martes, 10 de septiembre de 2019

Los primeros en pasar el mensaje de Jesús







Los primeros en pasar el mensaje de Jesús.

Por Manuel de León

A modo de contrapunto

Y La Biblia tenía razón de Werner Keller comienza con parecidas palabras, este relato vibrante:
A mediados del siglo XIX, en Egipto, Mesopotamia y Palestina empezaron excavaciones y trabajos de exploración, movidos por la idea, repentinamente surgida, de buscar en aquella parte del mundo una visión científicamente fundamentada en la historia universal. Hasta entonces, la única fuente para la historia del Asia Menor en los 550 años antes de J.C. había sido la Biblia. Sólo ella contenía noticias sobre las épocas sumidas en las tinieblas del pasado. La Biblia menciona nombres y pueblos, de los cuales ni griegos ni romanos guardan información alguna.
Verdaderas legiones de sabios fueron atraídas, a los parajes del antiguo Oriente. Llenos de asombro, los hombres del "siglo de las luces” escucharon el relato de sus hallazgos y portentosos descubrimientos. La ciencia abría aquí, por primera vez, la puerta al misterioso mundo de la Biblia.
El cónsul de Francia en Mosul, Pablo Emilio Botta, entusiasta arqueólogo, en 1843 empezó sus excavaciones en Corsabad, junto al Tigris, y de las ruinas de una metrópoli cuatro veces milenaria hizo surgir a la luz, en todo su esplendor, el primer testimonio de la Biblia: Sargón, el legendario soberano de Asiria,
Dos años más tarde, un joven explorador, A. H. Layard, puso al descubierto la ciudad de Nemrod (Kalchu), designada en la Biblia con el nombre de Kélaj (Gén. 10:11) y que hoy lleva el nombre del bíblico Nemrod, el vigoroso cazador ante Yahvé. (Gén. 10:10-11).
Poco tiempo después, se descubrió a 11 kilómetros de Corsabad a Nínive, la capital de Asiria y la famosa biblioteca del rey Assurbanipal. Era la Nínive de la Biblia, cuya maldad los profetas condenan repetidamente (Jonás 1:2).
En Palestina, el erudito americano Eduardo Robinson se dedicó a la reconstrucción de la antigua topografía (1838-1852).
El alemán Ricardo Lepsius, más tarde director del Museo Egipcio de Berlín, registró, en una expedición que duró de 1842 a 1846, los monumentos del Nilo. ¡Los documentos antiguos empezaban a hablar!
Sin embargo, hermanos, no se emocionen demasiado con estos descubrimientos. La nueva arqueología revisionista dice que todo es falso. (Léase “La Biblia desenterrada”entre otros muchos libros). Sostienen que los siglos de estudio e investigación nos han engañado. Como le ocurrió a los apologistas cristianos del siglo II y III, sometidos siempre a persecución por parte del Estado, hoy también nosotros estamos obligados ante la ciencia a manifestar qué clase de crimen es ser cristiano.  Es evidente, como afirma el Dr. José Manuel González Campa, nuestro próximo conferenciante, que “tanto la Ciencia, como la Biblia se han excomulgado mutuamente, pretendiendo tener cada una el monopolio de la Verdad. Sin embargo, – dice el doctor González Campa en su libro “Ciencia y Religión” - “Para un científico serio la verdad absoluta no existe y para un cristiano concientizado la verdad como absoluto solo la tiene y la contiene Dios.”



Una breve Introducción.

Esta Conferencia de hoy puede resultar escabrosa y nada habitual, pero también puede provocar en nosotros el deseo de los de Berea: Hechos 17:11 “Estos eran más nobles que los de Tesalónica, pues recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando diariamente las Escrituras, para ver si estas cosas eran así.”
Pero antes permitidme comenzar haciendo una confesión personal que nos puede introducir en el tema. Yo soy uno de tantos que comenzaron estudiando la Biblia con los comentarios o notas de Scófield. Con ella podía seguir el pensamiento de una determinada teología, sincronizaba los versículos y podía ver todos los planes de Dios en esquemas que hasta fechaban los acontecimientos escatológicos. Con el paso del tiempo he ido encontrando otros textos bíblicos que no estaban estudiados en la Biblia de Scofield y por tanto he ido cambiando mi pensamiento a otras posturas.
 También tuve el privilegio, en mis primeras lecturas como evangélico, de recorrer las páginas de aquellos dos tomos de “Concilios” de José Grau, sobre el origen del catolicismo romano. La historia no era como me la habían contado. “Concilios” era una historia de la iglesia católica romana llena de pasiones, de problemas, de herejías donde triunfaba la carne sobre el Espíritu. Citando a F.F. Bruce, decía José Grau, que muchas veces la institución eclesiástica romana “ha llamado mentira a la verdad   y al error, dogma de fe”. La apologética católica intenta hacernos ver, como un espejismo de perspectiva histórica, que la Iglesia romana ha sido, y sigue siendo siempre la misma desde el primer siglo hasta nuestros días. Pero esta ilusión, esta errónea perspectiva histórica de lo que ha sido la vida de la Iglesia en general, y de la iglesia de Roma en particular, no resiste la más ligera investigación científica o histórica. Como demuestra José Grau, Roma, ha cambiado constantemente su visión de la iglesia terrenal y las doctrinas y prácticas papales (bastante tardías, por cierto) fueron ignoradas completamente durante muchos siglos del cristianismo antiguo.
 En ese mi primer despertar a la exégesis biblica y a la historia, también estudié el gran comentario sobre Los Hechos de los Apóstoles de Ernesto Trenchard. En aquellas fechas de los años 60 “Literatura bíblica” no tenía más de 30 libros de estudio publicados y este era uno de los pocos que teníamos en nuestras bibliotecas y de no muchos más títulos disponían las librerías. Por primera vez seguía un análisis donde analizaban los incipientes pasos de quienes eran “Los primeros en pasar el mensaje de Jesús” que es el tema de esta Conferencia. Resumiré brevemente el tema central de los “Hechos apostólicos” para luego tocar algunas problemáticas actuales generadas por un cientifismo endiosado que llega a decir: “El conflicto entre la fe y la ciencia ha llegado al punto más sensible: al descubrimiento «científico» de que los supuestos hechos históricos que fundamentaban nuestra religión, no son realmente históricos, sino creación nuestra.” Este tipo de frases las podemos encontrar fácilmente en algunas revistas de fácil acceso en nuestros medios. De un plumazo se cargan todas las investigaciones arqueológicas, filológicas, exegéticas, teológicas, filosóficas etc., y dejan a la “ciencia” como una religión de dogmas irrefutables y de verdades incuestionables. En el XIX el ser humano dejó de ser considerado científicamente como el rey de la creación y quedó reducido a un mero accidente cósmico: sin Creador y sin propósito, sin alma, sin Dios y sin esperanza. Sin embargo, en este siglo XXI el hombre ya se cree Dios.
Aunque reconozcamos que el avance científico es deslumbrante en estos últimos tiempos, en cada paso adelante, la ciencia descubre la finitud humana, la fragilidad de sus conquistas, la nimiedad de conocimiento que puede acumular, la impotencia ante la vastedad del universo creado. Cuando en el siglo XIX se creía poder predecir el futuro tras ajustar algunos decimales a la Física, - se decía -, esas décimas dieron lugar a las dos grandes revoluciones de la física del s. XX: la Mecánica Cuántica y la Teoría de la Relatividad, a manos de Max Planck y Albert Einstein respectivamente. Sin embargo, no dejo de preguntarme ¿Acaso nuestra fe se fundamenta sobre lo que se ve o sobre lo que no se ve? ¿Acaso la ciencia, cambiante y limitada, puede ser la razón de nuestra esperanza?


Los hechos de los Apóstoles


Los orígenes de la Iglesia donde vemos que los primeros seguidores de Jesús continúan su misión, se describen en Hechos de los Apóstoles. Mientras que los Evangelios narran el sentido de la vida, muerte y resurrección de Jesús, Hechos retoma el relato desde la resurrección y la ascensión de Jesús y traza el desarrollo de la misión de la iglesia primitiva. Las escuelas interpretativas de la denominada «Alta crítica» han intentado desde finales del siglo XIX explicar estos datos como relatos cargados de simbolismo. Sin embargo, aquellos que decidieron unirse al grupo de los seguidores de Jesús no lo hicieron por la riqueza simbólica o simbolista de su predicación, sino porque estaban convencidos de que el crucificado se había levantado de entre los muertos (Hechos 2, 14 y sigs.). La afirmación de que Jesús había resucitado no significaba otra cosa que el hecho de que había sido ejecutado en la cruz, pero había regresado de la muerte. Nada de simbolismo.
 En términos históricos resulta difícil discutir, como hacen los teólogos contemporáneos, que sin la fe convencida en que «a este Jesús lo resucitó Dios de lo cual todos nosotros somos testigos» (Hechos 1, 32) el cristianismo se hubiera visto abortado antes de nacer. Por el contrario, su expansión geográfica en apenas unos años resultó en verdad espectacular. A pesar de la oposición inicial de las autoridades judías y los resortes del poder, sobre el año 32-33 d. C. tenemos noticia de la aceptación en el seno de la nueva fe de prosélitos de Samaria (¡el pueblo archienemigo de Israel!) (Hechos 8,5 y sigs.) y de Etiopía (Hechos 8, 26 y sigs.), así como de la expansión en zonas gentiles como Damasco (Hechos 8, 10), Lida o Sarón (Hechos 9, 35).
Este relato histórico se orienta hacia la agenda de la gran comisión puesta en boca de Jesús al comienzo del libro de los Hechos, en la cual dice: «seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y hasta el confín de la tierra». Hechos 1:8
El racionalista Renan (en su libro San Pablo, cap. 1) admirablemente describe a los Hechos de los Apóstoles como "un libro de alegría, de sereno ardor, dado que en los poemas homéricos no se ha visto ningún libro lleno de sensaciones tan frescas. Una brisa matutina, un olor a mar, si me atrevo a expresarlo, inspirador de algo alegre y fuerte, que penetra en todo el libro y lo convierte en un excelente compañero de viaje, el exquisito libro para quien busca restos antiguos en los mares del sur”. Nosotros en Hechos vemos algo más que encanto y poesía. Hechos es la historia más coherente de la Iglesia primitiva, de los primeros en pasar el mensaje de Jesús tanto en el espíritu como en las palabras que inspiran las ardorosas predicaciones de apóstoles y evangelistas.
Según comenta el profesor Luis Fernando Garcia-Viana, esta obra de los Hechos de los Apóstoles “no pretende contarnos la historia de todos los apóstoles”. Algunos han titulado a Hechos “Hechos de dos apóstoles”. Los nombres de los Doce son cuidadosamente recordados al comienzo del libro de los Hechos y hay un gran interés en remplazar a Judas mediante la elección de Matías, para tener el número doce completo. Sin embargo, no sabemos casi nada de la actividad de ellos. Los únicos apóstoles de los que se nos cuentan hechos, son fundamentalmente de Pedro y Pablo. Juan aparece como un personaje secundario que solo es mencionado en los primeros capítulos. Pedro también desaparece de escena a partir del cap. 12, con una breve aparición en el cap. 15. Pablo, que no es uno de los doce, será la figura dominante a partir del cap. 13 hasta el final. Sin embargo, la narración termina con Pablo en prisión en Roma y nada se nos dice de su suerte posterior. Sin olvidar que muchos de los personajes de este libro, como Esteban, Felipe, Bernabé, Silas, Timoteo, etc., no tienen nada que ver con los Doce.”
La Palabra de Dios que se extiende con rapidez, adquiere así el papel de auténtica protagonista del libro de los Hechos. Realmente, todo el relato está jalonado de referencias al crecimiento y expansión de la Palabra: «la Palabra de Dios iba creciendo» (Hechos 6,7), «la Palabra de Dios crecía y se multiplicaba» (Hechos 12,24), «la Palabra del Señor crecía y se robustecía» (19,20). Son textos que aparecen al principio, al medio o al final del Libro de los Hechos.
Este crecimiento de la Palabra está muy unido a un avance geográfico que llega a los confines del mundo; el Finisterrae español. Desde Jerusalén hasta Roma, pasando por Samaría, Siria, Asia Menor y Grecia, el Evangelio atraviesa diversas fronteras étnicas y culturales hasta dejar de ser un mensaje exclusivo para los judíos. Las congregaciones cristianas se podían idealizar en el texto de Hechos 2:42“Y perseveraban en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en el partimiento del pan y en las oraciones.”
Sin embargo, la segunda generación cristiana, probablemente la del autor de Hechos, el evangelista Lucas, sobresale por la esperanza de la Segunda Venida del Señor, su Parusía en un futuro. Para el evangelista Marcos los contemporáneos de Jesús verían a Jesús viniendo en las nubes y para Mateo, el Hijo del Hombre vendría antes de que los Doce terminasen su predicación en Judea. Lucas, sin embargo, se da cuenta que esto no ocurre y se debilita la idea de una Parusía inmediata. La llegada de Cristo en las nubes se desplaza hacia la lejanía para dejar espacio al tiempo de la predicación y el testimonio. Es el tiempo de la salvación que se lleva a cabo en la historia a través de Jesús el Salvador y que Dios sigue realizando por medio de la iglesia. En pocas palabras, Lucas escribió una historia de la salvación con la que él puso al día la historia bíblica.
También nos damos cuenta, en Hechos, que la presencia del Espíritu está muy vinculada a la proclamación del Evangelio y a la gran comisión. Ya no son los grandes líderes de la historia bíblica los elegidos y los llenos del Espíritu, sino todos los creyentes, miembros de la comunidad a quienes el don del Espíritu llega en su plenitud. En los momentos decisivos, en los que el anuncio del Evangelio avanza significativamente, Lucas subraya el protagonismo del Espíritu para dejar claro que es Él quien rompe las barreras que los hombres oponen a ese avance, quien elige a quienes han de dar testimonio de la resurrección de Jesús, quien los envía y acompaña; y también quien señala los caminos de la misión y proclamación del Evangelio.
A grandes rasgos, esto sería lo exegéticamente correcto manifestar sobre los primeros en pasar el mensaje de Jesús, esto es, lo transmitido por los Apóstoles y discípulos de Jesús. Hechos de los Apóstoles es un texto canónico, en clave positiva, que elimina los duros conflictos que se produjeron entre diferentes personajes o tendencias del cristianismo primitivo y que conocemos por las cartas de Pablo. Desconoce el enfrentamiento entre Pedro y Pablo en Antioquía o si lo conocía lo borró. También excluye los enfrentamientos que tuvo Pablo con la comunidad de Corinto… En los Hechos se nos ofrece una imagen triunfal. «Sabed, pues, que esta salvación de Dios ha sido enviada a los gentiles, ellos sí que lo oirán» Hechos 28:8 Para el profesor García-Viana: “En Lucas y en los Hechos se orienta hacia el crecimiento y mejora, pero no prepara para derrotas y pérdidas irrecuperables, dejando perplejos a los cristianos cuando vean que sus instituciones comienzan a cerrarse, y que sus iglesias son abandonadas por escasez de miembros. Difícilmente la eclesiología triunfal y positiva de Lucas pueda dar aliento en ese momento, aunque, al darnos las claves de lo que es la auténtica Iglesia, puede servir para un avivamiento de la Iglesia y hacerla entrar de nuevo por el sendero o el camino del Evangelio.”
Aunque Hechos muestre una imagen triunfal y positiva, no deja de mostrar algunas amenazas de creencias inadecuadas al mensaje de salvación. Así fue necesario el Concilio de Jerusalén (Hechos 15) sobre la circuncisión de los gentiles creyentes. El desconocimiento del Espíritu Santo en el caso de los discípulos de Éfeso (Hechos 19:1-7) En este contexto de Éfeso (Hechos 18:26) se encuentra Apolos, varón elocuente, reprendido por Priscila y Aquila. Pablo al despedirse en Mileto habla de lobos rapaces y en “Hechos 20:30 “Y de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras sí a los discípulos”. En Hechos 5:11 nos dice que vino gran temor sobre toda la iglesia, y sobre todos los que oyeron estas cosas de Ananías y Safira en lo tocante al dinero de una heredad. También las persecuciones y los martirios aparecen en Hechos aunque no son presentados como nota negativa sino que los creyentes aparecen “gozosos de haber sido tenidos por dignos de padecer afrenta por causa del Nombre”.
La “Historia eclesiástica” de Eusebio de Cesarea, escrita en tono victorioso, apologético y posicionado hacia la ortodoxia imperante, expresa algo parecido a Hechos: “Cómo la palabra de Cristo recorrió todos los rincones del mundo en breve tiempo. Dice-  III 1. “De este modo la palabra salvadora iluminó de una vez toda la tierra, a manera de un rayo de sol, por un poder y un socorro del cielo. En ese mismo instante, de acuerdo con las Divinas Escrituras: «Por toda la tierra ha salido la voz» de sus evangelistas inspirados y apóstoles, «y hasta los fines de la tierra sus palabras»”.
Escrita en el siglo IV comienza así esta “Historia eclesiástica”: “ Me he propuesto redactar las sucesiones de los santos apóstoles desde nuestro Salvador hasta nuestros días; cuántos y cuán grandes fueron los acontecimientos que tuvieron lugar según la historia de la Iglesia y quiénes fueron distinguidos en su gobierno y dirección en las comunidades más notables, incluyendo también aquellos que, en cada generación, fueron embajadores de la Palabra de Dios, ya sea por medio de la escritura o sin ella, y los que, impulsados por el deseo de innovación hasta el error, se han anunciado promotores del falsamente llamado conocimiento, devorando así el rebaño de Cristo como lobos rapaces.”
¿Enseñaron Jesús y sus discípulos una ortodoxia que fue transmitida hasta las iglesias de los siglos II y III? ¿Proporcionan los Hechos de los Apóstoles un relato fidedigno de los conflictos internos de las primeras iglesias cristianas? Y, otra pregunta más, ¿ofrece Eusebio un bosquejo digno de confianza de las acaloradas disputas de las comunidades cristianas postapostólicas? La respuesta a estas tres preguntas es compleja. Podemos decir que el mundo académico ya no duda de que el cristianismo primitivo era diverso, incluso desde la época neotestamentaria. Cuando el Nuevo Testamento fue finalmente reunido, se incluyó en él, el libro de los Hechos de los Apóstoles, un relato de las actividades de sus discípulos después de la muerte de Jesús. Pero, había también otros libros de Hechos escritos en los primeros años de la Iglesia: los Hechos de Pedro y de Juan, los Hechos de Pablo, los Hechos de Tecla, una importante seguidora y compañera de viaje de Pablo. Sin embargo, creemos que la visión general del Nuevo Testamento que nos ha llegado es fidedigna. Las mismas exaltaciones a favor de la ortodoxia o los ataques a la herejía por parte de Eusebio en su Historia eclesiástica no solo nos proporcionan una versión fehaciente de los tres primeros siglos de nuestra era, sino que dan veracidad y autoridad al libro de los Hechos.
Sin embargo, para los seguidores de Baur el fundador de la conocida Escuela de Tubinga, y de Bauer, en su libro “Ortodoxia y herejía en la cristiandad más temprana”, el historiador Eusebio presentaba una Iglesia triunfal y original, unida y única. Según la tesis de Bauer no existía tal iglesia “única y unida”, sino distintos grupos de creencias y tradiciones locales, que ante tal disensión doctrinal cristiana la llevó, en un proceso paulatino, a la formación de un cuerpo doctrinal "ortodoxo. Las disensiones interpretativas darían lugar a los primeros concilios y primeros credos para fijar doctrina, manteniendo que la ortodoxia es un cuerpo de creencias original y la herejía una desviación de ello.  Con la publicación del libro de Bauer, muchos estudiosos empezaron a interpretar los orígenes del cristianismo como un conjunto de numerosos grupos heterodoxos, de los cuales al final sólo uno, el que ya el teólogo Orígenes (s. III d.C.) llamó "la Gran Iglesia", resultó triunfante, terminando por imponerse su ortodoxia como la verdadera y única heredera y receptora del mensaje de Jesús y sus apóstoles. En este sentido otros autores como Antonio Piñero, en Cristianismos derrotados (2007), utiliza los conceptos de vencedores y vencidos para el binomio ortodoxia-herejía.


La crisis de la religión

La crítica al contenido, a la autoridad y el valor de los Hechos, en los tiempos actuales, nos traslada a lo que algunos llaman “la crisis de las religiones”. O en palabras del teólogo, profesor y pastor W.C. Van Unnik, Lucas y Hechos son “el centro de la tormenta en la erudición contemporánea”. Sin embargo, la ferocidad del ataque se extiende a toda la Biblia. Nos referimos a aquella situación de perplejidad que expresamos con el dicho de que «cuando ya teníamos las respuestas...nos cambiaron las preguntas». Mas concretamente, al ver el abandono del cristianismo en algunas regiones o países, estos consideran la única salida “racional y científica” -dicen-,  la mutación genética religiosa y espiritual como si de evolucionismo se tratase. Lo que nos dicen estos agoreros en concreto, es que el cristianismo no tiene salida. El cristianismo actual, como el Titanic, después del golpe con el iceberg, (el golpe es la nueva critica o nuevos paradigmas) ya está sentenciado, y se va a hundir; pueden ser «dos horas y media», o tal vez varios siglos, pero ya está herido de muerte y sin capacidad de reforma. Lo que necesita el cristianismo no son «reformas», - dicen - sino rupturas; o sea, no «propuestas nuevas desde los presupuestos de siempre», sino «propuestas nuevas, pero desde presupuestos también nuevos».
 Más sutilmente nos suele decir esta “crítica”, que nadie puede negar y así nos lo expresan los historiadores, es que, durante los primeros tres siglos cristianos, las prácticas y creencias entre quienes se llamaban a sí mismos cristianos eran tan variadas que las diferencias entre los cristianos de hoy no parecen ser mayores. Los seguidores de Jesús, en estos siglos primeros, habían adoptado diferentes creencias teológicas con arreglo a la tradición oral de cada región, puesto que el Nuevo Testamento no estaba escrito ni consensuado y aprobado. Sin embargo, no hemos de pensar que no había escritos. Solo para tener una referencia, el descubrimiento de la Biblioteca de Nag Hammadi en 1945 supondría, desde la perspectiva de la Historia del Cristianismo Primitivo, una revisión profunda del modo de valorizar el cristianismo de los primeros siglos.  La gnosis supuso uno de los fenómenos ideológicos que dominaron el pensamiento no sólo religioso, sino filosófico de la cuenca del Mediterráneo durante los siglos I al IV de nuestra era.
Decimos pues que el ataque al cristianismo es frontal, excluyendo y despreciando los infinitos análisis teológicos, exegéticos o históricos de los siglos pasados. Como si la naturaleza del ser humano hubiese cambiado en estos siglos y sus necesidades espirituales y existenciales fueran otras, confundiendo conocimiento científico con sabiduría. Un ejemplo es la embestida a la misma Reforma protestante, que quedaría tocada en sus pilares, por este ataque frontal de los nuevos paradigmas. Sobre la “Sola Scriptura” de la Reforma, en una “sociedad del conocimiento” -dicen- que no acepta creencias míticas, ni autoridad de la tradición, ni la división entre este mundo y el otro, tal vez sea mejor saltar por encima de los dualismos y dejar de hablar de “revelación”. Sobre la “Sola fides” - nos dicen- que en una sociedad avanzada que ya no cree que Dios sea un Señor, ahí arriba, ahí fuera, que se esconde, y que impone la condición de creer en él, en esta sociedad que piensa que ya no se trata de «creer», no parece necesario someterse y ofrecer el sacrificio razonable de la fe. Queridos hermanos, se inquietarían aún más, si oyésemos sus críticas al “Solus Christus” y “Sola Gratia”. (Todas estas frases  -insisto- se leen en alguna revista que tenemos a nuestro alcance)
Hechos de los Apóstoles no nos dejará ver todo lo que realmente sucedió porque ha nacido con un propósito teológico e histórico, donde la naciente iglesia primitiva   se muestra audaz y eficaz, con el poder de cambiar vidas y trastornar al mundo. Es indudable que las más de las veces, los portadores de las primicias del Evangelio no solo fueron Apóstoles y discípulos de Jesús sino también hombres humildes y desconocidos —funcionarios, comerciantes, soldados, esclavos -.Decimos desconocidos como los citados en Hechos 13:1 HABÍA entonces en la iglesia que estaba en Antioquía, profetas y maestros: y cita a, Simón el que se llamaba Niger, Lucio de Cirene, Manaén el que se había criado junto con Herodes el tetrarca”. Con algunas salvedades, es lícito afirmar que la penetración cristiana fue durante estos siglos un fenómeno que afectó a las poblaciones urbanas mucho más que a las rurales. Dice la Carta a Diogneto Siglo II-III,: “Los cristianos no se diferencian ni por el país donde habitan, ni por la lengua que hablan, ni por el modo de vestir. No se aíslan en sus ciudades, ni emplean lenguajes particulares: la misma vida que llevan no tiene nada de extraño. Su doctrina no nace de disquisiciones de intelectuales ni tampoco siguen, como hacen tantos, un sistema filosófico, fruto del pensamiento humano. Viven en ciudades griegas o extranjeras, según los casos, y se adaptan a las tradiciones locales lo mismo en el vestir que en el comer, y dan testimonio en las cosas de cada día de una forma de vivir que, según el parecer de todos, tiene algo de extraordinario”.
En el cristianismo primitivo las prácticas y creencias entre quienes se llamaban a sí mismos cristianos, según nos lo muestran los Hechos, no parecen ser tan variadas ni ajenas a los principios del Reino de los cielos. Sin embargo para Bart Ehrman que sostiene las tesis de Walter Bauer: “La mayoría de esas antiguas formas de cristianismo son hoy desconocidas debido a que, en su momento, terminaron siendo reformadas o erradicadas. Como consecuencia de ello, los textos sagrados que algunos de los antiguos cristianos emplearon para apoyar sus creencias religiosas fueron prohibidos, destruidos u olvidados; de una forma u otra, perdidos. Sin embargo, como acertadamente dice el Dr. González Campa en varios de sus escritos, los cristianismos son muchos, pero “la iglesia es UNA por muchas ramificaciones en las que se haya diversificado”.
Un gran libro “El fundamento apostólico” de José Grau en su segunda edición, en la que incorpora autores como Cullmann o Ridderbos, Ramm, Stonehouse o Bruce, afirma: “En un punto, todas las Iglesias concuerdan, pese a las diferencias que en otras cuestiones puedan separarlas: la revelación no es producto del ingenio humano o del esfuerzo filosófico, sino el resultado de la libre y soberana iniciativa de Dios que ha querido darse a conocer a los hombres. Ya a mediados del siglo II, en el llamado “Fragmento de Muratori”, se lee: “Y así, aunque parezca que se enseñan cosas distintas en los distintos Evangelios, no es diferente la fe de los fieles, ya que por el mismo principal Espíritu ha sido inspirado lo que en todos se contiene sobre el nacimiento, pasión y resurrección (de Cristo)...
Si anteriormente decíamos que Hechos es un libro original pero optimista, algunos sembradores de la crisis epocal de la religión insisten en que tal crisis podría ser «la mayor tragedia que haya sufrido nuestra especie a lo largo de toda su historia». Esta catastrófica visión se refiere al nuevo modelo arqueológico bíblico que parece trastocar aquel enfoque del libro de Werner Keller de “La Biblia tenía razón”, (1950)” que citábamos al principio. El libro “La Biblia desenterrada” citada, o “La invención de Dios” Thomas RÖMER parten de una idea fuerza sobre la que se construye que el hombre prehistórico creó sus propias creencias religiosas y su propia historia. Dice: “La epopeya histórica contenida en la Biblia —desde el encuentro de Abraham con Dios y su marcha a Canaán hasta la liberación de la esclavitud de los hijos de Israel por Moisés y el auge y la caída de los reinos de Israel y Judá— no fue una revelación milagrosa, sino un magnífico producto de la imaginación humana”. Se tergiversa la historia y se desvaloriza el trabajo arqueológico anterior calificándolo de poco científico. Se dice que “las excavaciones arqueológicas tradicionales se hacían «con la piqueta en una mano y la Biblia en la otra»: la Biblia guiaba el trabajo arqueológico, que se ponía al servicio de la demostración de la verdad de la Biblia. Se trataba de encontrar el rastro de la presencia de los patriarcas por las montañas de Israel, los vestigios del diluvio, el rastro del éxodo de los israelitas saliendo de Egipto y su peregrinación por el desierto. Hoy se prefiere hablar de arqueología de Palestina, o arqueología siro-palestina, porque ya no se acepta en rigor el concepto mismo de «ciencia arqueológico-bíblica. Ciertamente para algunos la búsqueda de la verdad no tiene que oler a Biblia, aunque sea científica y autónoma esa búsqueda.



Conclusión

Los primeros en pasar el mensaje de Jesús fueron los discípulos de Jesús, guiados por el Espíritu de la promesa. En Lucas 24: 47-49 dice, “Y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén. Y vosotros sois testigos de estas cosas. He aquí, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros; pero quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto”.
 Como dice David Burt – “El Nuevo Testamento no puede ser fácilmente «explicado» como un libro de leyendas inventadas por hombres crédulos y engañados, ni como la fabricación tardía de una iglesia decadente. Todo apunta hacia la idea de que sus libros fueron redactados en fechas próximas a los hechos, por los apóstoles o por sus compañeros cercanos, y que el espíritu que informa su narración es el de la veracidad testimonial de los testigos oculares.
Esto NO nos obliga a creer. La fe es siempre algo voluntario y no se presta a la coacción. Pero al menos este cuerpo de evidencias debe hacernos volver al Nuevo Testamento con renovado interés y con la disposición de aceptarlo como lo que pretende ser: el testimonio fidedigno de testigos oculares a los hechos y dichos verídicos del Jesús histórico. La fe cristiana no es un suicidio intelectual. Satisface al ser humano en todos los niveles. Le proporciona evidencias adecuadas para contestar a sus interrogantes intelectuales legítimos. Se dirige igualmente a su mente y a su sentido ético, denuncia su culpabilidad, destapa su mala conciencia y le señala el camino del perdón y de la justicia. Le da también una visión coherente de la vida, satisfaciendo sus anhelos de eternidad y dándole esperanza de cara al más allá. Es asimismo una fe vital y real, cuya autenticidad se puede experimentar en la vida diaria, en la comunión con Dios y en la comprobación vivencial de su
fidelidad. La fe cristiana no es ciega. No está reñida con la verdad ni con el espíritu de análisis e investigación. Desde luego, la fe siempre va más allá de los conocimientos comprobables; pero, si es viable, siempre descansará sobre evidencias firmes. Muchas gracias.

ALGUNA BIBLIOGRAFÍA.
¿Cómo llegó la BIBLIA hasta nosotros? Copilado por Pedro Pugvert
¿Son fidedignos los documentos del Nuevo Testamento? por F.F. Bruce
Cristianismos perdidos. Los credos proscritos del Nuevo Testamento. Bart D. Ehrman
El Fundamento Apostólico. José Grau
El Secreto Histórico de la Vida de Jesús.  Albert Schweitzer
Historia de la Iglesia Cristiana  Por Philip Schaff
Jesús No Dijo Eso - Bart D. Ehrman
Y la Biblia Tenía Razón. Werner Keller.
La Biblia Desenterrada. Israel Finkelstein y Neil a. Silberman
La Crítica Ante La Biblia.Jean Stein Mann
Ortodoxia Y Herejía En La Cristiandad primitiva. por Walter Bauer

jueves, 20 de junio de 2019

Reseña "Filosofía y cristianismo" de Alfonso Ropero













FILOSOFÍA Y CRISTIANISMO.
        Pensamiento integral e integrador.

ALFONSO  ROPERO.

 CLIE  1997

 por Manuel de León

         Puede parecer exagerado o pretencioso decir que este libro de Alfonso Ropero Berzosa representa un hito en la historia del pensamiento cristiano evangélico. Sin embargo, cuando realizas varias lecturas, por el contrario, descubres un nuevo mar de referencias inadvertidas, y estímulos nacidos de pensamientos madurados y contrastados. El sobresalto final de admiración y asombro es inevitable: Ropero nos ha sorprendido y alucinado.

            El título expresa la intencionalidad primera y última de un contenido integrador, erudito y comprometido. El libro es una sorpresa grata en todos los sentidos, máxime cuando la reflexión filosófica y el pensamiento teológico se ha anquilosado en España, reducido a solo buenos exégetas y maestros, herencia a su vez de otros maestros, pero sin una reflexión encarnada, posible, actualizada y útil.  No se ha creado pensamiento y, cuando alguno lo ha hecho, se ha reducido a ámbitos muy trillados y en algunos casos ya superados por otros. Así pues, Ropero aparece como un pensador e intelectual que descubre mundos no solo racionales y teóricos, sino que cavila lo existencial aplicando metodología, indicando su praxis e integrando todos los elementos componedores del hombre.

            Ropero nos presenta un libro sublime de belleza especulativa, donde la fe y la razón caminan juntas todo el tiempo. “La filosofía (citando a  Hegel) es ella misma, de hecho, culto divino” y la fe, que no está puesta en “vanas filosofías” (Col.2:1-15) “en religión”, puede ser aumentada, procediendo a constatar la realidad de una manera lógica, profunda, ya que en Cristo el creyente tiene un campo infinito de conocimiento: “En El están escondidos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento”.

            Este escritor y ensayista, no es un neófito del pensamiento evangélico, si no que lleva en su haber varios libros amenazadores de sabiduría teológica y filosófica, y cientos de artículos en casi todas las revistas protestantes. “Los hombres de Princeton. Nueva era de intolerancia.  Renovación de la fe en la unidad de la Iglesia. Historia, fe y Dios, son libros todos importantes, pero este último, posiblemente, el autor no lo pueda superar. El editor dice, que mientras Ropero estudiaba en la School of Evangelism de Welwyn (Inglaterra 1985-86) descubre la obra de Cornelius Van Til y de Alan Richardson y que a partir de ellos y de la filosofía de Ortega y Gasset, desarrolla una visión integradora de la verdad, conciliando antagonismos y divisiones. Creo sin embargo que se ha quedado corto el editor, porque Ropero repara en toda la obra filosófica y teológica, muy especialmente en la española. Para que el lector se de cuenta de lo que les digo, Ropero cita a Sabino Alonso Fueyo nacido en Langreo (donde yo resido) y fallecido en Celorio (Llanes). Editó Sabino, varios libros sobre filosofía pura en Valencia, cuidad que lo hizo hijo predilecto, y fue un personaje de las letras importante. Pues a este filósofo casi nadie lo conoce, ni siquiera los intelectuales asturianos lo tendrían por filósofo, pero Ropero lo cita y lo conoce.

            Solamente sus 60 páginas de bibliografía y los cientos de notas marginales, indican el trabajo de síntesis que Ropero ha realizado. Cada línea está contrastada con el devenir histórico del pensamiento, los factores positivos y negativos, visibles y ocultos, que cada tesis obliga. Cada aseveración está sólidamente cosida a unas concepciones netamente evangélicas y reformadoras, que nos deslumbran por su perfecto discurrir y sus propuestas existenciales. Dice el prologista, profesor Francisco Pérez Fernández que el andamio sobre el que se construyen los diferentes capítulos del libro y que coexisten pacíficamente razón y fe, son engranajes que no chirrían, gracias al mantenimiento oleico que Ropero hace, sintetizando siglos de teología cristiana y protestante. Sin embargo Ropero sale indemne del intento y en algunos casos con ideas originales.

            En el libro encontramos expresiones valerosas : “La ignorancia, la ausencia de pensamiento es lo que paraliza el progreso de la verdad”
“El protestantismo, en razón de su origen y reivindicaciones intraeclesiales de renovación y purificación de la iglesia, o sea, de disputa “familiar”, ha primado siempre la labor exegética de la Biblia, imprescindible y fundamental en si misma, pero ha tendido a ignorar que las preocupaciones de las comunidades de creyentes no son las mismas que los de la comunidad civil y que lo que a una es suficiente a la otra le es indiferente. Abandonada a su propia suerte la filosofía se emancipó de la teología y se reveló contra ella. Pocos advirtieron y siguen sin hacerlo, que la autoridad última de la Biblia depende del individuo que la explica. Estamos de lleno en el subjetivismo mas extremado si no median algunas nociones previas de carácter epistemológico y hermenéutico. Aquí la filosofía resulta auxiliar imprescindible, de otro modo se cae en la temible infalibilidad del hombre de la calle al decir de A.E. Baker
“La teología evangélica tiene que mostrar que la Biblia responde a  los anhelos mas nobles y a las intuiciones mas certeras de los mejores ejemplares representativos de la inquietud y zozobra humana.”
“El mundo evangélico necesita un nuevo impulso vital y una actualización de su identidad cultural.”

Así pues Ropero, no solo repasa todas las concepciones filosóficas en su historicidad secular como ejercicio intelectivo, sino que crea sus propios ensayos, desde la perspectiva evangélica, para apropiarse de aquellos elementos útiles para su discurso. No es una obra que Ropero la deje acabada, pero sí diseñada para nuevos ensayos. Ha planificado espacios y tiempos, ha buscado materiales y herramientas, y nos reta a la construcción de un pensamiento evangélico integrador y profundo. La tarea es inmensa para una persona - dice. Otros han de entrar en la labor y perfilar sus contornos; recortar aristas.

Tanto en la bibliografía, como en las citas abundantísimas, se busca mostrar la cantidad de material que hay a nuestra disposición y que cada cual debe rastrear conforme su fe y su manera de entender. “... Dios es el principio y el fin, el Alfa y la Omega. Entre estos dos puntos el ser humano tiene su espacio de conocimiento, de saber y ser sabido... Cada cual en su lugar donde se encuentra, es un punto de vista vital, una muy necesaria perspectiva, que contribuye al esclarecimiento final de la Verdad. En este sentido, el conocimiento humano manifiesta un “aspecto revelacional” y por tanto, un valor a tenerse en cuenta por el cristiano que se somete a la revelación de Dios en las Escrituras”.

Ropero también es valiente para enfrentarse a los tópicos, algunos de los cuales han degradado al hombre culturizándolo para el subdesarrollo y la pobreza. “Hay - dice el ensayista - toda una mística de la pobreza y un halo de santidad en la crítica hipócrita del consumismo. Es hora de decir lo contrario, si no queremos seguir oyendo las mismas estupideces de siempre. El consumismo no es el demonio, sino el no tener nada que consumir y por ende ser consumido por todo: hambre, miseria, raquitismo, analfabetismo y efectos morales concomitantes: rencor, amargura, apatía indiferencia ética:” Así comienza a discurrir Ropero, en una analítica profunda, que toca todas las teologías de la pobreza. Lo mismo hace con otros problemas, que en la mayoría de los casos estaban huérfanos de reflexión.


            La obra de nuestro querido Juan Solé Herrera (Véase “Cristianismo vital”CLIE 1993) puede ser la primera referencia, a esta forma de ensayo profundo y erudito. Juan Solé, entiendo que tenía miedo de estar por encima de los demás - en su intencionada humildad - pero en su conversación fácil, siempre se adivinó este sentido pensante, erudito, integro e integrador. Ropero introduce la razón como instrumento creativo y fortalecedor de la fe, para la discusión, análisis y desarrollo del espíritu evangélico. “La vida misma funciona como razón”. “L razón es el órgano vital con que el ser humano ordena su caos primordial, su tener que vivir entre las cosas, su estar arrojado en el torbellino de la existencia, en medio del mundo.”
Juan Antonio Monroy también, en su libro de crítica literaria “El sueño de la razón” CLIE 1995, abordó situaciones de la vida y del espíritu, reflejando las inquietudes metafísicas de algunos autores conocidos y emblemáticos.

            Este libro tiene dos partes: En la primera: Fe y razón, Ropero nos perfila el diamante multifacético de la verdad, con llamadas insinuantes a mirar la única Verdad. “Algunos consideran a la teología y el desarrollo de la misma un monumento descomunal a la locura humana, una aberración monstruosa del espíritu humano...” El ideal de una iglesia unida, la nueva humanidad bajo la nueva verdad de la Palabra, se ha probado imposible por las disputas doctrinales que dividen, desorientan y escinden  la iglesia:”            En la segunda parte:  Razón de la fe toca temas de siempre como la fe, el hombre, el mundo, la libertad, la vida, la obediencia, etc., palabras que se entroncan y entrelazan para conseguir un hombre de fe, con un praxis integrada en la historia y conocedor de la salvación como racionalidad integral.

            Una advertencia final. Este libro no es de lectura rápida. Es lectura amena en ocasiones, pero sintético, reflexivo y para algunos puede resultarle duro. Duro en la parte mas teórica de la disquisición filosófica, pero aleccionador en la que nos descubre aquellos elementos extraños que crujían en nuestro entendimiento, pero que aceptábamos por tradición eclesial, ideológica o temporal. Este libro es distinto a los millones que circulan por las bibliotecas, porque hay mensajes subliminales en cada línea, sugerencias iluminadoras en cada capítulo. Es un libro para leer varias veces, porque cada lectura es nueva, reveladora de un pensador preocupado y honrado en sus limitaciones como en sus éxitos.

            Este es un libro de investigación en Universidades, Seminarios o Cursos Bíblicos, obligado para pastores y enseñadores, aconsejado a jóvenes que estudian y les falta el contraste debido con las instrucciones dadas en sus colegios; pero es también para todo el pueblo evangélico que debe saber dar razón de su fe.
               
                                                                                              Manuel de León