fuera,
que se esconde, y que impone la condición de creer en él, en esta sociedad que
piensa que ya no se trata de «creer», no parece necesario someterse y ofrecer
el sacrificio razonable de la fe. Queridos hermanos, se inquietarían aún más,
si oyésemos sus críticas al “Solus Christus” y “Sola Gratia”. (Todas estas
frases -insisto- se leen en
alguna revista que tenemos a nuestro alcance)
Hechos de los Apóstoles no nos dejará ver todo lo que
realmente sucedió porque ha nacido con un propósito teológico e histórico, donde
la naciente iglesia primitiva se
muestra audaz y eficaz, con el poder de cambiar vidas y trastornar al mundo. Es indudable que las más de las veces,
los portadores de las primicias del Evangelio no solo fueron Apóstoles y
discípulos de Jesús sino también hombres humildes y desconocidos —funcionarios,
comerciantes, soldados, esclavos -.Decimos desconocidos como los citados en
Hechos 13:1 HABÍA entonces en la iglesia que estaba en Antioquía, profetas y
maestros: y cita a, Simón el que se llamaba Niger, Lucio de Cirene, Manaén el
que se había criado junto con Herodes el tetrarca”. Con algunas salvedades,
es lícito afirmar que la penetración cristiana fue durante estos siglos un
fenómeno que afectó a las poblaciones urbanas mucho más que a las rurales. Dice
la Carta a Diogneto Siglo II-III,: “Los cristianos no se diferencian ni por el
país donde habitan, ni por la lengua que hablan, ni por el modo de
vestir. No se aíslan en sus ciudades, ni emplean lenguajes
particulares: la misma vida que llevan no tiene nada de extraño. Su doctrina no
nace de disquisiciones de intelectuales ni tampoco siguen, como hacen tantos,
un sistema filosófico, fruto del pensamiento humano. Viven en ciudades griegas
o extranjeras, según los casos, y se adaptan a las tradiciones locales lo mismo
en el vestir que en el comer, y dan testimonio en las cosas de cada día de una
forma de vivir que, según el parecer de todos, tiene algo de extraordinario”.
En el cristianismo primitivo las prácticas y creencias entre
quienes se llamaban a sí mismos cristianos, según nos lo muestran los Hechos,
no parecen ser tan variadas ni ajenas a los principios del Reino de los cielos.
Sin embargo para Bart Ehrman que sostiene las tesis de Walter Bauer: “La
mayoría de esas antiguas formas de cristianismo son hoy desconocidas debido a
que, en su momento, terminaron siendo reformadas o erradicadas. Como
consecuencia de ello, los textos sagrados que algunos de los antiguos
cristianos emplearon para apoyar sus creencias religiosas fueron prohibidos,
destruidos u olvidados; de una forma u otra, perdidos. Sin embargo, como acertadamente
dice el Dr. González Campa en varios de sus escritos, los cristianismos
son muchos, pero “la iglesia es UNA por muchas ramificaciones en las
que se haya diversificado”.
Un gran libro “El fundamento apostólico” de José Grau
en su segunda edición, en la que incorpora autores como Cullmann
o Ridderbos, Ramm, Stonehouse o Bruce, afirma: “En un punto, todas las
Iglesias concuerdan, pese a las diferencias que en otras cuestiones puedan
separarlas: la revelación no es producto del ingenio humano o del esfuerzo
filosófico, sino el resultado de la libre y soberana iniciativa de Dios que ha
querido darse a conocer a los hombres. Ya a mediados del siglo II, en el
llamado “Fragmento de Muratori”, se lee: “Y así, aunque parezca que se enseñan
cosas distintas en los distintos Evangelios, no es diferente la fe de los
fieles, ya que por el mismo principal Espíritu ha sido inspirado lo que en
todos se contiene sobre el nacimiento, pasión y resurrección (de Cristo)...
Si anteriormente decíamos que Hechos es un libro original
pero optimista, algunos sembradores de la crisis epocal de la religión insisten
en que tal crisis podría ser «la mayor tragedia que haya sufrido nuestra
especie a lo largo de toda su historia». Esta catastrófica visión se refiere al
nuevo modelo arqueológico bíblico que parece trastocar aquel enfoque del libro
de Werner Keller de “La Biblia tenía razón”, (1950)” que citábamos al
principio. El libro “La Biblia desenterrada” citada, o “La invención
de Dios” Thomas RÖMER parten de una idea fuerza sobre la que se
construye que el hombre prehistórico creó sus propias creencias religiosas y su
propia historia. Dice: “La epopeya histórica contenida en la Biblia —desde
el encuentro de Abraham con Dios y su marcha a Canaán hasta la liberación de la
esclavitud de los hijos de Israel por Moisés y el auge y la caída de los reinos
de Israel y Judá— no fue una revelación milagrosa, sino un magnífico producto
de la imaginación humana”. Se tergiversa la historia y se desvaloriza el
trabajo arqueológico anterior calificándolo de poco científico. Se dice que “las
excavaciones arqueológicas tradicionales se hacían «con la piqueta en una mano
y la Biblia en la otra»: la Biblia guiaba el trabajo arqueológico, que se ponía
al servicio de la demostración de la verdad de la Biblia. Se trataba de
encontrar el rastro de la presencia de los patriarcas por las montañas de
Israel, los vestigios del diluvio, el rastro del éxodo de los israelitas
saliendo de Egipto y su peregrinación por el desierto. Hoy se prefiere hablar
de arqueología de Palestina, o arqueología siro-palestina, porque ya no se
acepta en rigor el concepto mismo de «ciencia arqueológico-bíblica. Ciertamente
para algunos la búsqueda de la verdad no tiene que oler a Biblia, aunque sea
científica y autónoma esa búsqueda.
Conclusión
Los primeros en pasar el mensaje de Jesús fueron los
discípulos de Jesús, guiados por el Espíritu de la promesa. En Lucas 24: 47-49
dice, “Y que se predicase en su nombre el
arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde
Jerusalén. Y vosotros sois testigos de estas cosas. He aquí, yo enviaré la
promesa de mi Padre sobre vosotros; pero quedaos vosotros en la ciudad de
Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto”.
Como dice David
Burt – “El Nuevo Testamento no puede ser fácilmente «explicado» como un libro
de leyendas inventadas por hombres crédulos y engañados, ni como la fabricación
tardía de una iglesia decadente. Todo apunta hacia la idea de que sus libros
fueron redactados en fechas próximas a los hechos, por los apóstoles o por sus
compañeros cercanos, y que el espíritu que informa su narración es el de la
veracidad testimonial de los testigos oculares.
Esto NO nos obliga a creer. La fe es siempre algo
voluntario y no se presta a la coacción. Pero al menos este cuerpo de
evidencias debe hacernos volver al Nuevo Testamento con renovado interés y con
la disposición de aceptarlo como lo que pretende ser: el testimonio fidedigno de
testigos oculares a los hechos y dichos verídicos del Jesús histórico. La fe
cristiana no es un suicidio intelectual. Satisface al ser humano en todos
los niveles. Le proporciona evidencias adecuadas para contestar a sus
interrogantes intelectuales legítimos. Se dirige igualmente a su mente y a su
sentido ético, denuncia su culpabilidad, destapa su mala conciencia y le señala
el camino del perdón y de la justicia. Le da también una visión coherente de la
vida, satisfaciendo sus anhelos de eternidad y dándole esperanza de cara al más
allá. Es asimismo una fe vital y real, cuya autenticidad se puede experimentar
en la vida diaria, en la comunión con Dios y en la comprobación vivencial de su
fidelidad. La fe cristiana no es ciega. No
está reñida con la verdad ni con el espíritu de análisis e investigación. Desde
luego, la fe siempre va más allá de los conocimientos comprobables; pero, si es
viable, siempre descansará sobre evidencias firmes. Muchas gracias.
ALGUNA BIBLIOGRAFÍA.
¿Cómo llegó la BIBLIA hasta nosotros? Copilado por Pedro
Pugvert
¿Son fidedignos los documentos del Nuevo Testamento? por F.F. Bruce
Cristianismos perdidos. Los credos proscritos del Nuevo
Testamento. Bart D. Ehrman
El Fundamento Apostólico. José Grau
El Secreto Histórico de la Vida de Jesús. Albert Schweitzer
Historia de la Iglesia Cristiana Por Philip Schaff
Jesús No Dijo Eso - Bart D. Ehrman
Y la Biblia Tenía Razón. Werner Keller.
La Biblia Desenterrada. Israel Finkelstein y Neil a. Silberman
La Crítica Ante La Biblia.Jean Stein Mann
Ortodoxia Y Herejía En La Cristiandad primitiva. por Walter Bauer