Me reúno en un conocido restaurante de Oviedo los sábados en
amena tertulia, con unos amigos católicos, buenos teólogos ellos y mejores
creyentes. Nos tomamos un café y hablamos de las cosas de Dios. El problema de
estas reuniones es el “definir” bien para saber de que estamos hablando. Alguno
de los contertulios define bien, pero como todas las definiciones, siempre hay
deficiencias. Ha ocurrido con el caso de la fe.
ORBAYU AUTOR Manuel de León 29 DE NOVIEMBRE DE 2005
No es fácil definir lo que es la “fe”, porque no estamos
hablando de un conjunto de normas, de preceptos eclesiales, ni siquiera de
formas de dar testimonio en público para afirmar que tienes fe. La fe es una
actitud integral del ser humano frente a Dios. Implica el arrebato de un
desesperado por cruzar el abismo existencial. Implica la contemplación de la
luz mas allá de las tinieblas de la noche fría de los muertos en delitos y
pecados. Pero implica el razonar, porque la fe no es ciega, no es placébica, ni
opiácea. Y también implica descansar activamente en los brazos de Dios.
Alguna
vez he contado la historia del alpinista del Aconcagua, que se preparó durante
toda su vida para conquistar la cima. Cuando solo quedaban unos metros para
coronarla, una tormenta y la noche fría se enfurecieron contra el conquistador
y este cayó al abismo en medio de las tinieblas. Se dice que en estos momentos
la vida entera pasa vertiginosamente y se acordó de Dios antes de estrellarse
contra la roca.
- ¡Dios sálvame! Exclamó En ese momento la cuerda le sujetó
bruscamente y quedó suspendido. Pero la noche fría y el hielo de la tormenta se
abalanzaban furiosamente y volvió a exclamar: - ¡Dios! ¿ que hago para
salvarme?
Y una voz le dijo, “Si quieres salvarte, corta la cuerda”.
La noticia
en los periódicos del día siguiente decía: Un alpinista ha muerto congelado
suspendido de una cuerda, a solo unos centímetros del suelo.
La faltó fe, pero
sobre todo le faltó razón, pues sabía que suspendido en medio de la tormenta
era una muerte segura. La fe, que es un don de Dios según Efesios, que no
depende del que quiere o del que corre, sino de Dios que tiene misericordia,
según nos dice Romanos, y que es evidencia clara de las cosas que se esperan y
que no se ven, según nos dice Hebreos, requiere valentía existencial,
compromiso de amor con quien nos ofrece salvación. Es lo que expresa la otra
anécdota siguiente:
“Se cuenta de un equilibrista que daba grandes
demostraciones de su habilidad, caminando sobre la cuerda a alturas muy
elevadas, sin la seguridad de una red. Un hombre llegó a oír de su fama, y le
invitó a dar una demostración en su ciudad. Se colocó la cuerda sobre unas caídas
de agua muy altas, y el equilibrista empezó a caminar, empujando una
carretilla. La gente reunida abajo miraba para ver si el hombre podría cruzar.
Cuando cruzó exitosamente, todos le dieron un aplauso -y luego lanzaron un
grito apagado al darse cuenta de que tenía los ojos vendados. Quitándose la
venda, el equilibrista le preguntó a su anfitrión:
- ¿Cree usted que yo pueda
cruzar esas caídas de agua?
Respondió el anfitrión: - ¡Claro que sí! ¡Lo acabo
de ver con mis propios ojos!
Le respondió el equilibrista: - Entonces súbase a
la carretilla.”
No me parece descabellada la idea del filósofo-teólogo danés
Søren Kierkegaard que sentía que un abismo separaba la razón humana de la fe y
que el supuesto creyente tenía que dar "un salto de fe" sobre ese
abismo para encontrar la salvación. Lo que quizás sea mas ilustrativo sea ese
subirse a la carretilla del ejemplo anterior y con ello expresaríamos esa total
dependencia de los brazos de Dios en la salvación.
Una salvación que no siendo
mérito nuestro, implicaría la valentía de aceptarla, pues el Reino de los
cielos se hace fuerte y solo los valientes lo arrebatan. Aunque es difícil
definir la “fe” como actitud integral del ser humano frente a Dios, si que
podemos distinguir a los que se esconden en las barricadas de la fe como
conjunto de verdades y olvidan que es don de Dios.
La fe del carbonero que
popularizó Unamuno, era una fe que se escondía en los doctores de la iglesia y
los dogmas.
La del francotirador es la del que siempre está expectante de los
errores de los demás y defendiendo a Dios, para ocultar su falta de fe.
La
verdadera fe no está relacionada sólo con las obras, la fe y la razón, - ese
largo e infructuoso debate histórico católico-protestante. No sólo está
relacionada la fe con la verdad y la libertad, sino que exige un sentido
direccional, una actitud obediencial desde el vaciamiento de todo lo humano
meritorio de la justicia de Dios frente al pecado.
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