Calvino y el capitalismo
Manuel de León de la Vega
1. Calvino y el trabajo
Suelo decir que yo soy de la generación del “trillo” y
del “arado”. Con estos elementos se familiarizó mi infancia. Mi padre me enseñó
a arar la tierra y a trillar el trigo. El arado y el trillo salen en el libro
de Job y durante generaciones, y por miles de años, el trillo y el arado han
sido elementos simbólicos de la producción. Hoy –por ejemplo- los tractores y
las cosechadoras han cambiado la faz de esa tierra que daba sus frutos a su
tiempo y han aparecido otros modelos de trabajo y producción que multiplican
los beneficios, aunque sea a costa - en algunos casos- de destruir el planeta.
En esta industrialización del campo, en los últimos 50
años se ha avanzado más que en toda la historia del hombre. Sin embargo, la
desigualdad entre el tractor y el arado es la misma que entre los pobres y los
ricos de la tierra. ¿Será pues el capitalismo la causa de todos los males?
¿O será el egoísmo del ser humano y la ambición por atesorar la que produce
estos desequilibrios?
Lo que nos interesa en este análisis, necesariamente
sucinto, de la mentalidad capitalista, es por qué y de donde proviene la idea
de acumular capital y emprender una actividad lucrativa. Todos están de acuerdo
que el calvinismo y el pietismo posterior tuvieron mucho que ver. Por una parte, según analizó
magistralmente Max Weber en “La ética protestante y el espíritu del
capitalismo”, el creyente entendió el trabajo y toda actividad humana como
objeto de prueba y seguridad de estar predestinados y salvados. El “ora et
labora” tenían el mismo sentido de gratitud a ese Dios que desde la eternidad
les había elegido.
También necesitamos saber si este espíritu del
capitalismo nacido del calvinismo es el mismo espíritu que anima la salvaje
explotación actual y donde los imperios capitalistas oprimen sin piedad a los
pobres haciéndolos cada día más esclavos y dependientes. Una desigualdad que adquiere
tintes de tragedia y casi cataclismo, porque el holocausto de pueblos enteros
denigra al ser humano hecho a la imagen de Dios. ¿Son estos dos elementos
producto de una mala definición, de una mala doctrina que entendía “vocación o
profesión” como misión impuesta por Dios, un mandato celestial que exigía todas
las fuerzas en forma continua y tenaz, para dedicarse en cuerpo y alma al mundo
del comercio, la política, la salud y todas las demás esferas de la actividad
humana?
Se ha dicho que en la Edad Media había una arraigada
conciencia colectivista y cooperativista frente al individualismo moderno
generador del capitalismo. Sin embargo, algunos autores sostienen que si bien los grupos y los
gremios, la aldea y la iglesia ejercían una fuerte unión, no por ello la gente
se consideraba colectivista, ni hubo una ruptura brusca hacia el individualismo
renacentista. Por otra parte, el papel que se le atribuye al hecho
religioso, en unos casos como obstaculizador y coercitivo –en el caso católico-
y en otros sirviendo de instrumento y de “espíritu” del capitalismo –caso
protestante- para su plena irrupción, no es siempre cierto, pues Lutero
aceptaba las doctrinas de los escolásticos del “precio justo” y que eran
similares a las decretadas en el Concilio Lateranense de 1179 y Calvino, un
poco más flexible, también se oponía a la obtención de réditos en los préstamos
que se daban a personas necesitadas que tenían que resolver una desgracia.
El usurero no era el único actor en el préstamo del
dinero, porque la misma Iglesia católica romana obtenía grandes beneficios de
sus tierras y también los mercaderes y orfebres conseguían ganancias por los
préstamos. Sin embargo, la usura que no era controlada por la banca y las
finanzas era contra la que se dirige el Lateranense y que marcaría una marcada
diferencia entre los países de la Reforma y el Catolicismo romano.
Al separarse y secularizarse los negocios de la esfera
de la autoridad de la iglesia, el empresario, aunque siguiese teniendo a la
religión como mecanismo de sanción moral, liberó energías e hizo florecer
ambiciones en individuos que se estaban convirtiendo ya en capitalistas. El
protestantismo, es cierto, ayudó a romper la cubierta de costumbres,
tradiciones y autoridad que imponía la iglesia católica, pero más que nada, en
el protestantismo, los individuos encontraron mayores posibilidades y el
triunfo de los nuevos valores.
2. Calvino, economía y Biblia (A)
ORBAYU
AUTOR Manuel de León 13 DE DICIEMBRE DE 2005
Ya en el siglo XVI la función del interés en la teoría
política había recibido una fuerte transformación desde el pensamiento de
Maquiavelo. El interés en su concepción primigenia de avaricia y usura, pasó a
ser considerado de una manera benevolente y se apuntaba a mostrar la búsqueda
del interés y el lucro propios como algo que beneficiaría al Estado y al
interés público. La justificación del interés como actividad lucrativa iría
evolucionando hasta la Revolución industrial.
Calvino era
un hombre de Dios y no escribió tratados formales sobre teorías económicas,
políticas o sociales, sin embargo, todas las esferas de la actividad humana han
resultado tomadas por su pensamiento. En sus escritos hay material suficiente
para guiar sobre múltiples temas que afectaban al gobierno de Dios en el mundo.
En general Calvino cree que todo desequilibrio es producto de la enemistad del
hombre con Dios. El hombre necesita la reconciliación con Dios para que la
corrupción y la depravación del corazón del hombre no se extienda por la polis.
En cuanto al
“espíritu del capitalismo” que según Weber nace del fuerte sentido de la
frugalidad, de la capacidad para el trabajo bien hecho y de las organizaciones
y asociaciones protestantes, no fue exclusivo del protestantismo. Hubo otros
factores para completar la formulación capitalista, como fueron el
florecimiento de la nación-estado, la formación de la burocracia, los avances
científicos y el arrollador espíritu racionalista. Estas sociedades
trabajadoras y frugales podían atesorar, acumular y hasta exhibir fuertes
cantidades de dinero. Esto sería el referente del capitalismo, que era la
posesión de bienes, que poco a poco se harían más deseables y respetables, al
margen de las necesidades del hombre.
En Calvino
la propiedad privada era de vital importancia, porque privar a un ser humano de
su propiedad, aunque fuese el mismo Estado y legalmente, era totalmente
reprochable. El Estado solo debería regular la propiedad privada cuando
afectaba al bien público, por eso el Consistorio debería preocuparse de la
conducta de la comunidad, la participación en los cultos y la doctrina.
Vigilaría a los comerciantes y artesanos para regular la actividad económica y
prohibir el monopolio, por lo que se ha dicho que Calvino estaba en contra del
absolutismo socialista y comunista, deseando la democracia y el espíritu
comunitario de la iglesia primitiva.
Pero en lo que quizás representa
mejor el espíritu capitalista, - la acumulación de bienes, - Calvino estaba
bastante lejos de ese concepto social y económico del capitalismo actual. El
capitalismo de Adan Smith no tenía esa fundamentación bíblica y esa orientación
filosófica que poseía el capital en Calvino. Para Calvino el hombre interactúa
en las cuestiones sociales y económicas para la gloria de Dios y no solo para
el bienestar o el progreso. Calvino estaba convencido de que los Diez
Mandamientos eran suficiente base para la vida social y de la economía de la tierra.
Él era un líder espiritual que con la Biblia en la mano buscaba el equilibrio
entre política, economía y sociedad, y la vida religiosa. La Biblia debía de
ser pauta, medida y fuente en la actividad humana. Calvino, por ejemplo, tenía
una predilección especial por 2ª Tes 3:10 “Quien no quiera trabajar que no
coma” y lo comentaba con el contenido del salmo 128:2 “Comerás del fruto de tu
trabajo, serás feliz y te irá bien”, sin que ello quisiese decir que los
holgazanes debían dejarse morir de hambre, sino que el bien y la felicidad
nacen en esa actividad humana que es el trabajo.
Con el texto de Proverbios 10:4 “mucho
trabajo, riqueza”, Calvino promueve una ética protestante del trabajo que emana
de la Biblia como Sabiduría de Dios y puede considerarse este valor de la
dignidad del trabajo como la primera teología del trabajo y del derecho de los
trabajadores a disfrutar y beneficiarse de su esfuerzo.
Sin embargo, aunque Calvino no era
partidario de que las personas que no trabajaban se beneficiasen del trabajo de
los demás, no se refería a los pobres sino a los holgazanes. La holgazanería
está condenada por Dios, pero los pobres deben ser ayudados por los diáconos y
recibir ayuda económica mediante préstamos sin interés. Los niños pobres debían
ser educados gratuitamente y beneficiarse de la venta de los bienes de las
iglesias para socorrerlos.
3. Calvino, economía y Biblia (B)
ORBAYU
AUTOR Manuel de León 20 DE DICIEMBRE DE 2005
Me contaba un hermano que ha
trabajado en Suiza muchos años, de un pueblo, del que ya no recuerdo su nombre,
cuyos habitantes, la mitad son católicos y la otra mitad protestantes. Pero es
tradición que los que nacen en un lado ya nacen católicos y los del otro, nacen
protestantes. La curiosidad de este hermano le llevo a observar, que hasta las
calles del lado protestante estaban más limpias y había más prosperidad en este
lado.
Parece que el fenómeno religión igual a pobreza o
riqueza, es un hecho contrastado. Pero también el trabajo mismo y la psicología
del trabajo generan resultados de pobreza o riqueza. Componentes psicológicos
como el temperamento, el carácter, la capacidad y otros contenidos de la
personalidad pueden incidir en la actuación del hombre.
Hay sin embargo una verdadera jungla
de teorías que según Koontz (1987) abordan la problemática de la personalidad
respecto al éxito o fracaso del trabajo y quizás ninguna sepa dar solución al
problema. Se podría decir que el éxito en el desarrollo de una actividad es
la resultante del conjunto de factores interrelacionados, y en el caso del
protestantismo y en la mayoría de los casos el judaísmo, son los principios de
la Sabiduría Bíblica que son integrales e integradores.
Por eso los resultados de los estudios modernos sobre
la valoración del hombre en función de una actividad, en este caso el trabajo,
dan enfoques teóricos dispares y siempre se apunta a la integración de las
esferas cognitivas, activas, físicas y sociales, donde se incluya el elemento
religioso como diferenciador importante. Los objetivos y los resultados
esperados en la interrelación hombre-trabajo pueden motivar para trabajar,
producir y progresar, pero nunca determinarán el éxito de la prosperidad la
cual solamente da Dios. Es lo que refleja el texto bíblico: “Si Dios no edifica
la casa, en vano trabajan los edificadores”
No podemos olvidar los grandes cambios económicos
ocasionados por Lutero al suprimir los monasterios y las propiedades
eclesiásticas, pero Lutero defiende todas las estructuras sociales y económicas
de la Edad Media y ataca al capitalismo naciente. Lutero defiende una ética de
contentamiento con lo dado por Dios y de confiar en la Providencia de Dios como
los pajarillos y los lirios del campo que no trabajan ni hilan. Defiende
Lutero una ética de simplicidad basada en el amor y la fe, en contra del
egoísmo y autosuficiencia humana que quiere llenar sus graneros para decirle a
Dios que no le necesita por ahora. En esto Lutero comparte con los teólogos
católico-romanos esa ética cristiana de amor y confianza en Dios y renuncia al
mundo, que es bíblica, pero que conduce a resultados económicos diferentes.
En Calvino el “concepto de Soberanía de Dios” sobre
todo aspecto de la vida creada y sobre la actividad humana, incluido el
trabajo, impregna a todo de “dependencia de Dios”, donde el conocimiento de Dios y de
nosotros mismos están relacionados. En Calvino todo aspecto de la actividad
humana está bajo la ley y voluntad de Dios. Toda la vida del hombre es una
respuesta al llamado de Dios. Dios ha dado dones a los hombres y cada uno según
la “vocación” de Dios, tendrá que dar su respuesta al llamado. La
prosperidad y la riqueza serán pues una bendición de Dios, pero debe quedar
claro que Calvino advierte contra la acumulación de riquezas y de reírse de
Dios cuando se ora “danos el pan nuestro de cada día”.
Sin embargo, según Calvino, la riqueza como realidad
que deviene en la historia, está relacionada también con el ser humano y el
bien común, porque los bienes dados por Dios no son para ser usados
licenciosamente y para la lujuria, sino para compartir con los necesitados. Los
necesitados son el termómetro de la fe y el amor. Si hay pobres en una comunidad
cristiana, es un problema serio puesto que la pobreza puede causar daño
espiritual cuando las aflicciones y las dificultades agobian la fe y la
esperanza. Por eso mantiene la necesidad tajante de cortar con el problema
de la pobreza y estaría de acuerdo también de acabar con el capitalismo que
equivaliese a opresión y explotación.
La ética socio-economía de Calvino se basa en un
sueldo equitativo, en el que
se tenga en cuenta las necesidades del trabajador. El empleador que no da el
sueldo, que como don misericordioso de Dios se le da al hombre, está
defraudando a Dios. Pero en la llamada aprobación por parte de Calvino del
capitalismo naciente, hay que tener en cuenta algunos aspectos determinantes. Calvino
al reconocer que los métodos de producción y de crédito no son malos en sí, no
está hablando de explotación y de usura.
Calvino considera que prestar plata a un interés
equitativo, no es diferente de pedir el alquiler de una casa, pero la usura, que ya era un
elemento aceptado en la Edad Media, no será aceptada, desde el punto de vista
teológico, hasta estas afirmaciones suyas.
Pero se debe dejar claro que el capitalismo en los
términos modernos y postmodernos no es el de Calvino, ni siquiera del
puritanismo inglés al que Weber hace referencia. La relación
calvinismo-capitalismo sin embargo ha dejado en Europa un claro ejemplo que no
se puede negar y donde, en los países que aceptaron el calvinismo, los niveles
de cultura, educación, ciencia, prosperidad en general y reducción de la
pobreza, es mucho más avanzada que en el resto de países.
4. Justicia económica en Calvino (3)
Por tanto, debemos dejar claro que el capitalismo de
Joseph Alois Schumpeter cuyas teorías económicas se centraron en el papel de
los empresarios y en el futuro del capitalismo, tienen muy poco que ver con la
posición calvinista del trabajo.
Deberíamos considerar a Calvino como el padre de la
justicia económica, no ya
porque creyese firmemente que la Tierra es del Señor y que todos sus recursos y
maravillas deben ser compartidos, sino porque considerarlo padre del
capitalismo está muy alejado de realidad. No pensaba Calvino que el 20% de la
humanidad poseyese toda la riqueza y el 80 se muriese de hambre. Sus palabras
eran estas:
“Los bienes materiales no son posesiones personales;
son medios que sirven al bien común; los dones intelectuales individuales, el
talento físico o la capacidad de creación artística encuentran su verdadero
sentido apoyándose mutuamente dentro del conjunto de la sociedad.”
“El Creador quiso que todos los seres humanos lo
supieran, puesto que unos y otros son miembros de la familia humana del mundo
en virtud de su nacimiento y cada quien debe reconocer en cada uno de los demás
a alguien de ‘su propia carne y hueso”.
Con ello se apunta más a la liberación, la justicia y
el bien común, que a todo intento de monopolio esclavizante y amontonamiento de
capitales estériles en manos de unos pocos.
Además, a Calvino se le ha ocultado en su
inconveniente insistencia donde los cristianos han de hacer por su prójimo lo
que desearían que su prójimo hiciese por ellos, incluso llegando al punto de
sacrificar su vida, su honor y sus posesiones. Según algún comentarista
“Calvino estaba profunda y personalmente convencido de que el cuidado de todos
los dones del mundo con miras al bien común y la justicia, así como el amor en
todas las relaciones humanas, no son optativos para ningún ser humano.”
Pero del mismo modo se ha tergiversado su famoso
autoritarismo, cuando él deseaba el retorno de la democracia y el espíritu
comunitario de las iglesias primitivas. Sin embargo, en esa constante paradoja,
él contribuyó al afán de los burgueses y el florecimiento del capitalista.
Lo que Calvino no quería del capitalismo y de la democracia es que fuese tan
empobrecida como es la hoy y como una especie de barbarie que dice Walter
Benjamín: “una pobreza del todo nueva ha caído sobre el hombre, al tiempo que
ese desarrollo de la técnica”. Un triunfo técnico que se hace posible a base de
males, como la corrupción, el soborno, la prostitución, injusticia,
desintegración, insolidaridad, y que parece obligar a atacar ese capitalismo
como dice P. Bourdieu” en su terreno privilegiado, el de la ciencia,
principalmente económica”.
Podríamos decir que Calvino, más que ayatolá
protestante, como se le ha llamado, era un hombre convencido de que la Ley de
Dios era buena y por tanto quiso vivir esa realidad, utópica para algunos, como
era ese Estado teocrático. Un Estado afirmado en el derecho y las leyes
bíblicas que eran marcadas por los presbíteros y en Ginebra el Consistorio.
Lo que ocurre es que entre las paradojas del ser
humano- “simul justus et pecator”,- se confundió, en muchas ocasiones, el
placer de la vida como algo bueno hecho por Dios, con el vicio y la
depravación. Se limitaba todo, se prohibía todo y se podía vivir en la
hipocresía más grande sancionando canciones indecorosas, el baile, el juego,
los bares, las comidas, el lujo, el teatro, la ropa y hasta los cortes de pelo.
Se llegó a establecer la pena de muerte a quienes caían en el lazo de la
prostitución, el adulterio y la idolatría. Parecía que la belleza de la vida,
la libertad delante de Dios, se habían convertido en mazmorra oscura. Todo
estaba controlado en este Estado perfecto, frugal y ascético.
El dinero ahorrado se permitiría prestar a cambio de
intereses. Estos intereses darían más estabilidad al Estado que tendría
recursos para usar en el bien común. Además, la justicia económica de Calvino
se basaba en que los bienes materiales no eran posesiones personales, sino
medios que servían para el bien común. Se lograba así que Estado e individuos
mirasen a los demás como prójimos objetos de ayuda. ¿Era mala esta propuesta?
¿No estaba enraizada profundamente en las leyes bíblicas de amor a Dios y al
prójimo?
5. Política, Biblia y dinero (4)
Calvino,
economía y Biblia (A)
Aunque ya hemos expuesto que con la
Reforma nace una nueva forma de pensar sobre el capital y el interés y las
consecuencias hacia una prosperidad, paradójicamente proveniente del ahorro y
la frugalidad, no queremos decir que los escolásticos o Santo Tomas, con su
moralismo sobre percibir intereses, haya entorpecido el ritmo de crecimiento de
las naciones católicas. Sería demasiado injusto.
Las teorías políticas sobre la riqueza de las naciones
en Adam Smith y sobre principios de economía política en David Ricardo no dejan
de basarse en el principio bíblico de que Dios dio dones a los hombres y cada
cual es responsable. La economía funciona mejor a merced de “esa mano
invisible” que, aunque no se reconociese a la de Dios Soberano que cuida los
pajarillos y viste los lirios del campo, constata el hecho de que algo se mueve
detrás de las teorías sobre el capital, el trabajo, las relaciones entre las
clases sociales, la producción, el mercado y la distribución de beneficios,
consumo y bienestar.
Todo un tinglado de doctrinas de autores antiguos y
contemporáneos como Turgot, Stuart, Mill, Sismondi, Say, Malthus, Smith, y
West, Marx o Schumpeter no son capaces de entender que es el amor al dinero lo
que hace que sea pecado todo lucro o interés. Son los instintos egoístas del poder del dinero, los
que cuestionan todo modelo económico, toda política, aunque vaya encaminada al
bien común y al progreso.
Los griegos, representados por filósofos como
Hesiodo, Jenofonte, Platón o Aristóteles, ya intuyeron que la riqueza como la
gracia de Dios no es del que quiere ni del que corre sino de Dios que tiene
misericordia. Ellos consideraban la escasez como un maleficio desatado sobre la
humanidad, por la irresponsable apertura del cofre o caja de Pandora, y no
tanto porque el Estado interviniera en los consumos familiares.
Unos hacían caer las culpas de las desgracias a la
milicia o la administración pública, como Jenofonte. Otros sobre la propiedad
privada y su importancia en la sociedad, pero en general llegaron a entender
mejor que nadie el poder moral del uso del dinero. Llegaron a entender que las
necesidades del hombre eran moderadas, pero no así la ambición y el deseo del
hombre que era ilimitado.
El texto bíblico sería: Esta noche vas a morir y
¿para quién serán todos tus bienes? En nada seáis avariciosos, porque la vida
del hombre no depende de la abundancia de los bienes que posea” Lucas. 12,
15-21
Los escolásticos, en el periodo que abarca desde la caída de Roma a
1600, época de aparición de la escuela mercantilista, tenían bien asentada la
sociedad feudal con sus grupos de siervos, terratenientes, realeza y clero.
Todos tenían un modus vivendi tradicional y agrícola donde solo existía el
intercambio y la dependencia. El derecho divino de propiedad recaía sobre el
rey y su papel de autoridad, que, junto con la iglesia, mantenían un equilibrio
sostenible.
Sin embargo, Santo Tomás se encuentra con el
trabajo de armonizar el texto bíblico y la enseñanza sobre propiedad privada,
riqueza, ganancia económica o propiedad comunal como estaba en el contexto de
vida en Jesús de Nazaret.
Las convulsiones socioeconómicas del Renacimiento
aconsejaban que el Estado dejase de regular la propiedad privada y se asumía la
diferencia entre necesidad y deseo o amor al dinero. La jerarquía feudal no
permitiría ese ascenso de los siervos por medio del mercado y hubo muchos
choques entre la iglesia y los negociantes por el tema de la usura.
Salomón escribió que “la sabiduría es para una protección lo
mismo que el dinero es para una protección” y que “el pan es para la risa de
los trabajadores, y el vino mismo regocija la vida; pero el dinero es lo que
tiene buena acogida en todo” (Eclesiastés 7:12; 10:19).
Pablo dijo en una de sus cartas: “Realmente sé estar en
escasez de provisiones, realmente sé tener abundancia. En toda cosa y en toda
circunstancia he aprendido el secreto tanto de estar saciado como de tener
hambre, tanto de tener abundancia como de padecer necesidad” (Filipenses
4:12). No es solo la política del contentamiento, es la de la confianza en
la provisión de Dios cuando se padece necesidad, sino también el pan es la risa
de los trabajadores. No hay mejor tratado de economía.
6. Biblia, trabajo y capitalismo
Por eso dice el apóstol Pablo que “el que no trabaje
que no coma” y como ejemplo les dice a los de Éfeso que él, de ningún modo ha
codiciado plata, oro o vestidos, sino que como había dicho el Señor: “más
felicidad hay en dar que en recibir”. En el fondo, la cuestión del trabajo
visto por Pablo, es que no puede haber parásitos en el plano social comunitario
pues el trabajo aporta beneficios para todos.
La llamada “utopía cristiana”, que más bien es una
“idea fuerza” que impulsa nuevos modos de vida basados en el amor fraternal y
solidaridad cristiana, es lo que el comunismo trató de imitar pero que no
logró. El
socialismo científico no era tan científico en la práctica, y la distribución
de los beneficios del trabajo quedó en manos de unos pocos.
La Reforma protestante y evangélica dio al trabajo un
sentido más sagrado por cuanto la voluntad de Dios era que el hombre ganase el
pan con el sudor de su frente. El puritanismo llegó a tener comunidades no solo de
fraternidad sino también de bienes que funcionaron muy bien durante muchos años
y creó un espíritu de solidaridad digno de imitar. Lo que Weber llamaría
“espíritu del capitalismo” no nace porque estas comunidades fuesen insolidarias
y se dedicasen a acumular capital, sino porque la acumulación de bienes que ese
espíritu austero y trabajador produce, no tiene una visión más allá de la comunidad.
Las comunidades puritanas suelen ser cerradas, que se conforman con lo que
Dios les da, sea mucho o poco. Pero, cuando es mucho el producto de su trabajo,
la acumulación de bienes se convierte en poder en vez de solidaridad con otros
necesitados.
En la edad media se mantuvo un desprecio por el
trabajo, que se adjudicaba a clases bajas y era visto como castigo o
penitencia. El siglo XIX
tanto en Europa Occidental como en Estados Unidos se forma una moral laboral,
herencia luterana y calvinista sin duda, que considera al trabajo como fuente
de todo valor y posteriormente, la visión de la sociedad y del hombre será la
de un gran mercado.
La postmodernidad ha seguido apoyando el triunfo del
capitalismo y ha creado un tipo de hombre enjaulado que solo vive para trabajar
y trabaja porque tiene que consumir. Se le pide al trabajador una ética del trabajo,
mientras poco a poco se le va sustituyendo por máquinas y procesos de
automatización, perdiendo valor el trabajo frente al capital. Es decir, la
riqueza social ya no de pende del trabajo sino de lo que algunos han llamado
“economía de casino” generada por la especulación del dinero Mientras las
grandes multinacionales explotan la mano de obra barata del tercer mundo y se
enriquecen, más de la mitad de la tierra perece de hambre y miseria. Miseria
que será un arma de poder para el control social y del trabajo. Es en este
mundo explotado y subyugado, y al que le venden la globalización como sinónimo
de progreso, trabajo y modernidad, con el que hay que solidarizarse y enseñar
el espíritu de la comunidad cristiana.
Se ha dicho que la sociedad industrial tenía como
paradigma el trabajo. Pero ante esta pérdida de valor del trabajo frente al
capital y valores financieros, así como ante las máquinas, el hombre posmoderno
está abocado a que el paradigma, además del trabajo, sea el hombre completo, no
separado de otros mundos como la religión, la familia, el tiempo libre o el
estudio y siempre desde una concepción planetaria. Y sobre todo la comunidad
cristiana debería dar respuesta a la continua perversión del dinero, a la
visión de una sociedad fundada en el egoísmo radical, cuando la esencia del
cristianismo debería ser el amor en una comunidad de corazones y de bienes,
donde el sentido social estuviese apoyado en la justicia.
En el plano del trabajo y la justicia social, el
creyente no puede conformarse con reservar los valores cristianos a la esfera
de la familia o en el plano estrictamente privado. La doble moral, una “para
andar por casa” y otra para “vivir en el mundo” que desarrolló el teólogo
americano Reinhold Niebuhr no deja de ser un pecado de la comunidad cristiana
que no podrá tranquilizar la conciencia si disculpa el poder del dinero, el
lucro y todo el mundo económico insolidario.
7. Propiedad privada y tiranía calvinista (VI)
Calvino, economía y Biblia (B)
No solo fue en Ginebra y en Escocia,
donde las clases medias aceptaron y defendieron la llamada “tiranía”
calvinista, frente al desánimo y laxitud eclesiástica católica, que creaba un
espíritu de pobreza, desde las múltiples instituciones de caridad, entendida
esta como sentido de justicia social. Los Países Bajos y la Nueva Inglaterra
del siglo XVII aceptaron la armonía del Antiguo y Nuevo Testamento en la que el
Dios …
Pero también la imagen de Calvino, al que se llega a
llamar el “déspota de Ginebra”, se ha malinterpretado y pintado con tintes
lóbregos, no ya en los años de las guerras religiosas, sino también cuando en
1936, Stefan Zweig, escribió su ensayo “Una conciencia contra la violencia.
Castellio contra Calvino”, cuando en realidad se refería al déspota dictador
Hitler.
Pero los datos exagerados para pintar al dictador, se
reflejan en hechos aislados de Calvino, para dar un sentido de muerte y
tragedia a la vida, a la belleza, a la alegría, al canto y las efusiones
amorosas, y mostrar la terrible figura de un inquisidor - frío, calculador,
incapaz de goce alguno- hasta hacerse repugnante.
Sin embargo, muy poco de este Calvino hay en sus
hechos y en sus escritos. Cuando, por ejemplo, defiende la propiedad privada está
resolviendo uno de los problemas no resueltos aún en el día de hoy. Cuando el
Salmo 24:1 dice que “Del Señor es la tierra” deja claro que nadie puede
poseerla a perpetuidad y poseerla como inversión de capital explotador, sino
que debe ser adjudicada periódicamente a quienes la necesitan. “La tierra
no se venderá a perpetuidad, porque la tierra mía es, y vosotros como
forasteros y extranjeros sois para mí.” Levítico 25:23. Calvino añade ese plus
bíblico a la teoría política del derecho a la propiedad. Del mismo modo, su
visión de nuevo orden social está relacionado con el Nuevo Testamento y en el
contexto de las exigencias de Jesús al joven rico, a quien le invita a
sobrepasar los diez mandamientos y buscar la vida eterna desde la entrega y
abandono de sus bienes. “Vende lo que tienes y dalo a los pobres” Mat.19:21
Es el mismo sentido dado por la primera comunidad
cristiana: “Todos los
que habían creído estaban juntos y tenían en común todas las cosas: vendían sus
propiedades y sus bienes y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno”
(Hechos 2,44-45. ¿Es esto tiranía, despotismo o la única solución al problema
del hambre en el mundo y de toda injusticia social?
En los primeros escritos de los padres de la Iglesia,
la propiedad es más comunitaria que individual y ello generó problemas de gran
calado religioso. Ambrosio obispo de Milán (+ 340) cuestionó la propiedad
privada y mantuvo la comunitaria, recordando que la tierra fue creada como
propiedad común para todos. “¿Por qué ustedes, los ricos, se adjudican un
derecho exclusivo a la propiedad?” “No es parte de tus bienes lo que tú des al
pobre; lo que le das le pertenece.” Si ahora la propiedad privada lleva al
capitalismo materialista, entonces la propiedad comunitaria creó problemas de
autosuficiencia de las necesidades materiales y generó el movimiento
eclesiástico. Los que siguieron al pie de la letra la invitación de Jesús,
vendían sus bienes y se retiraban del mundo viviendo como ermitaños, como
monjes mendicantes o estableciéndose en conventos. Otros se preocuparon de los
pobres exclusivamente y crearon un aparato eclesiástico y organizaciones
comunitarias de ayuda, que de alguna manera necesitaban a los ricos para su mantenimiento.
De esta manera se permitía la expansión capitalista y el lucro se hacía más
benevolente.
Pero sin duda el más cercano a Calvino es Tomás de
Aquino: “La
comunidad de bienes se atribuye a la ley natural; por cierto, no en el sentido
de que la ley natural dictara que todas las cosas deban ser comunes y que nada
pueda poseerse como propiedad, sino en el sentido de que no existe ninguna
distribución de la propiedad según la ley natural; y que la misma se originó
más bien por el consenso humano, que pertenece a la ley positiva. Por tanto, el
derecho especial a la posesión no es contrario a la ley natural, sino que
constituye un complemento hecho por la razón humana.”
El calvinismo, aunque admite la propiedad privada,
deja que cada cual tenga su responsabilidad de administrador delante de Dios. Por eso no hay una aportación
protestante sobre la legitimidad de la propiedad inmobiliaria o la
participación de los empleados en el capital productivo, por lo que todo se
reduce a esa máxima bíblica de 1ª Cort, 7:30 “tener como si uno no tuviera
nada”. La declaración pública de la Iglesia Evangélica en Alemania intitulada
“El bien común y el egoísmo” (1991) analizaba la propiedad privada y la
comunal: “Los bienes de la tierra deben servir a todas las personas y a todas
las criaturas. Por ello, hay límites para la disposición sobre la propiedad
como para la fundamentación de derechos propietarios”.
Se requiere de un cuidadoso examen para determinar en
qué casos servirá mejor al bienestar de la totalidad la propiedad privada y en
cuáles lo hará más bien la propiedad común. La propiedad privada fomenta la
conciencia del compromiso concreto vinculado con la posesión de determinados
bienes; la propiedad común subraya el hecho de que el uso de determinados
bienes es vital para todas las personas.
Actualmente estas preguntas se vuelven especialmente
significativas en vista del aprovechamiento de entorno natural. Aquí aún
radican problemas, en gran parte no aclarados, relacionados con los límites de
los derechos individuales. Como espacio vital natural del ser humano y de todos
los seres creados, la tierra no es una propiedad de la humanidad sobre la cual
se pudiera disponer de manera arbitraria. Al respecto, aún deben hallarse los caminos para
limitar de manera eficiente mediante la responsabilidad por el correcto empleo
la libertad para el aprovechamiento de las reservas naturales de la tierra (Nº
137)”. Son las mismas respuestas a las mismas preguntas. Es un debate que exige
una ética bíblica, que no es tiranía sino desprendimiento.
Calvino y el capitalismo en el “Libro de Estilo Protestante”
Referencia en el libro de
Leopoldo Cervantes: “Un Calvino Latinoamericano para el siglo XX”
A Rubén Montelongo y Amparo Lerín, compadres
y amigos de tantos años
Recientemente apareció el Libro de estilo protestante (coordinado por José de Segovia y Pedro Tarquis), un recurso que se necesitaba desde hacía tiempo, sobre todo para “introducir” a muchos periodistas despistados a la “jerga evangélica” que tanto se les indigesta a quienes desconocen el ambiente protestante, sobre todo en sus aspectos comunitarios, litúrgicos y sociológicos.
La tercera sección, “Tópicos que generalizan
prejuicios y prejuicios que generalizan tópicos”, incluye en primer lugar el
artículo “Calvino y el capitalismo”, de Manuel de León (pp. 54-60), colaborador de Protestante
Digital de larga trayectoria, quien le ha dedicado varias e
interesantísimas series de textos a personajes del protestantismo español. A
Miguel Servet, por ejemplo, le dedicó varios ensayos entre mayo y agosto de
2008. El texto en cuestión retoma elementos de la serie dedicada al reformador
francés y la economía aparecida entre diciembre de 2005 y enero de 2006.
Es de llamar la atención el hecho de que precisamente
sea Calvino el “causante” de uno de los principales prejuicios que afectan a
todo el amplio abanico del protestantismo en España y Latinoamérica, pues las comunidades, iglesias o
movimientos que reivindican ese nombre, aunque prefieran más la denominación de
“evangélicos” por razones que se han discutido ampliamente en esta revista
(sobre todo en los textos de J.A. Monroy), aun cuando no tengan relación
directa con la tradición teológica derivada del trabajo del reformador francés
en la ciudad de Ginebra, ni conozcan suficientemente sus obras, participan, en
mayor o menor medida, de su herencia ligada a la ética laboral, el ahorro y la
industriosidad.
Por todo ello, De León comienza enjundiosamente su
argumentación lanzando sus dardos más bien contra el rostro feroz del
capitalismo salvaje actual:
¡Si Calvino
levantara la cabeza!... es un clásico comenzar para cualquier comentario sobre
la persona y obra de Calvino. Sobre la frase “el espíritu del capitalismo”, Si
Calvino levantara la cabeza, se le pondría la barba aún más de punta, porque
Max Weber, que analizó la Reforma radical como nadie lo ha hecho, sin embargo,
le colocó una losa demasiado pesada para la humildad de ese profeta. El
capitalismo que conocemos, que ha cambiado la faz de la Tierra llenándola de
tecnología, también la ha convertido en un lugar de mayor egoísmo humano y
ambición, que la ha desequilibrado y hoy está agonizando lentamente desorientada.
(1)
Esta “losa” que carga Calvino se la ha transferido, prácticamente
por contigüidad, para bien o para mal, a todos los protestantismos, por lo que
bien valdría la pena que muchos creyentes evangélicos se asomaran con mayor
frecuencia a los análisis que clarifican la ambigua y llamativa relación entre
este reformador, la tradición que lleva su nombre y el sistema económico
actual. De León
hace su parte, pues sus diversos acercamientos al problema, y el que nos ocupa,
en particular, contribuyen a deslindar ideológicamente ambos aspectos. A la
pregunta: “¿Tiene la culpa Calvino?”, responde categóricamente que no, y ubica
históricamente la postura económica de Calvino en sus términos teológicos,
subrayando que a él no le interesó directamente el tema económico, aunque no se
puedan negar los efectos prácticos de algunas de sus doctrinas: “La
frugalidad y el orden creaban riqueza. El hombre en paz con Dios no gastaba su
dinero en la vanidad de la vida. Pero, ¿qué sucederá con el dinero sobrante y
ahorrado?”.(2)
A continuación, De León explica algunos de los
desarrollos que se encuentran en el origen del capitalismo. Así, se concentra
en la forma en que Calvino profundiza en las raíces espirituales de la
desigualdad económica: “Para
Calvino el hombre interactúa en las cuestiones sociales y económicas para la
gloria de Dios y no sólo para el bienestar o el progreso. Calvino estaba
convencido de que los Diez Mandamientos eran suficiente base para la vida
social y de la economía de la tierra. Él era un líder espiritual que con la
Biblia en la mano buscaba el equilibrio entre política, economía y sociedad, y
la vida religiosa”.(3) En ese sentido, establece las diferencias entre el
reformador y las ideas de Adam Smith.
Calvino, concluye De León, al seguir tan de cerca las
enseñanzas bíblicas, “pensaba que el ´amor al dinero´ es el que tiene atrapados
a los hombres en esta cultura de la muerte, como droga alucinógena”,(4) de tal
manera que, como consecuencia de este análisis tan aleccionador, es posible
advertir que, en efecto, las apreciaciones de Weber apuntan hacia una realidad
innegable, esto es, que la religiosidad protestante fue uno de los factores que
contribuyeron al surgimiento de la práctica capitalista, pero esto no puede
aplicarse de manera unívoca a todos los aspectos derivados de la fe reformada.
En este y otros textos, De León destaca la necesidad
de promover la justicia económica, una necesidad en la que debería verse a
Calvino más bien como un aliado, en su carácter de promotor de una ética sólida
y pertinente: “Calvino
promueve una ética protestante del trabajo que emana de la Biblia como
Sabiduría de Dios y puede considerarse este valor de la dignidad del trabajo
como la primera teología del trabajo y del derecho de los trabajadores a
disfrutar y beneficiarse del mismo”.(5) Y para que quede más claro, lo cita directamente:
Deberíamos
considerar a Calvino como el padre de la justicia económica, no ya porque
creyese firmemente que la Tierra es del Señor y que todos sus recursos y
maravillas deben ser compartidos, sino porque considerarlo padre del
capitalismo está muy alejado de realidad. No pensaba Calvino que el 20% de la humanidad
poseyese toda la riqueza y el 80 se muriese de hambre. Sus palabras eran éstas:
“Los bienes materiales no son posesiones personales; son medios que sirven al
bien común; los dones intelectuales individuales, el talento físico o la
capacidad de creación artística encuentran su verdadero sentido apoyándose
mutuamente dentro del conjunto de la sociedad”.
“El Creador
quiso que todos los seres humanos lo supieran, puesto que unos y otros son miembros
de la familia humana del mundo en virtud de su nacimiento y cada quien debe
reconocer en cada uno de los demás a alguien de ´su propia carne y hueso´”.(6)
1) M. de León, “Calvino y el capitalismo”, en Libro
de estilo protestante. Barcelona, Alianza Evangélica Española-Protestante
Digital-Andamio, 2009, p. 54. Énfasis agregado. (Agradezco a Pedro Tarquis el
envío de tan valioso volumen.)
2) Ibid., p. 55.
3) Ibid., p. 57.
4) Ibid., p. 60.
5) Ibid., p. 58.
6) M. de León, “Justicia económica en Calvino”, en Protestante Digital, 10 de enero de 2006. Énfasis agregado. Cf. “Redescubrir a Calvino, padre de la justicia económica”, en Update, Alianza Reformada Mundial, enero de 2005, http://warc.jalb.de/warcajsp/side.jsp?news_id=302&part_id=0&navi=22.
2) Ibid., p. 55.
3) Ibid., p. 57.
4) Ibid., p. 60.
5) Ibid., p. 58.
6) M. de León, “Justicia económica en Calvino”, en Protestante Digital, 10 de enero de 2006. Énfasis agregado. Cf. “Redescubrir a Calvino, padre de la justicia económica”, en Update, Alianza Reformada Mundial, enero de 2005, http://warc.jalb.de/warcajsp/side.jsp?news_id=302&part_id=0&navi=22.
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