martes, 18 de diciembre de 2018

El absurdo, la razón y la fe














A Dios nadie lo vio jamás,
el Unigénito Hijo que está en el seno del Padre,
Él le ha dado a conocer. (Juan 1:18)


Posiblemente Sartre haya sido el ateo mas inteligente y genial que haya habido en la historia. Su agudeza mental y su razonamiento expresa la insuficiencia, la finitud y la no necesidad de todo lo que hallamos en este mundo. Nada tiene porqué existir, pero existe. El mismo Dios que da sentido a las cosas creadas y reales, que es la única explicación coherente del ser humano, Sartre lo coloca ante el dilema de escogerlo a Él, o escoger el absurdo y lo sin sentido. Todos sabemos que Sartre escogió el absurdo. Sin embargo muchos filósofos se revelan ante esta falta total de sentido del mundo y se preguntan si tiene sentido el filosofar o razonar, si Dios no tiene justificación, si todo lo real es un disparate. Y si no se quiere caer en el absurdo, no queda mas remedio que admitir la existencia de Dios, a pesar de las dificultades que, con la sola razón, acarrea el problema de Dios. Profesar el absurdo sería lo menos lógico y racional.
El otro gran teórico de Dios en el siglo XX, Whitehead, acepta diversas pruebas de la existencia de Dios fundadas en la experiencia. Opina Whitehead que v.g. una manzana es verde y se hace amarilla, mediante una fuerza impulsora “creativity”, fuerza creadora. Pero ¿porqué la fuerza de la evolución en el mundo sigue unas leyes y no otras? Si el filósofo tiene que explicarlo por razón de su mismo “ser filósofo”, no le quedará mas remedio que afirmar que la marcha de este mundo está de terminada por un Dios Soberano e infinito que hace que las cosas funcionen así y no de otra manera. Sin embargo los filósofos materialistas arguyen que el mundo podría formarse a sí mismo, en caso de que fuera el absoluto. Pero esto nos llevaría sin remedio a admitir el absoluto o si queremos llamarlo Dios.
Lo que queda claro, es que cualquier solución filosófica de Dios, entraña enormes dificultades para el pensamiento, solo y aislado, que intenta entender racionalmente a Dios. El creyente, sin embargo, no siente dificultad en amar a Dios, o pensar a Dios con amor. No entra en disquisiciones racionalistas, ni en los dilemas que la filosofía plantea al considerar a Dios como los demás entes, pues no es lo mismo el barro que el alfarero. En la “Filosofía” de Jaspers se busca una tercera vía frente al antromorfismo o la incognoscibilidad de Dios. Dios no sería otro ente mas en las otras cosas del mundo, sino que estaría por encima de lo creado. El Dios de los filósofos podría ser perfectamente el Dios de los cristianos: Padre, Redentor y Salvador amoroso. Pero fundamentalmente sería lo “santo”, lo tres veces “santo”, que es dado en la conciencia y es la experiencia del que ora. La esperanza y el principio del amor cristiano no nacerían del pensamiento, porque no puede haber un puente entre la fe y la razón que haga iguales al Dios de la metafísica y al Dios cristiano. Cuando el evangelista Juan expresa que el Unigénito de Dios le ha dado a conocer, está hablando en el plano que ya Platón intuía, y que es un plano mas allá de la filosofía, donde Dios deja de ser la torturante y eterna pregunta que la razón no puede resolver. El Hijo, esa “kenosis” derramada sobre el corazón de la humanidad, ya no es algo fuera de los seres y de las cosas, sino que habitó entre nosotros y vimos su gloria, gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad (Juan 1:14)
Se le ha atacado injustamente al teólogo reformado Emil Brunner, concretamente por J. Ratzinger, porque el Dios de la Biblia es un Dios con nombre: “Yo soy el que soy”. Nombre que repercutió en la patrística y escolástica porque la versión de los LXX lo tradujo por ”yo soy el que es” donde esencia y existencia coinciden. Y esta personalización parece contraria a la filosofía “naturalis” que pretende avanzar del nombre, de lo particular, hasta el concepto. Dice Ratzinger que si Dios se da un nombre entre los hombres no expresa con ello su ser y por tanto estaría mas cerca del Dios de los filósofos. Sin embargo esta claro que el Dios de la fe, es personal: Jahvé y no es algo que solo se piensa, sino que se nombra y revela. El Dios de los filósofos no se le ora porque es el pensado, mientras que el revelado es personal y quiere comunicarse. Para Brunner, con esta falsificación del nombre de Dios, “Yo soy el soy”, que quiere mantenerse en el misterio y que solo se revela por el Hijo, estaríamos no solo ante un malentendido exegético, sino de la falsificación central del mensaje bíblico.

Manuel de León es escritor, historiador, y director de "Vínculo"
(revista de las Iglesias de Cristo de España).

© M. de León, Asturias, España.2004


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