martes, 25 de diciembre de 2018

Teocracia e historia












Número 21 - 3 de febrero, 2004
Manuel de León



La teocracia pontifical, como doctrina del gobierno del mundo por Dios mediante el papa como vicario de Cristo en la tierra, fue un intento en ocasiones conseguido. En épocas prolongadas de la historia el poder civil ha estado subordinado totalmente al poder espiritual. La ciudad de Dios de San Agustín, en la que la humanidad entera aparece monárquicamente gobernada por los vicarios, formando un cuerpo místico, un solo pueblo y un solo reino, ocupó el pensamiento de la primera mitad de la Edad Media y ha seguido manteniendo el ideario político e histórico de los siglos venideros. Sin embargo, la lucha- gigantesca en las ideas también - por la supremacía entre ambas potestades espiritual y temporal, religiosa y civil, nunca se ha hecho esperar y ha estallado cíclicamente a lo largo de la historia.



Los más tradicionalistas cristianos evangélicos norteamericanos, han apoyado la instauración de una teocracia basada en las ideas religiosas de los padres fundadores del país. Al menos algún líder- portavoz religioso así lo ha expresado, intentando violentar la conseguida separación Iglesia –Estado en aras de un reconstruccionismo o revisionismo histórico. En el campo católico conservador, para el que todo hecho incómodo para la Iglesia es “leyenda negra”, el revisionismo histórico vendría a disculpar la Inquisición, la persecución protestante y el apoyo del romanismo a todas las dictaduras y tiranías de derechas que han existido y hasta disculparía los tratos de esta con los nazis. En ambos casos, católicos y protestantes tienden al victimismo indicando que el Estado laico les oprime, les margina como creyentes y de alguna manera se sienten perseguidos. Sin embargo, creemos que no se puede manipular la historia y tampoco se puede mantener desde el mensaje de Cristo una teocracia a la medida.



El ideal religioso del Estado Romano, con el Cesar máximo representante de la autoridad y sobre todo como dios intocable, se identificaba con el ideal político formando ambos ideales un estado totalitario y opresor de la sociedad. Jesús se manifiesta claramente como un Salvador que trae esperanza a un pueblo manipulado y sin derechos. Jesús no se somete y prefiere enfrentar con criterios distintos la injusticia y el despotismo, aunque esto le cueste la propia vida. Sin embargo, la actitud para resolver estos hechos de calado, que traslucen hondura y libertad, están expresados por Jesús cuando dice que se debe pagar el tributo al Cesar, pero al mismo tiempo también “dad a Dios lo que es de Dios”. Esto es, ni teocracia, ni divinización del poder político. El Estado es una realidad al servicio de los hombres que no puede ser ni absoluta ni totalitaria y menos arrogarse la aureola de la divinidad. Debe servir para el pleno desarrollo de los individuos y colectivos humanos. El bien común no debe dejar a nadie discriminado por motivos de religión, raza o sexo. Pero el Estado que no da libertad para el progreso de los derechos humanos restringe los derechos que Dios ha dado a todos los hombres, como hijos suyos.


Las teocracias tampoco han resuelto los problemas de libertad. Cierto es, que frente un Estado laico e indiferente al hecho religioso, las teocracias como la de Israel, las islámicas o la de Ginebra de Calvino en 1552, han conseguido pueblos más unidos, de costumbres más morales y ejemplizantes y sobre todo el conocimiento del hecho religioso y la historia de las iglesias. Cuando en el año 2000 el primer ministro israelí Ehud Barak anunció al Parlamento la posible propuesta de Constitución, provocó la indignación en la extrema derecha que solo reconoce el Talmud como única ley. Esta Constitución, basada en el Estado de derecho, quería dar una respuesta más real a problemas como el matrimonio civil, pues el Estado israelí solo reconoce las parejas casadas según la ley judía y ante un rabino. También impulsaría leyes como la de libertad de expresión y de culto que son inexistentes en la actualidad, así como el status legal de la mujer, el servicio civil obligatorio o la eliminación del ministerio de Asuntos Religiosos. Ante esta Constitución, los frentes ultrareligiosos dijeron cosas como que pondría en peligro los valores judíos del país, desencadenaría una guerra cultural y una ruptura del pueblo.



En Estados Unidos no hay teocracia aunque su discurso está arraigado en razones religiosas. La religión de la que un 73% es protestante constituye el motor de las motivaciones para el cambio y el progreso constante. La religión vincula el pasado, con el presente y el futuro, dando al hecho político y social el sentido espiritual que tanto se añora en el Estado laico absoluto. ¿Pero esto no será, como ocurre también en España con el catolicismo, un recurso para manipular la esfera del Estado en favor de la esfera de la religión? ¿Acaso en las teocracias islámicas, con su estructura clerical, con el Islam como única ley del Sagrado legislador y las reglas de la Shari´ah únicas para la vida del pueblo, han traído libertad y prosperidad para esas naciones? Sigamos con el principio sabio y justo de Cristo de “dad al Cesar que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios”.
Manuel de León es escritor, historiador, y director de "Vínculo" (revista de las Iglesias de Cristo de España).

© M. de León, Asturias, España.  

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