ARTICULOS



Algunos artículos de opinión publicados en Protestante digital y otras revistas.


1.      Buscando el alma
2.      Biblia y reencarnación
3.      Alejandro Casona y la dama del alba
4.      Acallando la mala conciencia
5.      A propósito de "La mala educación"
6.      ¿Vida o muerte después de la VIDA? “La inmortalidad del alma” versus Resurrección.



 
 
 
 
  • Buscando el alma




Son muchos los observadores de la realidad Occidental que transmiten la idea de que las sociedades que únicamente se preocupan de crecer y expandirse (globalizarse), a la larga, son incapaces de subsistir. A estas le “sobran cosas” pero le faltan “un alma y un corazón”. Se desarrollan económica y tecnológicamente pero tienen grandes dificultades en su desarrollo espiritual.Anthony de Mello apunta hacia estos males y peligros en esta sugerente historia:


“La conferencia que el Maestro iba a pronunciar sobre el fin del mundo había sido profusamente anunciada y fue mucha la gente la que acudió a los jardines del monasterio para escucharle. La conferencia concluyó en menos de un minuto. Todo lo que el Maestro dijo fue: Estas cosas son las que acabarán con la raza humana:

Política sin principios,

El progreso sin compasión,

la riqueza sin esfuerzo,

la erudición sin silencio, 
la religión sin riesgo
y el culto sin conciencia.”
Esto mismo lo encontramos más resumido en el Evangelio. Jesús dice en Mateo 16:26 “Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo y pierde su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?”
¿Podrá disociarse la fuerza del desarrollo tecnológico y económico del progreso de la conciencia y del corazón? ¿ Es posible que trivialicemos tanto la vida humana que la cambiemos por un plato de lentejas? No soy de los que cree en los catastrofismos, ni que este mundo agonice irremediablemente, pero si que creo necesario un encuentro entre política y espiritualidad.
El antiguo secretario de la ONU, Dag Hammerskjöld, decía que “si el mundo no experimenta un renacimiento espiritual la civilización estará condenada a la extinción”. Sin embargo desde los horrores de la segunda guerra mundial y desde la constatación de que no puede haber paz mundial duradera, se aprecia que toda conmoción a escala planetaria y desde los potentes medios de comunicación, ayudan al hombre a desarrollar su conciencia y buscar su alma. Paul Tillich en su libro “La dimensión perdida” se refiere a esa pérdida de profundidad de nuestra civilización, que ha ignorado a Dios y está enferma de trascendencia, de sentido de eternidad.
Es posible que los innumerables grupos de solidaridad, preocupados por la ecología, deseosas de sanar el planeta, de mejorar el reparto de los bienes del mundo y de colaborar en la frágil paz mundial, sean nuevas maneras de humanizar “justicia y mística” (en el sentido mistérico). Pero ¿es esto suficiente? ¿Significan, estas acciones, que el hombre vuelve al lugar de lo sagrado, que son síntomas de trascendencia, que vuelve a surgir una actitud de encantamiento y espiritualidad? Según Leonardo Boff “estamos entrando en una fase del progreso de hominización, en un nuevo estadio de conciencia y en una nueva era para el planeta Tierra”. Teilhard de Chardín ya había profetizado “ que estamos pasando del umbral de la racionalidad a la transracionalidad. Y W. Jäger decía “que en el siguiente nivel se dará un amor desbordante, una misericordia compasiva” Sin embargo estas profecías no acaban de realizarse.
El “alma” que Robert Chuman quería dar a Europa, no se forja en una verdadera evolución de la espiritualidad.. Seguimos, como apuntaba Anthony de Mello en su historia, con políticas sin principios, con la compasión a flor de piel pero solo cuando no toca nuestros bolsillos. Seguimos en el frenesí de amontonar riquezas y consumir cosas que acallen nuestra conciencia y adormezcan al corazón.
Sobre todo, vivimos una religión sin riesgo y necesitamos un cristianismo de contracorriente y vital. Necesitamos la radicalidad del Evangelio. La racionalidad del “ojo por ojo y diente por diente” tiene que ser traducida por la espiritualidad práctica del “amarás a tu enemigo” y si este te pide cualquier incomodidad dale el doble de lo solicitado. Quizás por esta falta de compromiso, estemos asistiendo, como en la parábola de los labradores malvados, a la entrega del Reino de Dios a gente que produzca los frutos de él (Mateo 21:43)






  • Biblia y Reencarnación


 Manuel de León    30 de mayo 2003

Acabo de leer el libro “Vida antes de la Vida” que se publicó en 1989 y cuya autora es la destacada  psicóloga Helen Wambach. Helen pertenece socialmente a la clase media americana, siendo educada en el metodismo protestante y por consiguiente conocedora de lo que dice la Biblia en aquellos aspectos del último sentido de la vida. El libro de  Raymond A. Moody “Vida después de la Vida” le confirmaba las propias experiencias de los pacientes que ella había hecho retroceder en el tiempo y, al encontrarse ante la muerte, exteriorizaban las mismas características de los ensayos de  Moody.  Sin embargo el libro de Helen Wambach lo que narra no es la experiencia de la muerte, sino las múltiples vidas de un espíritu humano a lo largo de siglos. El haber sido princesa Egipcia, dama francesa o actriz en otras vidas parece fascinar cada día mas este mundo y cautiva a mas de un 33% de argentinas, un  40% e la población europea o un 70% de la brasileña. La reencarnación del espíritu en otros  cuerpos y en mejores situaciones de bienestar supondría una gratificación o recompensa por haber sufrido tanto en otras vidas y también una segunda oportunidad para deshacer  tantos entuertos en los que se enfrenta el devenir humano.  La psicóloga Helen  en las regresiones a sus pacientes no da explicaciones de donde proceden las turbulentas historias y  si por el contrario pueden producirse del subconsciente colectivo que explicó Carlos G. Yung. Sin embargo creemos que la creencia en la reencarnación y en las segundas oportunidades  nublan el sentido final del hombre y cambian el sentido creador de Dios que formó primero al hombre del barro y le infundió espíritu y vida y no al revés, esto es, un espíritu revestido de túnicas caducas y dispuesto a tejerse otra nueva en la mejor oportunidad.
Otro libro “Otras vidas, muchos sabios” de Brian L. Weiss  publicado en este mismo año de 1989 afirma que hay ideas de la reencarnación en el Antiguo y Nuevo Testamento. Que en el año 325 d. de Cristo Constantino el Grande y su madre Elena ya habían eliminado las ideas reencarnacionistas del Nuevo Testamento y que el segundo Concilio de Constanza en el 553 confirmó ese acto y declaró herética la idea de reencarnación. Pero ¿a qué textos se refieren y cómo se interpretaban? Porque ya Job, quizás el libro mas antiguo de la Biblia,  afirmaba taxativamente: “Apártate de mí. Así podré sonreír un poco, antes de que me vaya para no volver, a la región de las tinieblas y de las sombras” (10: 21.22). Y el salmo 39  “Señor, no me mires con enojo, para que pueda alegrarme, antes de que me vaya y ya no exista más” (v.14). David reflexiona ante una audiencia: “Todos tenemos que morir, y seremos como agua derramada que ya no puede recogerse” (2 Sm 14,14).
Los textos en los que quiere apoyase la ciencia reencarnacionista se refieren a malentendidos o interpretaciones fuera de contexto. Así: «Cuando bajaban del monte, Jesús les ordenó: No contéis a nadie lo que habéis visto hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos. Sus discípulos le preguntaron entonces: ¿Por qué, pues, dicen los escribas que Elías debe venir primero? Pero Jesús les respondió: Ciertamente, Elías ha de venir a restaurarlo todo. Pero yo os digo, sin embargo, que Elías ya vino, aunque no le reconocieron, sino que le hicieron sufrir cuanto quisieron. Así también el Hijo del hombre tendrá que padecer de parte de ellos. Entonces los discípulos comprendieron que se refería a Juan el Bautista». Y Allan Kardec también explica que: «Puesto que Juan el Bautista era Elías, hubo entonces reencarnación del espíritu o del alma de Elías en el cuerpo de Juan el Bautista». Papus, del mismo modo: «En principio, los Evangelios afirman sin ambages que Juan el Bautista es Elías reencarnado. Esto era un misterio. Interrogado sobre ello, Juan el Bautista calla, pero los demás lo saben. También está la parábola del ciego de nacimiento castigado por sus pecados anteriores, la cual invita a la reflexión» . Como podemos ver el equívoco de que Elías fuera Juan el Bautista, queda claro en la respuesta del Bautista ¿Eres tu Elías? El dijo: No lo soy. Pero queda mas remarcado cuando el ángel Gabriel declara: “irá delante del Señor con el espíritu  y la virtud de Elías para hacer volver los corazones de los padres a los hijos y a los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto”. Juan el Bautista pertenecería a la familia espiritual de Elías, pero no era Elías.
En cuanto a la historia del ciego de nacimiento, en la que se pregunta si pecó él o sus padres por el castigo de  haber nacido ciego, Jesús responde que ni él ni sus padres, sino para que el poder de Dios se manifieste en él. Parece ser que  Papus en algún lugar  añade “por sus pecados anteriores” y esto explicaría las otras vidas. Por último la gran ignorancia de los espiritistas  sobre los textos bíblicos  se encuentra en el texto de Juan  en la conversación de Jesús con Nicodemo: “No te asombres de que haya dicho : os es necesario nacer de nuevo.... lo nacido de la carne, carne es, mas lo nacido del Espíritu espíritu es”. Es un nacimiento espiritual, nunca reencarnación.
La reencarnación no apareció en las culturas antiguas como la  sumeria, la Egipcia, o la china  como puede comprobarse por el enorme esfuerzo que dedicaron a la edificación de pirámides, tumbas y demás construcciones funerarias, lo que demuestra que creían en una sola existencia terrestre. Si hubieran pensado que el difunto volvería a reencarnarse en otro, no habrían hecho el colosal derroche de templos y otros objetos decorativos con que lo preparaban para su vida en el más allá. La cultura hebrea rechazó rotundamente tal concepción y en el 200 a. de Cristo la idea de la resurrección iluminó para siempre el mas allá, inundando la fe del pueblo judío. Jesús con la parábola del rico y Lázaro acalla la mas mínima posibilidad de reencarnarse para purgar sus pecados o advertir a sus hermanos, porque la sima se abrió para siempre para el rico, donde vivirá entre el llanto y el quebranto eternos.

La reencarnación no deja de ser una doctrina estéril que la psicología, como ciencia que es, cada día puede explicar los enormes misterios que envuelven los seres humanos y que pueden trastornar su personalidad. Sin embargo antes de que caiga el telón de la vida Dios nos regala un tiempo lleno de posibilidades de realización  y de llenarlo del “eterno peso de gloria” que decía el Apóstol Pablo.

  • Alejandro Casona y la dama del alba.


Manuel de León       Junio 2006

La  dama del alba” es quizás una de las obras teatrales de Casona engendrada en Besullo (Asturias) y quizás haya sido provocada por la muerte de una niña de los parientes protestantes, que  sufrieron la intolerancia religiosa y de las autoridades, antes de ser enterrada. Con el  calificativo de “dama del alba” referido a la muerte, Casona quiere expresar la idea de la muerte como una fase de la vida, como justicia necesaria, aunque con su mítica crueldad por el apego de  los humanos a la tierra. “La dama del alba” es una galería de personajes torturados ante la muerte, aislados en un mundo rural. La madre que no puede dormir tranquila hasta que encuentre el cadáver de su hija. Y la razón la encuentra Casona en la Bíblia, porque “la Escritura lo dice: el hombre es tierra y debe volver a la tierra”.Otro personaje es Martín que es el único que sabe el porqué de la ausencia del cuerpo. Dorina, Falín y Andrés que se encierran en casa sin poder ir al colegio por miedo a pasar por el río donde se ahogó la hermana. Telva, el ama de llaves,  que había perdido al marido y después a sus siete hijos en un derrabe de la mina. Solo el abuelo es el único capaz de reconocer a la Muerte.
Por otra parte, la muerte en Casona aparece bajo la figura de una hermosa mujer, que hasta juega con los niños. El mas allá es descrito con alegorías y figuras que expresan belleza y bienestar. La dama del alba, la muerte, no puede entender porqué los hombres la rechazan, puesto que ella misma no sabe a quien va a llevar. Es, en este sentido, la muerte, un personaje que sufre porque ella no puede escoger, solo obedece, y a veces aplaza el cumplir su cometido porque se equivoca. Y sobre todo para Casona la muerte es un alma que sufre y se tortura por no poder sentir como los demás. Dice así : “Yo también quisiera adornarme con rosas como las campesinas, vivir entre niños felices y tener un hombre hermoso a quien amar. Pero cuando voy a cortar rosas, todo el jardín se me hiela. Cuando los niños juegan conmigo, tengo que volver la cabeza por miedo a que se me queden fríos al tocarlos. Y en cuanto a los hombres ¿de qué me sirve que los más hermosos me busquen a caballo si al besarlos siento sus brazos inútiles me resbalan sin fuerzas en mi cintura? (Desesperada) ¿comprendes ahora todo lo amargo de mi destino? Presenciar todos los dolores sin poder llorar... Tener todos esos sentimientos de una mujer sin poder usar ninguno... ¡Y estar condenada a matar siempre sin poder nunca morir!” Sin embargo es implacable. Siempre se lleva a alguien.
La muerte para Casona, como lo era para el apóstol Pablo, es ganancia. Va mas allá de los conceptos insubstanciales y es algo limpio si se acepta cuando llega. Pero es cierto que el hombre se aferra a la vida porque como dice el personaje del abuelo, “por  dura que sea la vida es lo mejor que conozco” y se desarrolla el siguiente diálogo: ¿Tan distinta me imaginas de la vida?¿Crees que podríamos existir una sin la otra?
- Abuelo: ¡Vete de mi casa, te lo ruego!
- Peregrina: Ya me voy. Pero antes has de escucharme. Soy buena amiga de los pobres y de los hombres de conciencia limpia ¿Por qué no hemos de hablarnos lealmente?
- Abuelo: No me fío de ti. Si fueras leal no entrarías disfrazada en las casas, para meterte en las habitaciones tristes a la hora del alba.
- Peregrina: ¿Y quién te ha dicho que necesito entrar? Yo siempre estoy dentro, mirándoos crecer día por día detrás de los espejos.
- Abuelo: No puedes negar tus instintos, eres traidora y cruel.
- Peregrina: Cuando los hombres me empujáis unos contra otros, sí. Pero cuando me dejáis llegar por mi propio paso... ¡cuanta ternura al desatar los nudos últimos! ¡Y que sonrisas de paz en el filo de la madrugada!
Casona analiza la muerte desde muchos ángulos y en esta obra la muerte trae paz a la casa, porque Angélica no había muerto sino que se había escapado con un hombre antes de su boda con Martín y la posible tragedia se torna en solución para este, que se casará con Adela inducida por la Peregrina( la muerte). La muerte, la vida y el amor siempre llevan al milagro del destino que está en manos de Dios, juez justo y Soberano sobre todas las vidas.





  • Acallando la mala conciencia
ICPres.org 2003



Cuando veo manifestarse contra la guerra a millones de seres humanos de todas las culturas, siento dos cosas a la vez. Por una parte entiendo que el espíritu del hombre renace en esta sociedad postsecular y es buena señal de que la espiritualidad tenga otros modos de manifestarse. Sin embargo, por otra parte, tengo la impresión de que son las mismas lágrimas de cocodrilo de los que se allegaban a Jesús. Creen, los que se manifiestan, que quizás ellos son mejores que los demás, pero quizás sea que lo hacen para acallar sus malas conciencias. Quizás cuando esta guerra televisiva y propagandística acabe, nadie se acuerde de las víctimas por mas tiempo que el que dure el comenzar otro espectáculo de la tragedia humana. Y aunque entiendo que esta sociedad se moviliza mejor porque tiene medios de comunicación muy potentes y parece bastante solidaria, sin embargo entiendo que se deja manipular por los mismos medios. Porque si no ¿cómo es posible que sea tan insensible a los estragos de terremotos, huracanes o catástrofes naturales? En la mayoría de los casos se les ayuda menos que una rutinaria limosna al pobre de la esquina. El 0,7 a los países que se mueren de hambre y de enfermedades, no se consigue dar, mientras se gastan todos los países en armamento cantidades escalofriantes. Se moviliza, por ejemplo contra el aborto y a favor de la vida, pero la cultura de muerte y de violencia se siente por todo el globo. ¿Acaso no nos preocupa que el 80 por ciento de la humanidad que se muere con los recursos del 20 por ciento de la tierra, mientras el 20 por ciento restante tiene el poder y las riquezas del 80 por ciento, cuando esta injusticia del reparto de bienes inestabiliza al mundo en ejes?. El norte y el sur, a medida que se acercan, comienzan a crujir y la violencia llena la tierra. Estamos pues ante el mismo dilema, el eterno dilema de cambiar de vida, de un nuevo nacimiento, de tomar una atención interior.
La espiritualidad es la que despierta el alma. Nos da capacidad de concentración, de intimidad, de trascendencia, de amor solidario. Estamos necesitados de una espiritualidad global, integrada e integradora de la realidad social, menos sacralizada tal vez, pero necesaria para el equilibrio y la paz. El mundo tiene conceptos de paz que no van mas allá de la inquietud y desequilibrio que produce la guerra y la violencia. Pero ahonda poco en la justicia y en la ética espiritual.

Decía Albert Schwitzer, médico y pastor protestante, premio Nóbel de la Paz: “Mediante la ética de un profundo respeto por la vida, entramos en relación espiritual con el universo- La intimidad que ella nos depara nos otorga la voluntad y la capacidad para crear una ética espiritual, a través de la cual nos encontraremos en nuestro hogar en el mundo, pudiendo obrar en él de una forma mas alta que anteriormente”. Ética espiritual, frente a éticas parciales y partidistas. La transformación de las personas y las relaciones no puede hacerse con la ética del “cumplimiento” (cumplo y miento). Es necesaria una trasformación honda y espiritual. La solidaridad, la libertad, el respeto, la justicia, la amistad, la generosidad y la responsabilidad no pueden conseguirse en base a las posibilidades de evolución del ser humano porque el hombre siempre está necesitado de reconducción y afirmación de su trascendencia. El ascenso del hombre, su mayoría de edad, que le permita su supervivencia implica un cambio de conciencia y el escuchar la urgente llamada a la conversión.Desde Caín y Abel, la maldad de los hombres sobre la tierra ha superado los esquemas mentales y espirituales del hombre de manera intolerable. Las guerras, la violencia y el terror siempre han sido una conmoción y espanto como la guerra de hoy. En todos los tiempos se han buscado culpables. Se ha dividido a la humanidad en buenos y malos, pero la injusticia y la cultura tanática ha dominado y ahogado el espíritu y la conciencia humana. En tiempos de Jesús también había desgracias diarias. En uno de los días aciagos para el pueblo judío, donde Pilato había hecho barbaridades con unos galileos y la torre de Siloé había caído y matado a dieciocho personas, se estaban preguntando todos cual sería la maldad de los desgraciados y su pecado para merecer aquella muerte. Jesús dijo: “No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente”.

Manuel de León es pastor, Presidente del Consejo Evangélico de Asturias, ha dirigido la Revista "Asturias Evangélica" y ha publicado “ORBAYU" una revista de investigación histórica, cultural y sociológica del protestantismo en Asturias
M. de León, 2003, España. I+CP (www.ICP-e.org)




  • A propósito de "La mala educación"



PROTESTANTE DIGITAL        Número 36 - 18 de mayo, 2004







La película de Pedro Almodóvar “La mala educación”, según las críticas que he leído, además de presentar los problemas del internado en colegios y seminarios católicos, supone una puesta en escena de personajes en soledad. Como si aquella época de represión, de seres humanos aislados y entrenados para luchar y vencer al mal, hubiesen cambiado su bunker de espiritualidad por un momento de deseo, por una chispa de libertad y locura. Son -según dicen los críticos- personajes con el corazón rebosante de vacío y oscuridad, en un mundo hipócrita lleno de infidelidades y de amoralidad, donde cada cual busca satisfacciones íntimas, escapes de una educación religiosa atávica y manipuladora que son capaces de autodestruirse por un momento de pasión.
Yo que he vivido en un seminario católico durante ocho años y que he visto la problemática de cerca, no puedo estar del todo de acuerdo con esta visión perturbadora y siniestra de aquella época. En primer lugar, porque la perspectiva de ahora al juzgar aquellas formas de conducta no es la que teníamos entonces. En segundo lugar porque la libertad e indiferencia hacia lo sagrado de ahora, no puede contraponerse con aquello que nos hacía vivir con ilusión para “conseguir la vida eterna” en el menor tiempo posible.
La enseñanza religiosa, con ser constante y que actuaba de anestesia, no era el mal de aquella educación espartana y esclavizante, llena de filas, de rezos, de clases y estudios interminables. El mal era quizás ese mundo reducido a cuatro paredes. Un mundo medio monástico y medieval que solo aspiraba a conseguir un sitio entre los ángeles y cantar en el coro celestial. Sin embargo en las experiencias personales de cada uno, siempre aparecía la cruda realidad de que por tus propias fuerzas no podías conseguirlo. Siempre aparecía el fantasma del pecado mortal, de la condenación sin remedio, porque no éramos capaces ni de mantener nuestra propia justicia y mucho menos la santidad que Dios exigía.
Hace tres años se publicó una novela en Asturias de Francisco Martín Angulo titulada “La escapada de los elegidos”, que aún siendo menos radical que Almodóvar, analiza los motivos por los que una mayoría de los seminaristas y clérigos escaparon, después del Vaticano II, en una estampida sin precedentes, hacia la vida civil y de forma silenciosa. Unos cien mil clérigos y muchísimos mas seminaristas huyeron de forma sigilosa, entre el dolor y la frustración. Habían visto que las reformas para el “agiornamiento” no solo no llegaban sino que a la mayoría de las resoluciones se les daba un nuevo giro conservador y, contraviniendo todo el espíritu del Vaticano II, se las ahogaba sin piedad. El resultado fue la huida. Esta crisis tan profunda y espectacular de los años 60 actuaba como una máquina de hacer ateos en la España nacional-católica. Si aquellos principales dirigentes de la iglesia estaban en tal crisis de fe, cómo estarían los demás.
Sin embargo, la sensación que uno saca de la película y el libro citados, es que aquella espiritualidad hecha a golpes del catecismo del Padre Astete, no era mas que un barniz hipócrita que ocultaba enormes pecados. Van desfilando por el libro personajes como don Pepón un cura con halo de santidad en un pueblo pequeño, que pregonaba la pobreza, pero que ya había sido cesado de profesor de latín del Seminario por pederasta. Las denuncias no surtían efecto. Los silencios y coartadas encubridoras ocultaban los otros pecadillos de la gente que salían en la confesión y que amordazaban a sus autores.
Otro aspecto de esta estampida fue la sensación de esclavitud. Era una esclavitud del siglo XX que no te sujetaba por imperativos del poder ni con el látigo, sino por la sutileza del dogma religioso, de principios interesados nacidos de los altares, de los púlpitos y de las iglesias pero que nada tenían que ver con el cristianismo. El pobre sacristán es descrito como el esclavo mayor en el mundo de los elegidos y de los modelos morales. Es el hombre que tiene la mansedumbre de perro, siempre herido, siempre maltratado, siempre pateado y echado fuera, pero que vuelve con sumisión y dedicación. En el “nadie estará sometido a esclavitud ni a servidumbre” del artículo 4 de la Declaración de los Derechos humanos, está incluida la esclavitud clerical de los años 60. La servidumbre psicológica y moral quizás fue la causa fundamental para escapar y evadirse, rompiendo las cadenas de vasallaje de las instituciones religiosas que supusieron esa terrible pesadilla histórica.


Manuel de León es escritor, historiador, y director de "Vínculo" 

(revista de las Iglesias de Cristo de España).



© M. de León, Asturias, España.




  Manuel de León de la Vega


Guardada el 22 de noviembre de 2018 



¿Vida o muerte después de la VIDA? “La inmortalidad del alma” versus Resurrección.




1. Introducción y planteamiento.



“- Entró en la tienda simplemente porque quería mover las cosas, jugar un poco a cambiar el curso de la vida y hacerlos reaccionar un poco... Pensaba en su casa, sus cómics, sus libros, sus sueños... No quería volver a eso”.

Así comienza la historia de un atraco y también estas líneas se proponen conscientemente asaltar al lector, mover las cosas hacia el estudio de las cosas de Dios y animar a un cambio en la enseñanza teológica que, al día de hoy, se me antoja demasiado racionalista y con demasiadas piruetas para tan poco salto.

Reconozco sin embargo que este artículo no es un buen ejemplo, porque es difícil crear pensamiento o simplemente recopilarlo y ordenarlo. Leyendo a Raimon Panikkar cuyo pensamiento es un encuentro entre Oriente y Occidente, con una multidimensionalidad

de enfoques, en uno de sus ensayos, decía: “Dios vive, pero la teología ha muerto o, por lo menos, está moribunda. No tiene vida. No solo estadísticamente (ya no se estudia); también está ausente de la sociedad. La teología ha sido expulsada de los grandes centros de educación, tanto en la enseñanza secundaria como en las universidades. La teología no interesa porque se ha vuelto irrelevante para la vida pública. Ya no sirve para ganarse la vida, expresándolo con doble ironía, porque la misma frase ha cambiado de sentido y ya no significa forjarse la propia vida para vivirla plenamente ahora y siempre, sino conseguir algún dinero para tener una existencia cómoda”.

Con el conocimiento que tiene Panikkar de la cultura musulmana que fecundó el pensamiento cristiano en la Península ibérica desde el siglo X y durante siglos, dice que está escandalizado, sin atreverse a decirlo así, al ver que el Occidente moderno ha conseguido crear una civilización, que puede permitirse el lujo de ser tolerante porque, tanto si Dios existe como si no, en el fondo da exactamente igual. Se ha convertido en una hipótesis superflua.

Los ferrocarriles, la política, la economía, todo funciona igual, con Dios o sin Él -dice. Con su fina ironía se atreve a manifestar que a la teología ni tan siquiera se le ha organizado un funeral de primera, ni se le ha edificado un mausoleo en un cementerio. Se ha marginado a los teólogos y, a los pocos que quedan, se los tolera porque no inciden en la vida. Hay unos cuantos expertos que dicen conocer la teología, existen incluso institutos que dicen encontrarla interesante, pero, para la mayoría de la gente, la teología ha muerto.

Hace unos días leía un artículo del prolífico poeta y erudito Alfredo Pérez Alencart que mostraba también una cierta perplejidad con la teología. Decía: “Leyendo a Rivera Pagán uno se reconcilia con la Teología, pero no con aquella que se ha ido por las ramas, tan etérea que ya no cala en el corazón del hombre. Tampoco con la otra teología (con “t” minúscula), esa de gafas desenfocadas o que solo ve la parte que le interesa, y no toda la misión integral del mensaje de Jesús. Esta reconciliación se suscita cuando, en el más inhóspito desierto, atisbamos un oasis pletórico de pozos que sacian la sed y de dátiles que nutren para proseguir la travesía”.

Uno antes de escribir tiene el subconsciente o el pensamiento, coloquialmente hablando, lleno de ideas alborotadas, arremolinadas y en ebullición en espera de salir a la luz, pero no siempre llega el tiempo y la oportunidad de ordenarlas y expresarlas con una cierta lucidez. Cuando el tema es predominantemente teológico y filosófico todavía uno siente más miedo a una falta de originalidad, a un déficit de actualidad, a la oportunidad y utilidad pedagógica, porque en estos campos hay diferencias abismales en el desarrollo doctrinal de cada uno y también entre lo que se piensa y lo que se dice. A uno le gustaría vivir en el siglo XIX lleno de ideales y de radicalidad para defender posturas transcendentes, substanciales, y no este relativismo de hoy siempre amparado en la duda y en la inseguridad. No es que crea en aquella postura ochocentista que presentaba “un evangelio social en el cual un Dios sin ira iba a salvar a un hombre sin pecado, mediante un Cristo sin Cruz”, pero al menos tenía el ideal de salvación. Hoy el ser humano no parece sentir esa necesidad y menos aún sentir la emoción de la esperanza en la penumbra o sobrecogimiento del misterio del hombre ante lo incógnito de Dios.

Todo este preámbulo es motivado porque, al enfrentarme con la página en blanco del ordenador, no encuentro a mano temas prioritarios y palpitantes que se puedan tratar en un Encuentro como este del Círculo Teológico. Aparecen los temas de siempre y sin resolver, porque el hombre está hecho del mismo barro y aspira en su interior a las mismas cosas, a las mismas esperanzas. Como decía Blas Pascal "el hombre tiene ilusiones como el pájaro alas. Eso es lo que lo sostiene" y esas ilusiones y esperanzas para remover y comprender las inquietudes de siempre son las que me hacen salir a la palestra teológica. He tenido la preocupación, tiempo atrás, sobre el ateísmo y la indiferencia religiosa pero no es fácil dialogar con el indiferente y mucho menos debatir y analizar la existencia humana con el que niega tanto la metafísica como el simple hecho de mirar a las estrellas y hacerse preguntas. He llegado a la conclusión, sin embargo, que a veces el ateo o el indiferente tienen razones para serlo ante una religión tan intrincada unas veces, pueril o racionalista otras. El mismo creyente se ha acostumbrado a repetir expresiones escolásticas y dogmáticas, pero no se ha parado en saber su significado, su contenido teologal y las consecuencias de sostener unas posturas u otras. El creyente se ha hecho formalmente religioso, con vocabulario piadoso, ciertamente sensible a la presencia de Dios en la belleza del mundo y hasta fascinado por lo sagrado o numinoso, pero sin comprender todo lo que dice o sin haber profundizado las objeciones y consecuencias de lo que declara. Yo no me excluyo de este comportamiento despreocupado.

Hoy quisiera tratar el tema del hombre en lo que tiene de ser viviente, de alma viviente, para poder ver la cantidad de cuestiones que suscita y que el hombre de hoy no parece tener tiempo para tanta investigación sobre lo revelado y menos aún en las paradojas del misterio. Las preocupaciones teológicas a veces se plasman en largas parrafadas filosóficas y racionalistas, pretendiendo asentar y profundizar en conceptos doctrinales importantes y dar una solución a la encrucijada humana que se abre ante la muerte y la vida. Sin embargo, son doctrinas que no están encarnadas en el acontecer del ser humano, cuando deberían ser cardinales, básicas, iniciáticas. En el bien escrito artículo de Alencart, anteriormente citado, “Leyendo a Rivera Pagán: teología y literatura”, consideraba que hay que volver a ‘matrimoniar’ a la Teología con la Literatura (poesía, novela, ensayo…), no sólo de modo particular, sino desde las propias facultades o seminarios teológicos. El ‘divorcio’ no conviene a ninguna de ellas, pues una sin otra pierde incandescencia, merman sus frutos ardientes y, lo que es más punible, dejan desolado al magno Creador de todo y al Verbo cuyas Palabras suman abrazos para restar contiendas.”

Cuando se habla de la “inmortalidad del alma” por ejemplo, -y este podría ser más concretamente el tema de hoy-, estaríamos abordando aspectos antropológicos y escatológicos que, según como se enfoquen, pueden confundir y hasta incapacitar al hombre de hoy y meterlo en una maraña de intuiciones filosóficas antiguas y modernas que lo dejarán sin salida. Fue Jesús de Nazaret, el maestro de la palabra que logró dar mayor significado y hondura a lo trascendente del hombre, que todos los teólogos habidos, cuando dijo: “Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O que recompensa dará el hombre por su alma?” – Mt 16:26

Sin embargo, un concepto unitario o dualista del hombre pueden hacer que la resurrección de Cristo tenga o no tenga valor para la fe, ya que si Cristo no ha resucitado “vana sería nuestra fe”, como dice el apóstol Pablo. Un pastor evangélico, en el texto citado de Mateo 16, se fijaría en lo que Cristo tuvo que pagar por el alma. Su alma vale la vida de Dios –diría-. Su alma vale más que todo el mundo y amonestaría sobre el poco valor de las cosas terrenas, pero no habría tocado la esencia del problema que suscitan las preguntas que vienen después. Nos quedaríamos solo con el aspecto soteriológico sin explicar las cuestiones antropológicas o las escatológicas. Para el cristiano la vida después de esta vida es una realidad porque Cristo resucitó primero y esto le puede satisfacer en todos los sentidos. Sin embargo, puede haber personas que se hagan más preguntas en esta materia y lleguen a plantearse cuestiones como estas: ¿Puede el espíritu del hombre discernir lo que está en él? ¿Recibe el espíritu del hombre directrices de la carne o del espíritu de Dios? etc.

No me resisto a plantear desde el primer momento la cuestión tricotomita y dicotomita sobre el ser humano desde la visión del pastor chino Watchman Nee, uno de tantos expositores del tema de la naturaleza del ser humano. Este autor que pasó por tribulación y persecución, logró ser un gran predicador e influir con sus escritos en multitud de personas. Nee es tricotomita en su concepto del ser humano como aparece en la Biblia con el acuñado (soma-psique-neuma) “somasiconeumático” que diría el doctor José Manuel González Campa. Cuando se pretende diseccionar alma y espíritu es donde vienen los problemas porque el ser humano es un todo. Cuando duele el cuerpo duele el alma y viceversa. No podemos decir que el Espíritu es la parte del ser humano que puede comunicarse con Dios sin que intervenga la razón o el entendimiento o los sentidos. Resulta muy difícil de probar que “el hombre es un espíritu que posee un alma y vive en un cuerpo” como si todo lo que sucede en el alma y el cuerpo puede ser conocido por el espíritu, pero no lo contrario.

Nee afirma “que el cuerpo es la cobertura externa del hombre, y que la Biblia nunca confunde el espíritu y el alma como si fueran una misma cosa. No son solamente estos, distintos términos, si no que la misma naturaleza difiere entre uno y otro". Para este autor la naturaleza del alma sería la expresión de la personalidad. La voluntad, el intelecto y emociones estarían en ella. “Los elementos que nos hacen humanos están en el alma. Intelecto, pensamiento, ideales, amor, emoción, discernimiento, decisión, selección, etc. son experiencias del alma”. Por otra parte, la naturaleza del espíritu para Nee sería la que nos relaciona con Dios: “Toda comunicación de Dios con el hombre ocurre allí”. El espíritu tiene tres funciones primarias, conciencia, intuición y comunión, que son apreciaciones válidas en general pero que al relacionarlas entre si vuelven a crear nuevas problemáticas, Por ejemplo, dice que la conciencia distingue y discierne lo malo de lo bueno, pero no a través de la influencia del conocimiento que está en la mente. Dice que la intuición es conocimiento que viene a nosotros sin ayuda de la mente y que la comunión que es adoración a Dios, no puede realizarse por los órganos del alma sino directamente por nuestro espíritu. Y es precisamente esta interrelación “spiritus et anima”, planteada desde la razón la que nos da consistencia a la tricotomía o dicotomía del ser humano y nos hace sospechar que la aprehensión de Dios depende de todos los órganos del ser humano y no solo del alma o del espíritu. El Salmo 8:3 comienza por la vista, por el ojo corporal que contempla. “3Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú has establecido, 4 digo: ¿Qué es el hombre para que de él te acuerdes, y el hijo del hombre para que lo cuides?” Precisaba muy bien Tomás de Aquino que el alma no posee ideas innatas y tiene que formarlas a partir de la experiencia sensible para lo cual necesita el cuerpo, los sentidos que informan a todo el hombre. Sin embargo, Tomás de Aquino a pesar de sostener la unidad, afirma que el alma es incorruptible y, por tanto, a pesar de corromperse el cuerpo, el alma es inmortal. La razón que da Aquino es que el alma es una forma subsistente que puede existir sin necesidad del cuerpo lo cual ya supone una contradicción a la unidad si el hombre puede existir sin cuerpo.

Hoy vamos a fijarnos en esta cuestión del “alma” que, sin ser la más angustiosa y preocupante de la actualidad, puede asentar o al menos presentar doctrinas fundamentales, y sobre todo, creo que servirá para demostrar la excesiva problemática que genera la teología cuando se racionaliza y se especula hasta sus extremos.

Vayamos pues, por partes, en este tema de “la inmortalidad del alma” que en su sola enunciación parece excluir al cuerpo de inmortalidad o, como se expone en muchas partes, el cuerpo es mortal y el alma inmortal. ¿Se puede sostener esta enseñanza? ¿Esto es así de sencillo y de claro? Veremos que no, aunque no pretendemos hacerlo desde coordenadas del abismo racionalista y de la especulación solamente, sino desde la sencillez dialéctica de Jesús de Nazaret, en el contenido evangélico que es más enriquecedor y trascendente.




2. Breve aproximación al tema.

No pretendemos arrancar desde los grandes debates habidos sobre el alma a lo largo de la historia, lo cual supondría hacer casi toda la historia de la filosofía y la teología. Pero saltándonos la patrística donde encontraríamos opiniones para todos los gustos, podemos apuntar hacia el averroísmo[1] a finales del siglo XIII que fue enfrentado por la escolástica y muy especialmente por Tomás de Aquino. Sostenía que el alma se divide en dos partes: una individual y otra divina, siendo el alma individual no eterna. Las tendencias modernas tienden al monismo filosófico y hacia la unidad del ser humano como “Adam”, aunque las vertientes monistas sean varias, como el monismo materialista o materialismo tradicional, que considera ser, la sustancia primaria, material y física. No siempre el protestantismo se opuso decididamente a la enseñanza de la inmortalidad del alma. El V Concilio de Letrán (1512-1517) había declarado su anatema sobre la mortalidad del alma cuando decía:

“condenamos y reprobamos a todos los que afirman que el alma intelectiva es mortal o única en todos los hombres, y a los que estas cosas pongan en duda, pues ella no sólo es verdaderamente por sí y esencialmente la forma del cuerpo humano como se contiene en el canon del Papa Clemente V, de feliz recordación, predecesor nuestro, promulgado en el Concilio (general) de Vienne [n. 481], sino también inmortal y además es multiplicable, se halla multiplicada y tiene que multiplicarse individualmente, conforme a la muchedumbre de los cuerpos en que se infunde”.

Así se dogmatizaba desde el catolicismo romano que el alma era individual e inmortal y Juan Calvino, desde el protestantismo, presuponía esta inmortalidad innata del alma individual. Evidentemente la explicación de esta inmortalidad siempre estaba en la cuerda floja de la contradicción más rotunda. E. Dezinguer explicaba esta opinión, con el carácter dogmático de siempre, diciendo que la intención de las palabras del Concilio no tiende a postular primariamente una inmortalidad del alma que la separe del cuerpo y de la historia, sino que, por el contrario, nos dice que el alma es inmortal porque, como forma del cuerpo, es lo que constituye esencialmente al hombre individual. Por consiguiente, el Concilio asigna al alma la inmortalidad porque el hombre individual, en su concepción histórica, es inmortal”. No es extraño que el que pretenda leer y no imaginar estos textos, crea que la historia del hombre demuestre que el hombre no muere, cuando todos los días hay entierros. Aunque Dezinguer sea una autoridad ¿no resulta esta y otras teologías un jeroglífico solo descifrable por expertos?

No fue hasta el siglo XIX que Oscar Cullman se opondría a la doctrina de la inmortalidad del alma por no ser bíblica sino filosófica en su desarrollo, ya que la inmortalidad estaría en contra de la resurrección y canonizaría una antropología dualista. Cuando acudimos a la Biblia, el vocablo hebreo “nefesh” no se refiere al alma como una parte de la persona, sino que es la persona misma, el aliento de vida con sus emociones y apetitos. El ser humano en Génesis llegó a ser un “alma viviente”. En el griego “psijé” también es criatura viviente, persona con sus sentimientos y afectos, y todo ello porque Dios le impartió aliento de vida, derivando todo principio de vida del Creador. La vida está en las manos de Dios y continua en cada ser humano porque Dios quiere.

Se ha enseñado que el ser humano es inherentemente inmortal, contrariamente a la doctrina bíblica que sostiene que la inmortalidad es un don de la gracia de Dios a quienes tienen fe. La doctrina de la resurrección que podemos basar en Dan. 12:2 2muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua; 1 Cor. 15:51-5451 He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados,

52 en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados.

53 Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad.

54 Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria.1 Tes. 4:16,17 16 Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. 17 Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor. y solo para el que cree en Cristo habrá vida eterna (Juan 3:16) siendo revestidos de inmortalidad a la llamada de la trompeta final (1 Cor. 15:51-53; 2 Cor. 5:4), es la que predomina en la Biblia. La idea de que un alma puede existir independiente del cuerpo porque posea una esencia inmortal, es ajena al contenido bíblico. El Nuevo Testamento también enseña que el alma y que todo el ser humano va al lugar de los muertos que se llama Seol o Hades.

Solo tres textos que pueden plantear otras dificultades o explicaciones pero que delimitan el lugar: Génesis 37:35—Jacob dijo, “Descenderé enlutado a mi hijo hasta el Seol.” Lucas 16:22-23 —“Murió también el rico y fue sepultado. Y en el Hades alzó sus ojos, estando en tormento.” Salmo 16:10—“Porque no dejarás mi alma en el Seol, ni permitirás que tu Santo vea corrupción.” Otro nombre aparece doce veces en los evangelios para describir la vida fuera del Reino prometido y esta palabra es gehenna, que parece un lugar donde el alma y el cuerpo se podrían destruir en un fuego que nunca cesa (Mateo10:28; Marcos 9:43).

Otro de los debates que genera la inmortalidad del alma es el referido a la trasmisión del alma de cada uno. Sabemos que el primer alma existió como resultado del soplo de Dios, transmitiendo al hombre aliento, respiración de vida, pero ¿cómo se han formado las almas desde entonces? Los estudiosos de la Biblia sobre este tema se dividen generalmente en dos grupos. El primero afirma que cada alma individual no es recibida de los padres, sino que es creación divina inmediata según aparece en la Biblia en Isaías_57:16; Eclesiastés_12:7; Hebreos_12:9; Zacarías_12:1. El segundo grupo piensa que el alma es transmitida por los padres. Señalan que la transmisión de la naturaleza pecaminosa de Adán a la posteridad actúa contra la doctrina de la creación divina del alma; asimismo arguye a su favor el hecho de que las características de los padres son transmitidas a los hijos. Citan los versículos siguientes: Juan_1:13 13 los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios.; Juan_3:6 6 Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu,[a] espíritu es.;Romanos_5:12 12 Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron.; 1 Corintios_15:2222 Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados.; Efesios_2:3 y Hebreos_7:10.

Quizás la mayor dificultad está en saber la profundidad del significado que tiene el ser hecho el hombre imagen y semejanza de Dios. Escuchando al Dr. José Manuel González Campa recuerdo que una de las definiciones de “imagen” es “sombra”. La sombra ilustra bastante bien la distancia entre lo que es real y lo que es la oscura sombra o silueta, en este caso de Dios que es espíritu, que no se ve. Algunos se han atrevido a decir, con las Escrituras en la mano y citando los respectivos versículos, que el nivel y el objetivo del hombre es ser como Dios. Pero hemos de precisar el sentido que se la da a estas expresiones sobre lo que algunos llaman la “visión beatífica” ya que a Dios nadie lo vio jamás y la comprensión de su ser no puede ser escrutado por la criatura. El que podamos llegar a vislumbrar la imagen del Dios invisible por medio de Jesucristo, solo podemos referirnos a que podemos percibir algunas cualidades de Dios que tengan carácter moral y espiritual, impresas en la conciencia humana. Otros han considerado que “anthropos”-hombre- es una combinación de palabras que literalmente significan “el que mira hacia arriba”, no solo porque percibe su finitud y clama a Dios, sino también porque conociendo el bien y el mal también es capaz, como criatura pensante, de negarle.


A.  La concepción platónica y la concepción cristiana del ser humano en algunos autores.

No queremos explayarnos en la idea de Platón sobre el alma sino intentar resumir aquellas partes de su argumento que sostienen que a la preexistencia del alma le corresponde su postexistencia y antes de que hayamos nacido, existe ya nuestra alma, y seguirá existiendo después de que hayamos muerto. El alma es innata y, por tanto, es también inmortal, se ha venido repitiendo de muchas maneras desde entonces. Puesto que el alma no nació, tampoco puede morir, permaneciendo intacta en su esencia, sin ser afectada por el nacimiento y por la muerte. La influencia platónica sobre el cristianismo fue inmensa al tener puntos de analogía o coincidencia, tales como el mostrar esperanzas de retorno a la patria eterna que en el cristianismo se sintetizaba en el deseo de “los lugares celestiales con Cristo”. La muerte es el mejor amigo del alma, diría Platón, y el apóstol Pablo indicaría que “el morir es ganancia”. La muerte libera al alma de la prisión corporal y de las desagradables necesidades y dolores corporales, dirá Platón, y Juan en Apocalipsis “enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron”. El alma abandona la tierra extraña que es el cuerpo y vuelve a su patria, el reino de las eternas ideas divinas, dirá Platón y Pablo en Filipenses “Me siento urgido de ambas partes: deseo irme para estar con Cristo, porque es mucho mejor”.

Es importante aclarar que estas afinidades aparentes entre inmortalidad y resurrección tienen bastante incompatibilidad sustancial pues la inmortalidad del alma es una idea mientras la resurrección de los muertos es una esperanza. En el primer caso es confiar en algo inmortal que hay en el hombre; lo segundo es confiar en aquel Dios que emplaza a la existencia a las cosas que no existen y que además vivifica a los muertos. Dice Moltmann:

“Con la confianza en esta alma inmortal, aceptamos la muerte y la anticipamos en cierto modo. Con la confianza puesta en el Dios vivificador, aguardamos la victoria sobre la muerte: «La muerte ha sido absorbida por la victoria» (1 Cor 15, 54), y aguardamos una vida eterna en la que «ya no habrá muerte» (Ap 21, 4). El alma inmortal puede acoger a la muerte como a una «amiga», porque la muerte la rescata del cuerpo terrenal. Para la esperanza en la resurrección, la muerte es «el último enemigo» (1 Cor 15, 26) del Dios vivo y de las criaturas de su amor.

La noción de “inmortalidad del alma” ha ocupado a los más importantes teólogos de todos los tiempos de Oriente y Occidente, desde Agustín de Hipona, Tomás de Aquino o Juan Calvino. Agustín de Hipona intentó demostrar que el alma es inmortal desde la filosofía pero no desde la Biblia en sus conocidos dieciséis capítulos escritos en el año 387 después de Cristo. Orígenes hablaba de una preexistencia de las almas y consideraba que la existencia material del hombre actualmente, con las desigualdades y deficiencias morales y físicas que las caracterizan, encuentran su fuente en pecados cometidos en la existencia anterior. Tertuliano defendía que el alma se propagaba juntamente con los cuerpos mediante la generación, y por lo mismo los padres la trasmiten a sus descendientes. El creacionismo, aceptado generalmente dentro de los círculos evangélicos, plantea que cada alma individual ha de ser considerada como una creación inmediata de Dios, debiendo su origen a un acto creativo directo, aunque el momento en que ocurre no puede precisarse con exactitud. Todas estas posturas tienen sus objeciones y por consiguiente no deja de ser, casi todo, especulación teológica.

La Biblia señala que el ser humano está formado por una tricotomía (cuerpo, alma y espíritu) y también en otros lugares por una dicotomía (cuerpo, alma) o una unidad (Adam). Pero el problema ya no es tanto la unidad o la dicotomía platónica de un cuerpo mortal y un alma espiritual e inmortal, sino las consecuencias de admitir un alma inmortal. El protestantismo posterior a la Reforma, -decíamos- aceptó la doctrina de la inmortalidad del alma como doctrina cristiana. Según Emil Brunner, “sólo en tiempos muy recientes, una comprensión más profunda del Nuevo Testamento ha llevado a la formulación de serias dudas con respecto a la compatibilidad de la doctrina de la inmortalidad del alma con la concepción cristiana de la personalidad del hombre y, cada vez más, se ha estado llamando la atención al origen esencialmente pre-cristiano de dicha doctrina”. Sería Oscar Cullmann, quien, en su famoso ensayo, "¿Inmortalidad del alma o resurrección de los muertos?", publicado en 1956, inició la vuelta a la concepción neotestamentaria de la resurrección de los muertos y por tanto el concepto de la inmortalidad del alma quedaba sujeto al hecho de la resurrección de todo el ser humano y no solo del cuerpo. Albrecht entiende, al hablar del asunto, que en el rechazo de la inmortalidad natural del alma se verifique el principio protestante de la justificación por la sola fe: el hombre no podría presentar ante el juicio final nada propio, y, evidentemente, la inmortalidad sería algo propio y natural. No olvidemos, por otro lado, que en el mundo protestante todo aquello que presenta el adjetivo de «natural» es aceptado con recelo a partir del principio luterano de la total corrupción del hombre por el pecado original (J. Ratzinger, Escatología, Barcelona 1984).

Cullman establece claramente la diferencia existente entre la concepción platónica y la concepción cristiana del ser humano, de la vida, de la muerte y del más allá. Estamos ante dos universos conceptuales radicalmente diferentes. Para Platón es una dualidad cuerpo-alma, donde el alma constituye lo racional o espiritual y, por tanto, lo bueno, lo noble, lo valioso, mientras el cuerpo es lo vil y sin valor. El cuerpo (soma) es mortal para Platón, mientras que el alma es inmortal, eterna e indivisible. El cuerpo se puede representar como una cárcel (sema) que aprisiona al alma y no la deja vivir su vida auténtica. Evidentemente que esta concepción es ajena a la concepción bíblica. Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, el ser humano es una unidad de vida que puede ser designado como cuerpo (basar-soma) o como vida o alma (nefesh-psyche). No hay dualidad semejante a la griega. Cullmann subraya con respecto a esta diferencia, que la antropología griega difiere radicalmente de la Testamentaria puesto que tanto el cuerpo como el alma han sido creados por Dios como buenos. Son malos en cuanto han caído bajo el poder la muerte. Sin embargo, ambos pueden y deben ser liberados por el poder de vida del Espíritu Santo. La liberación no sería la del alma que se libera del cuerpo, sino que ambos son liberados del poder mortal de la carne, del pecado y de la muerte. La resurrección afirma que el hombre entero, que está realmente muerto, es llamado a la vida por el Creador. La inmortalidad del alma, por el contrario, no habla, ni confiere esperanza de vida nueva, solo de que el alma no muere, continúa en el mismo estado, sin esperar el milagro creador. Así pues, la enseñanza bíblica es la de resurrección y no la de la inmortalidad del alma.

Posteriormente veremos que hay posturas intermedias que intentan ensamblar inmortalidad y resurrección del alma con el cuerpo. Muchos teólogos católicos entienden y explican en su concepción antropológica el termino de “alma” en sentido unitario, porque se puede hablar de dos dimensiones del hombre, la corporal y espiritual, pero no de dos principios que hagan subsistir al alma después de la muerte separada del cuerpo. Esto sería dualismo. Y como dice Ruiz de la Peña, (La otra dimensión 1983) el alma no puede ser objeto de retribución plena, tanto para salvación como de condenación, sin la dimensión corporal. Sin embargo, la fe católico-romana sostiene una escatología donde el alma humana pervive tras la muerte gozando de la unión con Dios, sufriendo la condenación o purificando sus pecados en el Purgatorio y solo al final de los tiempos el alma recuperará el cuerpo en la resurrección de los muertos. Evidentemente aún con la parábola del rico y Lázaro, hay pocos argumentos bíblicos para sostener el Purgatorio.

Uno de los primeros en buscar una escatología más conformada con la resurrección de Cristo fue el exégeta protestante Peter Althaus quien entendía que un estadio intermedio del alma quitaba significación a la corporeidad del ser humano y a la resurrección. Si el alma ya gozaba de Dios plenamente, la muerte no habría un sido un hecho desestructurante y dramático y la resurrección quedaba privada de relieve. Más aún, si el alma al margen del cuerpo podía gozar de felicidad como algo puramente espiritual, no parecía necesario el juicio final.

Emil Brunner viene a decir en su (Lo eterno como futuro y como presente, München 1965) que en el más allá no hay tiempo, y por tanto no hay inmortalidad de modo que nuestras muertes se realizan en la sucesión del tiempo. Por la resurrección después de la muerte ya no se puede hablar de distancia con respecto a la parusía. En la presencia de Dios, dice Brunner, mil años son como un día.

Otros autores como el pensador protestante C. Stange en su libro “La inmortalidad del alma. Gutersloh, 1925” además de considerar que con la muerte muere todo el hombre, interpretaba que con la resurrección se realizaba una nueva creación del hombre.

Más imaginativa resulta la visión católica por parte de Teilard de Chardín y Karl Rahner que, al ser conscientes de no poder pensar el alma separada del cuerpo después de la muerte, consideraron que el alma mantenía una relación con el cosmos de manera que no perdía su corporeidad permanente. Rahner llamaba a este estado “pancosmicidad del alma” de manera que seguía teniendo el alma una relación trascendental con la materia.

El teólogo jesuita Ladislao Boros progresó en esta idea declarando que el hombre resucita en el momento de la muerte, pero solo tendrá la glorificación final, “éschaton”, cuando los cielos y la tierra sean transformados en la parusía final del Señor. Estas últimas posiciones pretenden crear un estadio intermedio, donde el alma no estaría separada de la totalidad y unidad del ser humano, pero no estaría en consumación plena que solo se alcanzaría con la resurrección final.

El teólogo católico Gilsbert Greshake suprime este estado intermedio del ser humano después de la muerte afirmando que el hombre resucita en el mismo momento de morir, realizándose la plena consumación escatológica y la glorificación. Por esta causa no tiene significado alguno el “éschaton” y se hace superfluo la espera de un tiempo final.

Juan Luis Ruiz de la Peña, teólogo asturiano de prestigio, sostiene como los anteriores laimposibilidad de que el alma pueda estar separada del cuerpo después de la muerte. Mantiene Ruiz de la Peña que ni el Magisterio de Roma, ni la Biblia imponen que el hombre sea retribuido si está incompleto ontológicamente. Por otra parte, si el alma gozase ya plenamente de Dios, quedaría falto de significado el “éschaton” o la parusía. Se podría hablar de inmortalidad del alma solo como condición de posibilidad de la resurrección, conscientes de que ese núcleo personal que pervive haría innecesaria una recreación total por parte de Dios. Es a partir de ese núcleo que pervive “por gracia” que Dios resucita al hombre integral. Sin embargo, la problemática tanto de la inmortalidad, como de la muerte y la resurrección instantáneas, lleva implícito que el hombre rebasa la temporalidad para entrar en la eternidad anticipada. Los teólogos entienden, sin embargo, que el hombre aún resucitado no deja de tener una cierta temporalidad puesto que si careciera de ella coincidiría con Dios en ese continuum o estricta eternidad de Dios. Lo explica así Ruiz de la Peña:

“Saliendo del tiempo, el muerto llega al final de los tiempos, un final que, siendo inconmensurable según los parámetros de la temporalidad histórica, equidista de cada uno de esos momentos. El instante de la muerte es distinto para cada uno de nosotros, pues se emplaza en la sucesividad cronológica de nuestros calendarios; el instante de la resurrección, en cambio, es el mismo para todos» (La otra dimensión. Escatología cristiana, 350).

Por otra parte, dos de los principales teólogos protestantes europeos del presente siglo, Emil Brunner y Karl Barth, han hecho suya la siguiente afirmación de Lutero:

“Abraham vive. Dios es el Dios de los vivos. Si alguien dijera: 'El alma de Abraham vive con Dios, su cuerpo yace aquí muerto', esa es una distinción que para mí sería un disparate. Yo la disputaría. Debemos afirmar: ¡Abraham completo, el hombre entero vive!".

Sostienen estos autores que la resurrección de los muertos ocurre en el momento de la muerte puesto que los muertos están ya fuera de las dimensiones del tiempo-espacio que son las coordenadas de nuestra realidad en esta vida. Esta intemporalidad de lo eterno, que es el modo de ser de Dios lo explican con el texto "un día es como mil años, y mil años como un día" (2 Pedro 3:8).

Tanto Barth como Brunner sostienen también que al morir cada hombre en ese instante tiene lugar el día del juicio, el “éschaton” y la parusía, no habiendo lugar para pensar en una “segunda venida” en las nubes, con todos los elementos apocalípticos de los textos neotestamentarios. Pero esta forma de argumentar tiene preguntas difíciles de responder como ¿el cuerpo que yace en la tumba y se descompone, que vínculo sustancial tiene con el cuerpo espiritual del que habla el apóstol Pablo? ¿no se resucita en cuerpo espiritual? ¿no fue transformado el cuerpo de Jesús en un cuerpo espiritual glorificado?

Vemos pues que la mayoría de los teólogos, especialmente los protestantes, están de acuerdo en la enseñanza bíblica de la resurrección frente a la inmortalidad del alma. Sin embargo, la dificultad mayor está en ¿cuándo resucitan los muertos? ¿al instante de la muerte del ser humano o a la final trompeta? Si la resurrección de los muertos ocurre el final de los tiempos, vinculado este hecho con la parusía o segunda venida de Cristo ¿qué ocurre con los que mueren antes del día final, a la espera de la parusía? Según esta corriente, los muertos tienen que esperar "bajo el altar" (Apocalipsis 6:9), o como lo afirma Cullmann, en estado de sueño o dormición, despojados del cuerpo mortal, algo así como desvestidos de lo corporal esperando el día final donde serán glorificados y reunidos con sus “almas” que dormían esperando la resurrección.

El problema de la “dormición” presenta también varias dificultades pues se ve obligada esta tesis a crear un lugar o ente “bajo el altar”, semejante a la existencia de los muertos en el sheol del Antiguo Testamento, hasta que llegue el final de los tiempos. Esta situación nos haría pensar que el alma es inmortal esperando ser revestida del cuerpo glorificado (soma pneumaticon) o al menos una cierta forma de existencia.


B. Jürgen Moltmann y la teología de la resurrección



Decía en una entrevista Moltmann: “Los luteranos profundizaron mucho sobre la teología de la cruz, y los católicos sobre la de la encarnación. Ahora es necesario dar otro paso: retornar a la teología de la resurrección, que es el inicio de la nueva vida en Cristo, y reelaborarla”. Sostenía también en esa entrevista que la teología puramente académica y aislada, le parecía un desierto y que la fe necesita de “sencillez”. En ambos aspectos difícil conseguir el equilibrio adecuado, como le ocurre a las dos imágenes que tenemos de la esperanza ante la muerte: la imagen antigua del alma inmortal y la imagen bíblica de la resurrección de los muertos. Dice Moltmann:

“Se trata, por un lado, de la certeza de lo invulnerable que es el alma; y, por el otro lado, de la certeza de fe de que Dios ha de crear de la muerte nueva vida. Si en uno de los casos se presupone la autotrascendencia del hombre, vemos que en el otro se presupone la trascendencia de Dios frente a la muerte. Por incomparables que sean ambas ideas, si preguntamos a las personas de nuestra sociedad qué esperanza ofrece el cristianismo a los moribundos, la mayoría de ellas nos responderán: la esperanza en «una vida después de la muerte», la esperanza en la inmortalidad del alma. «¡Salva tu alma!», fue durante demasiado tiempo el clamor lanzado por los movimientos cristianos de avivamiento. Pero los credos cristianos dicen: «Creo... en la resurrección de la carne y en la vida eterna», o: «...espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro».

Sin embargo, la resurrección no podemos entenderla ni reducirla a “una vida después de la muerte”. La resurrección es un acontecimiento de toda la vida porque fundamenta nuestra vida en la tierra y hace entregarnos y comprometernos sin reservas con la vida de ahora, la vida vivida en el amor. Dice 1ª de Juan 3:14 “Hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a nuestros hermanos”, es decir, que la vida verdadera representa aquí el amor y allá la gloria. Por tanto, la esperanza en la “resurrección de la carne”, no es una especulación de estados lejanos y futuros, haciendo que no menospreciemos ni rebajemos la vida corporal, sino que le concedamos supremo honor. La imagen de Pablo para la resurrección es excelente: “Se siembra algo corruptible, resucita incorruptible; se siembra algo mísero, resucita glorioso; se siembra algo débil, resucita pleno de vigor; se siembra un cuerpo natural, resucita un cuerpo espiritual” (1 Cor 15,42-44; cf. también Jn 12, 24; Mt 10, 39; Le 17, 33). Hemos de fijarnos que no resucita “espíritu corporal” sino “cuerpo espiritual” es decir que en la dialéctica de la resurrección, el alma no tiene que retirarse del cuerpo, sino que, por el contrario, se corporizará y se hará carne. No tiene que negar los afectos, sino que los vivificará en el amor, ni tampoco tendrá el hombre que tratar de mantener su identidad en la unidad constante consigo mismo porque sabe que es llevado de nuevo a si mismo mediante el vaciamiento de si para llegar a lo otro, a lo extraño. Moltmann, tenido por el teólogo de la esperanza dice que la esperanza no permite “vidas aplazadas” hasta que llegue la resurrección, sino que “la trascendencia de la esperanza se vive en la encarnación del amor: yo viviré aquí enteramente y moriré enteramente y resucitaré allá enteramente”. Esta visión corporal de la resurrección aparece en la escatología israelita del Antiguo Testamento. La acción de Dios en la experiencia israelita se acentúa con la salida del pueblo de Egipto, sacado de la esclavitud y conducido a la libertad. Desde entonces la acción de Dios se aguardaba también en la salvación de las aflicciones de la muerte” ¿Harás tu milagros a favor de los muertos? ¿Se alzarán las sombras para darte gloria” (Salmo 88:1) “Si el hombre se muere ¿habrá de revivir? (Job, 14:14). En Ezequiel: «¿Podrán revivir esos huesos de muertos?» (37, 3).La respuesta dice: «Yo abriré vuestras tumbas... Infundiré en vosotros mi espíritu y viviréis; os estableceré en vuestra tierra y sabréis que yo soy 'el Señor'» (37: 12.14). En Isaías 26:19 “Tus muertos vivirán, sus cadáveres se levantarán. ¡Moradores del polvo, despertad y dad gritos de júbilo!”Ciertamente, se trata de una resurrección para esta vida porque la escatología hebrea en pocas ocasiones concretiza la resurrección, teniendo Jehová otros títulos como el Señor, el Salvador o el Libertador.

Es diferente la visión apocalíptica en Daniel 12:2 “Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra despertarán, unos para la vida eterna, y otros para la ignominia, para el desprecio eterno”. Destaca en primer plano el Juicio universal donde Dios impondrá su justicia sobre las cosas y las personas. Los muertos resucitados tendrán que dar cuenta a Dios, con su cuerpo y su alma, para que puedan responder de todo lo que hicieron como seres humanos y recibir por sus acciones, vida eterna o la vergüenza eterna. En esta revelación progresiva sobre la resurrección, la fe cristiana añade o adelanta lo que constituye la entrada a la vida eterna, -porque Cristo murió y resucitó primero-, el acontecimiento escatológico que tuvo lugar en el Crucificado y resucitado por Dios. La expresión que en el Nuevo Testamento se aproxima a resurrección o levantamiento de los muertos es la de “transformación” y “transfiguración” (Filipenses 3:21), significando entonces en este “levantamiento” el que una persona encuentre su sanación, reconciliación y su consumación.

Con el texto de Filipenses 3:10 “a fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte, si en alguna manera llegase a la resurrección de entre los muertos” el apóstol Pablo parece indicar que este Espíritu vivificador se experimenta ya en esta vida. Por este poder de la resurrección toda esta vida mortal es vivificada al ser penetrada por la vida eterna. Experimentamos que somos mortales e inmortales a la vez, temporales y eternos a la vez, sabemos que somos criaturas de Dios Creador y por tanto no somos divinos, pero por el Espíritu de vida y el poder de la resurrección, llegamos a ser envueltos en la vida eterna, inmortales ya aquí en toda esta vida mortal. Estas paradojas nos hacen preguntarnos: ¿Cómo habrá que entender ese Espíritu divino de vida en el hombre? Nuestra vida en el tiempo sucede una vez y es mortal, pero nosotros tenemos una presencia eterna en Dios en virtud de aquella relación recíproca en el Espíritu de vida (Sal 139, 5). Nuestra vida se halla presente en Él porque Dios tiene experiencia de nosotros, Dios va con nosotros, Dios sufre con nosotros, Dios se goza con nosotros, Dios nos comprende, tiene memoria y tiene misericordia: «¡Acuérdate de mí según tu misericordia!».


C. León Dufour y la Resurrección de Cristo.



El teólogo y biblista francés Xavier Leon-Dufour, jesuita y profesor de Sagrada Escritura, en su libro Resurrección de Jesús y mensaje Pascual (Salamanca 1974) presenta la resurrección de Cristo condicionada a la antropología unitaria considerando que en el mismo momento de la muerte del cadáver sepultado se efectúa la resurrección. Dufour entiende esta resurrección como exaltación gloriosa pero que es una realidad metahistórica y solo se llega a ella por la fe. La palabra clave sería no tanto qué ocurrió con el Resucitado, sino qué significa la resurrección y todo el lenguaje referencial. Dufour analiza la “corporeidad de la resurrección” diciendo que no es lo mismo hablar de la resurrección corporal de Cristo que de la suerte que pudo correr el cadáver de Jesús. Se refiere en este sentido a si José de Arimatea llevó su cadáver después de ser enterrado y por tanto las mujeres no lo encontraron porque había sido puesto en otro lugar. Fue contestado Dufour a este respecto por Grelot en tres puntos. El primero se refiere a que “la resurrección no puede ser considerada una experiencia puramente subjetiva de los apóstoles” pues forma parte de los hechos de Dios en la historia de la salvación. El segundo punto se refiere a la continuidad “corporal” de Jesús, pues esa corporeidad fue “transfigurada por el Espíritu” descartándose una concepción espiritualista de la vida eterna, sin consistencia real si se considerara el lenguaje del Nuevo Testamento como representación mitológica. El tercer punto de Grelot en “Creo en Cristo resucitado” (1972) se refiere a las consecuencias de la resurrección en cuanto a la fe y esperanzas cristianas.

Evidentemente estas teorías comprometen la resurrección pues considera que en el Nuevo Testamento hay un doble lenguaje sobre el misterio pascual. En Filipenses 2:6 no se hace mención de la recuperación del cadáver, siendo una exaltación gloriosa de Jesús, pero en 1ª Corintios 15:3-5 el lenguaje es el propio de las confesiones de fe haciendo referencia a Cristo sepultado. Para Dufour es más genuino el lenguaje de exaltación, pues el lenguaje de resurrección representaría un hecho histórico y cronológico que acontece después de la muerte de Jesús. Además, señala este autor, que hay otros lenguajes de la resurrección como el de las apariciones en el que se reconoce el cuerpo resucitado, las apariciones a Pablo en (Gal 1:13-23; Flp 3: 7-14; 1 Cor 9: 1-2; 1Cor 15: 81-10) En pocas palabras, la resurrección de Cristo es una realidad de gloria y triunfo personal de Cristo, a la que se accede sólo por la fe y de la que no podemos tener constancia histórica, sería el pensamiento de Dufour. El cadáver ya no tiene relación alguna con aquel que ha vivido, porque retorna al universo indiferenciado de la materia. En consecuencia, el “cuerpo de Jesucristo es el universo asumido y transfigurado en él”.


D. La antropología católica.



Buena parte de los pensadores católicos sostiene una antropología donde la persona humana no es solamente el alma, sino el alma y el cuerpo esencialmente unidos, afectando la muerte a su “persona”. Sostiene la existencia de un principio espiritual e inmortal en el hombre llamado alma y un cuerpo llamado a resucitar, ambos constitutivos de la plenitud humana. El problema surge respecto a la muerte del alma puesto que el cuerpo es evidente que su cadáver se hará polvo en el sepulcro esperando el día de la resurrección. Si el alma no muere, si el alma es inmortal ¿a dónde va? ¿se le puede retribuir sin el cuerpo? ¿en la resurrección será transformada el alma si esta es inmortal? E infinidad de preguntas más que ya hemos hecho. El cristianismo siempre ha mantenido costumbres influidas por la creencia en la resurrección, depositando los cadáveres en el cementerio que equivale a “dormitorio” o “deposición”. Actualmente la “cremación” que estuvo prohibida por mucho tiempo, es aceptada al tener una mentalidad más correcta de la resurrección de la carne, sabiendo que se siembra corruptible y se resucita incorruptible.

Es evidente que los partidarios de una antropología unitaria apelan a los términos de basar ynefes como antropología bíblica de hombre entero o completo. El jesuita Cándido Pozo considera que esta antropología bíblica “no es el dato primariamente teológico, aunque esté consignado en la Escritura. Mucho más directamente teológica es la doctrina sobre el más allá. Y pienso que fue la progresiva revelación de un mensaje sobre el más allá, lo que impulsó e hizo evolucionar las concepciones antropológicas hebreas. Con ello quiero decir que no fue el estudio del hombre lo que determinó los límites de la escatología bíblica, sino ésta la que obligó a una más profunda visión teológica del hombre”. Así pues, en la antropología hebrea aparece un núcleo personal (refaim=fallecido o muerto) que va al sehol y el cadáver va al sepulcro, siendo salvados ambos elementos de esta antropología dual.

El otro elemento que defiende la antropología unitaria es que más allá de la muerte no existe el tiempo. Nuestras muertes se suceden en el tiempo mientras en el más allá la resurrección ocurrirá en un único momento al no existir el tiempo. Este problema lo solucionan los que mantienen un tiempo intermedio con la distinción entre sucesión física y sucesión psicológica de los actos del espíritu. El teólogo Juan Alfaro hablando de la visión beatífica (según la teología católica, los justos en el Cielo o Paraíso gozarán el poder ver a Dios) considera que el hombre no pierde toda sucesión de actos. El mismo proceso de purificación que implica el purgatorio, implica una sucesión de actos hasta completar la santidad requerida. En esto se basa la posibilidad de ofrecer sufragios por los muertos. Los autores católicos para sostener el tema del sufragio por los muertos, hacen recaer sus inconvenientes hacia las cuestiones antropológicas de la unicidad del ser humano y de la resurrección fundamentalmente. Sostienen que la antropología unitaria lejos de facilitar la fe al creyente, le hace caer en un fideísmo en el más allá al perder la certeza de que el alma es inmortal. Olvidan sin embargo que la resurrección afirma más la esperanza y sostiene la fe, seguros de que Cristo resucitó primero. Otra de las acusaciones, más sentimental que razonada es ver cierto desprecio al cuerpo con el que hemos vivido y luchado, docetismo dicen, y que necesitarían acudir a la inmortalidad del alma para encontrar una continuidad del yo y no tener que hablar de una nueva recreación. Parece como si no hubiesen leído Apocalipsis donde todo será hecho nuevo: “He aquí yo hago nuevas todas las cosas”. No dejan de tener razón de que entre la resurrección de Cristo y la Parusía hay un tiempo (para vivos y para muertos) hasta que llegue la consumación del Reino y por tanto no se puede deshistorizar el cristianismo. Sin embargo, estas objeciones dejan el problema del alma en el mismo sitio, pues alma separada no ha vencido aún la muerte, que es el último enemigo a vencer (1ª Cor 14:26).

La antropología católica tendrá que someterse a un punto de vista filosófico si quiere dar posibilidad de subsistencia al yo personal tras la muerte y conceder mérito a la intercesión por los muertos, sufragios por los difuntos que están en el Purgatorio, lo cual es antibíblico en cuanto a la salvación por gracia y justificación por la fe. Resulta incompatible una unidad personal en una dualidad de principios, cuerpo mortal, alma inmortal. Tampoco se sostiene la resurrección del ser humano con el mismo cuerpo con el que ha vivido porque todas las cosas Dios las hace nuevas, “se siembra cuerpo animal, se resucita cuerpo espiritual” y por tanto la imposibilidad de una mismidad o semejanza es manifiesta. Dios tendría poder para hacer los mismos cuerpos pero Él quiere hacer todo nuevo.


E. La antropología y escatología de Karl Rahner.



Para Rahner, la historia del hombre es desde el principio historia de salvación, ya que toda su trascendentalidad es referencia y autocomunicación con Dios. En el mismo sentido que Teilard de Sardin su visión cósmica del hombre le hace decir que Dios actuando en la evolución del mundo ha potenciado la materia para que de ella surja el espíritu del hombre. Dios actúa como fundamento trascendental de la evolución, potenciando la creación desde dentro. De este proceso Dios crea al hombre entero, elevándolo por encima de la causalidad biológica de reproducción.

El hombre es espíritu en cuanto que está referido al ser en general y a su fundamento uno, que es Dios. Por ello el hombre se siente en el más absoluto misterio al entrar en conexión con la materia, aunque materia y espíritu proceden de Dios, desarrollándose la materia hacia el espíritu llegando a una intercomunicación. El prestigioso teólogo Karl Rahner en su libro El sentido teológico de la muerte(Barcelona 1965) enfrenta la escatología concretándola en una victoria donde el ser humano entrega su propia vida en el interior de la vida Dios, si esta expresión puede tener sentido. Huye Rahner de toda representación dualista del hombre, concebido como cuerpo y alma, indicando que la salvación atañe al único hombre entero, no pudiéndole atribuir al alma una inmortalidad independiente de la materia.


F. La resurrección en otros pensadores protestantes.



Pasemos ahora a indagar lo que dicen los pensadores protestantes con respecto al pase de los resucitados a nueva vida. Una vez más nos encontramos ante dos tendencias interpretativas. Los Reformadores y la mayoría de los teólogos protestantes afirman que, en el último día, en el juicio final, resucitarán los muertos, los justos a la vida eterna con Dios y los impíos a la condenación eterna, que es la vida de separación de Dios. Esta es una escatología final, sin estadios intermedios, tales como el purgatorio, para el cual, a partir de Lutero, los protestantes en general no encuentran base bíblica. Dentro de esta corriente, la vida eterna con Dios es concebida generalmente como una continua alabanza y adoración, un ver a Dios "cara a cara". La muerte eterna o "infierno", cada vez más está siendo concebida como una existencia totalmente separada de Dios, acompañada de horrores y tormentos psicológicos y no un lugar de horrores y tormentos físicos.

Karl Barth y más recientemente, el teólogo presbiteriano escocés, John Hick, han asumido posiciones universalistas. Hick, siguiendo la línea patrística de Ireneo, considera que “el propósito de la existencia humana sobre la tierra es que los seres humanos nos desarrollemos moral y espiritualmente desde el estadio de animales sociales inteligentes, hasta el logro de una cualidad de ser que represente la perfección de nuestra naturaleza humana”. Este proceso que dura toda la vida y dentro del cual se construye la persona no siempre llega a completarse, ni se llega a “la estatura de la plenitud de Cristo” que diría el apóstol Pablo, siendo este proceso prácticamente interminable. Dentro de esta visión de Hick cabría una escatología intermedia o “paraescatología” y llega a retomar la idea de purgatorio para reformular ese perfeccionamiento. El universalismo de John Hick es evidente que no se ciñe a la ortodoxia protestante que es eminentemente bíblica. Entraría dentro del campo filosófico al considerar que lo que define al ser humano es la continuidad mental, lo anímico. Pone el ejemplo de un hombre que desaparece de Londres y aparece otro hombre con las mismas formas y cualidades en Nueva York. Diríamos sin dudar que era la misma persona. Hick se atreve a decir más respecto al muerto de Londres, que, aunque siguiese su cadáver en Londres, el de Nueva York sería la misma persona que desapareció en Londres por conservar los mismos contenidos mentales y la memoria de su vida. Refiriéndose a la resurrección, Hick plantea que, para propiciar esa continuidad de la identidad personal, Dios se aseguraría de que la persona original desapareciera para mantener esa relación de continuidad y la réplica o duplicado fuese lo que yacería en la tumba.

La imaginativa sobre la resurrección vemos pues que no se agota desde el punto de vista filosófico, teológico o psicológico, ni desde posiciones ortodoxas o heterodoxas ni siquiera desde el campo de la revelación bíblica que es la que aporta datos más substanciales y profundos. Recientemente las aportaciones del filósofo cristiano Peter van Inwagen se inclinan en parecido sentido para salvaguardar la doctrina de la resurrección, postulando un escenario sobre cómo sería posible que la persona resucitada sea la misma que la persona fallecida y más concretamente se refiere a la similitud o copia del cuerpo. Con el tema “Yo busco la resurrección de los muertos y la vida del mundo por venir", concluye Van Inwagen que los cristianos deben dar cuenta de algún tipo de continuidad física en su cuenta de la existencia del alma después de la muerte misma y sobre todo salir al paso a ciertos alegatos según los cuales la resurrección es imposible. La solución tendría estos pasos: “al momento de morir, Dios reemplaza a nuestro cuerpo con una réplica, y esta réplica es sometida a la descomposición. De esa manera, los cuerpos enterrados, incinerados y descompuestos no serían propiamente los cuerpos de los difuntos, sino réplicas creadas por Dios. En el entretiempo, Dios se lleva el cuerpo original y lo conserva hasta el momento de la resurrección. Así, cuando llega la resurrección, el cuerpo restituido es el mismo cuerpo que el original. Y, en tanto el cuerpo original no sufrió descomposición, pues fue conservado por Dios cuando lo sustituyó con la réplica en el momento de la muerte, se evade el problema del reciclaje de la materia, pues los átomos de este cuerpo (a diferencia de los átomos que constituyen la réplica) no pasan a ser átomos de otros cuerpos”.

Verdaderamente alucinante e imaginativa la solución para resolver la continuidad, pues hace que Dios nos engañe con un cuerpo que no es el nuestro y conserva el original hasta el momento de la resurrección. No querer acudir a la Omnipotencia de Dios, creador del hombre o simplemente a los textos de Pablo, 1 Cor. 15:35-44, donde pone el ejemplo del grano de trigo que muere y sale la planta y luego un grano igual, con la misma memoria genética, significa un cierto prejuicio moderno hacia la sabiduría de las Escrituras.

John Selby SPONG con su libro La resurrección mito o realidad busca una comprensión no solo lingüística sino también teológica de la revelación bíblica acorde con el universo mental de nuestra época y desde una perspectiva pastoral. Spong parte de una hermenéutica y una crítica bíblica donde distingue lo que es el mensaje y la forma de expresarlo, entre las experiencias religiosas y las maneras de contarlas, sabedor de que los textos bíblicos trasmiten experiencias de fe sirviéndose de los modos y costumbres literarias de cada época. Para Spong es necesaria esta distinción entre una realidad, su experiencia y la expresión de dicha experiencia que puede manifestarse de diferentes maneras. Concretamente acude este autor al método misdráshico a los relatos de la Resurrección “para desmitologizar los relatos pascuales” y no tanto cuadrar los detalles históricos y cronológicos como descubrir qué permitió que unos acontecimientos determinados ocurridos en la muerte de Jesús fueran conectados con la historia de la salvación. Para Spong la Resurrección de Jesús para el apóstol Pablo, “siendo real, en ningún lugar se entiende en sentido físico, como un regreso de Jesús a este mundo después de su muerte.  La Resurrección en Pablo consiste en el hecho, no constatable empíricamente, de la “exaltación” de Jesús, después de su muerte, a la presencia de Dios. Y esto vale para comprender tanto la propia experiencia de Pablo en el camino de Damasco como las apariciones de las que son testigos Cefas y los demás discípulos (1 Cor 15, 1-11)”.


3. Consideración final.

Llama mucho la atención la conclusión a la que llega este último autor, Spong, frente a la problemática -inmortalidad resurrección- que hemos procurado iniciar con este artículo. Dice: “Para empezar, permítaseme una afirmación obvia: ¡Después de todo, no se puede más que especular! En definitiva, en esta investigación se llega a un punto en el que uno tiene que decir sí o no a Jesús, y sí o no al significado de su vida. La línea ya está trazada y sólo hemos de decidir si queremos traspasarla por la fe o si rehusamos dar el paso y nos apartamos de esta tradición. Al final, al margen de la hondura en la búsqueda en las Escrituras, de la profundidad del análisis de los detalles textuales y de las otras cuestiones que pueden suscitarse, hay que pronunciarse: o Cristo es la fuente de resurrección que está dentro de nosotros o debemos confesar, honestamente, que hemos llegado a perder la fe en él”.

Hay que reconocer la sinceridad y honestidad intelectual de este autor que no oculta sus sentimientos de búsqueda permanente y acercarse hasta la frontera del misterio, para proseguir su viaje hasta Dios con todo su esfuerzo. La duda que me asalta leyendo sus escritos se refiere a si su racionalismo le deja algún espacio para la fe, si los excesivos análisis teológicos son suficientes para discernir las cosas espirituales, si acaso el leguaje bíblico con sus formas poéticas, históricas o normativas no es la mejor manera de originar la sabiduría necesaria para entender las cosas reveladas.

Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres... porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Mateo 16:17





[1] El quebrantamiento del hombre exterior y la liberación del espíritu. Watchman Nee; El hombre espiritual. Watchman Nee (1928); El Fluir Del Espíritu. Watchman Nee
[2] El magisterio de la iglesia. E. Dezinguer. (Barcelona 1955). Véase también “Hombre profano, hombre sagrado. Tratado de antropología teológica” Miguel Menzo Mestre. Ediciones cristiandad 1978

[1] Averroes (1126-1198) fue un filósofo y médico andalusí, maestro de filosofía y leyes islámicasmatemáticasastronomía y medicina. Averroes se esforzó en aclarar cómo piensa el ser humano y cómo es posible la formulación de verdades universales y eternas por parte de seres perecederos. El filósofo cordobés se distancia de Aristóteles al subrayar la función sensorial de los nervios y al reconocer en el cerebrola localización de algunas facultades intelectivas (imaginaciónmemoria...).

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