sábado, 22 de diciembre de 2018

Los mitos postmodernos.









Manuel de León.- julio 2003

(I)



Una de las características de la modernidad se expresaba a través del existencialismo. El idealismo de Hegel aparecía artificioso y falso. La “existencia” por el contrario, es algo radical y se revela a todo hombre por un sentimiento que habita en el fondo de su intimidad :la angustia. La angustia surge – según Kierkegaard- cuando el espíritu quiere poner la síntesis de todo y la libertad fija la vista en el abismo de su propia posibilidad y echa mano de la finitud para sostenerse”. La angustia de Kierkegaard es una angustia religiosa, porque vivimos en este mundo artificialmente, con la conciencia adormecida y de espaldas a la búsqueda de Dios y a nuestra radical dependencia de Él. Por eso el hombre huye y no le basta con esa fuga desesperada e inútil a través de la angustia, sino que además recurre a la mentira del mito como solución a todos sus problemas.

 Varios son los mitos de la postmodernidad que vienen  a poner “solución” o querer dar respuesta al “ser-en-el-mundo” de manera absoluta: la creencia absoluta en el progreso científico-técnico, en el poder de la globalización y en la política . Para darnos cuenta de que esto es lo que impera, solo basta abrir un periódico actual. Tendremos un 60 por ciento de noticias políticas, un 20 por ciento de noticias científico-técnicas ( física, química, medicina, industria, energía, etc.) y el otro 20 por ciento a diversos, entre los que aparecerá lo social y cultural, siendo cada día mas emergentes y visibles no solo los cotilleos de la “prensa del  corazón” sino también los anuncios de placer y prostitución que aparecen sin ningún pudor



Los mitos  son un sustitutivo de la fe, porque la fe responde a los problemas primarios del hombre y los mitos aun siendo eficaces y legítimos en su esfera, son inadecuados  para justificar la existencia. Hay mitologías individualistas como la posesión, la cultura, el amor o el “bien-estar” o colectivas como pudo ser la superioridad de la raza aria que el pueblo alemán creyó hasta la exaltación y que cuando se despertó ante la realidad existencial, les parecía un sueño increíble y monstruoso. Sin embargo el mito de creer que la ciencia y la técnica –aunque los avances sean sorprendentes y  casi mágicos- puedan resolver los problemas del hombre, resultan a todas luces deficientes y atrozmente injustos. Mientras la tecnología está en manos de unos pocos y se usa como arma de poder y de sometimiento, el poder tecnológico y científico no puede  saciar el hambre de la inmensa mayoría de los pueblos de la tierra. Los descubrimientos de la mecánica, de la química y de la física, junto a las comunicaciones no son capaces de que la comunidad humana subsista con dignidad. Sin embargo se sigue creyendo y muy pocos son capaces de hacer ver la ambigüedad de la fe en el progreso y siguen creyendo en el paraíso en la tierra.

Lo mismo nos ocurre con la globalización. Esta se acerca con rostro humano cual es ese fenómeno de las tecnologías de la  comunicación y el transporte que nos acercan unos a otros de modo impensable hace solo unos años. Pero tiene la otra cara deshumanizadora que como decía Michel de Camdesssus, lo primero que se ha globalizado es la pobreza y “la pobreza puede hacer saltar todo el sistema” porque tiene un efecto “bazoca” (lanzagranadas) donde es tan peligroso el efecto “rebufo” que puede tener mas efectos perversos que el proyectil. Según algunos historiadores de la economía, hace mil años la distancia entre el país más rico del planeta como pudiera ser China y los más pobres entre los que figuraría la mísera Europa, era de 1’2 a 1. Hoy, esa desproporción entre acaudalados y miserables se eleva a la relación de 9 a 1, y sigue creciendo ininterrumpidamente. Al mismo tiempo la globalización está produciendo una erosión del lugar, de la “tierrina” que decimos los asturianos y que produce un desarraigo el ser humano. La información no está produciendo conocimiento, ni sabiduría y este es el rendimiento vital del ser humano, porque es un crecimiento en su ser que potencia todas sus posibilidades existenciales. Pero al vivir en la cultura de lo efímero, de lo que pasa, de lo que hoy entusiasma y mañana se desecha, lleva a un callejón sin salida y consagra un modo de habitar la tierra antiecológico y superficial. La sabiduría que se fecunda con el conocimiento, en el pertinaz  ejercicio y manía de pensar, insistir y persistir, muere en la asfixia de la información. Es muy provechosa la oración del salmista:”Enséñanos de tal modo a contar nuestros días que traigamos al corazón sabiduría” (Salmo 90:12)y ya sabemos que el principio de la sabiduría es el temor de Dios.



Los mitos de la postmodernidad. (II)
La política.

Cuando nos referimos al mito de la política, no nos referimos a esa larga búsqueda que el ser humano ha hecho en todas las generaciones para resolver sus problemas de “acá”. El hombre es también un animal político y ante esta realidad no valen escapismos espiritualizantes que puedan evadirse del compromiso social. La acción política que no anula la práctica evangelizadora se hace mas necesaria en nuestro mundo de alineación, opresión e injusticia. Como muy bien dice Manuel López Rodríguez en “Iglesia y sociedad”, “al lado de la ignorancia activa del problema por parte del pietismo, existe una segunda actitud que ha supuesto otra rémora a la arquitectura de la ética social cristiana y no ha sido otro que la falta de rigor, el exceso de celo, o ambas cosas a la vez, de la ética bíblica.” Así pues mantenemos la acción política como exigencia bíblica, como expresión de conducta cristiana y como necesidad social, pero lo que aquí  queremos resaltar es la utilización de los grupos humanos para construir el mito político.

Este mito sería el de un Estado todopoderoso que proclama el triunfo  de la fugacidad del tiempo, del miedo al destino, del hastío, del fracaso personal, el dolor y hasta la propia muerte. En cierta medida es la unión del mito científico-técnico y el mito político que encarnó a la perfección el Comunismo. El comunismo, que puede ser muy válido desde otras coordenadas, se presentó como solución absoluta, con la pretensión  de aprobar todas las soluciones sociales, económicas o políticas como respuestas a los problemas totales del hombre. Pero “no solo de pan vive el hombre” y este hombre político, como ser ansioso y trascendente, ha buscado mejores fuentes. Cierto es que que ni Marx ni Lenin  se refirieron a la problemática última del hombre y rara vez otros escritores marxistas lo hicieron, sino que sus profundos análisis se referían a las alineaciones sociales de la historia. Fue en la literatura posterior donde se indagan y se apuntan las soluciones. Una de ellas se refería a que el Comunismo traería la solución completa a los problemas humanos. Otra mas prudente decía: “el problema mas inmediato y acuciante es el de suprimir las injusticias de la sociedad capitalista: ignoramos todavía qué otros problemas podrán seguir en pie, una vez que aquel se haya resuelto; cuando llegue el momento, buscaremos, si es necesario, nuevas soluciones.” Y la tercera respuesta mas filosófica se refería a que los problemas metafísicos no son problemas del hombre, sino que pueden resolverse por vía natural y por el mismo hombre.

Estas respuestas resultan insuficientes a todas luces. Como decía Malraux en “La condición humana” ¿Qué fe política destruirá la muerte?. El mismo pensador comunista Edgar Morin en su libro “El hombre y la muerte en el devenir de la historia” se enfrenta  al problema de la muerte y que considera el verdadero problema del hombre de siempre. Examina Morin la vida de los pueblos  primitivos y llegando al estado actual en que la ciencia podrá alargar la vida, la única solución que encuentra ante la realidad de una muerte segura, es que esta cambiará de rostro y no será tan terrible.

La supuesta felicidad perfecta, cuando las reformas de estructuras sociales y la salvación marxista haya creado clases sociales con suficientes comodidades técnicas, tampoco responde al interrogante humano. Todos sabemos que las clases sociales que no soportan presión de las otras,  llegan a aburguesarse. Dejan de luchar por las necesidades elementales y la inacción de su existencia les lleva al hastío, la angustia, y la insatisfacción intelectual y amorosa. Esta infelicidad de las clases dominantes, su mala conciencia,  se quiere explicar por el miedo a la revolución de los oprimidos y por la perdida de privilegios, pero tales temores sociológicos son una explicación ridícula y superficial, porque estas clases siguen esperando la solución a todos sus problemas humanos en el mejoramiento de las condiciones sociales y económicas. Sin embargo aquellas personas que han descubierto la propia finitud y pequeñez, han provocado la mayor manifestación religiosa de las clases medias como fenómeno universal. Los problemas últimos del ser humano, no están tanto en la solución de los problemas sociales, sino en que estos sean  juzgados desde una conciencia individual y desde el mas hondo estrato de ella. Tampoco las soluciones sociales cambian al hombre, pues los mismos problemas y miedos  tenía el egipcio contemporáneo de Ramses, que lo puedan tener los utópicos de un mundo liberado del trabajo y que llegue al máximo de desarrollo personal. El hombre de la utopía, no entiende las maravillas. Como dice el salmista “Nuestros padres en Egipto no entendieron tus maravillas; no se acordaron de la muchedumbre de tus misericordias sino que se revelaron en el mar, el Mar Rojo. Pero Él los salvó por amor de su nombre para hacer notorio su poder”. (Sal. 106:7)

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