lunes, 24 de diciembre de 2018

Nuevo orden mundial y Evangelio





Número 19 - 20 de enero, 2004
Manuel de León
 
 
Desde la segunda mitad del siglo XX el mundo ha experimentado el crepúsculo de las creencias y la ruina de las culturas. La postmodernidad está construyendo un edificio nuevo de valores y costumbres, que apenas se esboza y tampoco tiene nombre, pero que engendra turbulencia, desconcierto y una clara impresión de caos y desconcierto. Pero esto no lo entendemos como un momento de decadencia, ni que los cambios profundos sean para mal, aunque entendamos que traicionan aquellos principios e ideales que han iluminado el devenir de la historia pasada.

Desde la segunda mitad del siglo XX el mundo ha experimentado el crepúsculo de las creencias y la ruina de las culturas. La postmodernidad está construyendo un edificio nuevo de valores y costumbres, que apenas se esboza y tampoco tiene nombre, pero que engendra turbulencia, desconcierto y una clara impresión de caos y desconcierto. Pero esto no lo entendemos como un momento de decadencia, ni que los cambios profundos sean para mal, aunque entendamos que traicionan aquellos principios e ideales que han iluminado el devenir de la historia pasada.

Los nuevos modelos, la nueva legislación, el nuevo orden mundial no debe parecernos una bestia negra a la que hay que combatir sistemáticamente. El Evangelio debe seguir siendo la orientación y la buena noticia para el hombre de hoy que deambula en medio de este laberinto nuevo y resbaladizo.

No mantenemos pues la postura apocalíptica que acuñó y cautivó al cristianismo primitivo, sino el dificultoso equilibrio del violinista en el tejado y del que sin ser del mundo nos encontramos inmersos y comprometidos en el mundo. Un mundo que como dijo Jesús nos va a rechazar y perseguir. Si no fuera así, es que la levadura no leuda y la sal ha perdido su sabor. El Evangelio que no trae salvación, liberación y descanso es un sucedáneo que no puede tener parte en este orden mundial. Cuando el evangelio es pura ideología religiosa, no producirá la paz ansiada, ni el fin de las guerras, el hambre y las injusticias.

El evangelio de la Nueva Era, por ejemplo, no va mas allá de un movimiento social y espiritualizante que puede tener muchos adeptos pero pocos creyentes, porque las creencias y la fe en ellas se subordinan a la praxis y conocimiento propios. Cuando la Nueva Era enfoca problemas como la lucha contra el hambre urge que se apoyen medidas a favor del aborto, la inseminación artificial, el control genético, la limitación de la familia y hasta el control de la muerte. ¿Es que para matar el hambre del cuerpo, tenemos que matar la esfera de la intimidad y la libertad del hombre?

El nuevo orden que reclama el Derecho Internacional y que las naciones poderosas se autoadjudican por motivos presumiblemente altruistas, no es algo que pueda resolverse sin los principios fundamentales al derecho a la vida y la libertad. Sin embargo dentro del llamado “Imperialismo Integral” existe una ambición por controlar la vida humana desde su visión tanática y hacer que el hombre sometido y hasta esterilizado haga suyos los principios de “seguridad democrática” o “antiterrorista” para dejarlo alienado y desposeído. Esta ideología imperialista esta en función de la utilidad que genera y no de la verdad del hombre, la sociedad y el mundo. Dios como Creador o Padre ni siquiera se concibe como idea, porque en estas nuevas concepciones del hombre existe una nueva religión politeísta con divinidades con nombres de poder, eficacia, riqueza y triunfo.

Son los ricos, sabios y poderosos los nuevos Mesías que están justificados para ejercer su triunfo sobre los pobres y los débiles. Esta ideología mesiánica y de “moral del amo” exige un discurso que programe al hombre nuevo, física y psicológicamente, utilizando el hedonismo latente, con el objeto de debilitarlo para la acción y eliminar su responsabilidad personal. Sin embargo en el Evangelio de Jesús la fuerza está en la debilidad, en la transformación del corazón que hace nuevas criaturas. El Dios del Evangelio no pone como objetivo la utilidad sino que su "ideología" solo es apta para hombres y mujeres fuertes y limpias de corazón.

En el Tratado de Westfalia en 1648 los principios del orden mundial se establecieron sobre tres pilares fundamentales: el principio de la soberanía estatal, el principio de la no intervención y el principio de la separación entre política y religión. Sin embargo los Estados cada día son menos soberanos, la intervención de Estados Unidos y la OTAN en Kosobo, en Afganistán o en Irak no descansa ya en el principio de no agresión, sino que las relaciones internacionales se han alejado de la paz de Westfalia, en detrimento del ejercicio del poder duro y puro.

La separación de política y religión suele sufrir un travestismo en el que ambas se usan para que prevalezca el poder en ambas. Los creyentes muchas veces han sido insensibles a los imperialismos, como ha sido el caso de Irak, en el que se plantea una guerra preventiva y antiterrorista, cuando la manipulación de la noticia ocultaba las verdaderas intenciones. Cuando el hombre elimina a Dios de su vida todas las monstruosidades son posibles. ¿Qué nos depara el futuro sin las directrices del Evangelio? No lo sabemos. Lo que si sabemos es que el hombre que dice “no creer en Dios” ni en el Evangelio, termina creyendo en cualquier cosa.

Manuel de León es pastor, Presidente del Consejo Evangélico de Asturias, ha dirigido la Revista "Asturias Evangélica" y ha publicado “ORBAYU" una revista de investigación histórica, cultural y sociológica del protestantismo en Asturias

© M. de León, 2004, Asturias, España.
                 
               

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