lunes, 24 de diciembre de 2018

Salvación cristiana y ética griega





Número 31 - 13 de abril, 2004
Manuel de León

Han sido dos libros de dos filósofos los que de alguna manera han insinuado el tema de la salvación, (palabra esta muy descalabrada teológicamente y que debemos recuperar.) El uno, Luis Farre filósofo cristiano evangélico y el otro, Ortega y Gasset, de mas difícil catalogación pero también con espíritu cristiano. Los dos dejan claro que la salvación no es una inquietud íntima y elevada que pueda reducirse o concretarse en una experiencia psicológica. No es un fenómeno emocional y pasajero, ni el producto de la imaginación, ni el señuelo tras el que nos movemos los seres humanos que nos vemos lacerados y sin recompensa a nuestras calamidades, y, por tanto, que nos fabriquemos una esperanza noble e inalcanzable en la tierra. Dios aparece siempre como respuesta a la esencialidad humana y la forma mas entendible es la salvación como sentido a la vida y a la muerte.
El hombre vive sumergido en un mundo sugerente, con circunstancias envolventes que nos desconciertan y distraen, pero en los momentos lúcidos, en los momentos de internamiento, Dios sigue siendo el gran Salvador.
Dice Ortega y Gasset que dos son los impulsos, diferentes entre si, pero que mueven al hombre y lo catapultan hacia el misterio de las cosas y de Dios. El uno es la curiosidad de intelección y el otro el afán de salvación. Por el primero, el hombre pone en duda lo recibido en forma de dogmas científicos y expande la mente hacia espacios nuevos de investigación. Pero como muy bien matiza Ortega, la curiosidad científica no hará mas que amontonar cosas curiosas, irá de acá para allá frívolamente si no se somete a una disciplina que no sea otra que resolver el gran problema de la vida. Cualquier curiosidad tendrá sentido si crea “un sistema del universo completo y solidario, en el cual nuestra mente descanse. Mientras yo no sepa lo que es el universo, mi vida no tiene sentido, porque es ella una mínima palabra y fragmento de una frase enorme, cósmica, que solo en su integridad posee significación. Esa posibilidad de completarnos, averiguando lo que es el resto del mundo, es la “salvación”.
Está claro que cuando los cristianos usaron la palabra Logos, para describir que el Verbo, la Idea, la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros, quieren expresar que el creyente en Cristo encuentra el significado del universo y de su propia vida . Que la salvación así encontrada nos completa y nos explica en el cosmos. Por esta causa la mente griega y toda la Grecia clásica de Parménides, Platón o Aristóteles quedan resumidas en el Logos hecho carne, porque ya no es solo la idea como realidad máxima de la sustancia, sino que esta tiene la posibilidad de plasmarse en la materia y darle sentido.
Para Farre la vivencia en Dios no pretende ser solo teológica. Dios no se interpone entre el hombre y el mundo, sino que lo enseña a vivir en el mundo, superándolo y distanciándolo, convirtiéndonos en administradores y dueños de la tierra. Es mas, los ateos, los que no viven a Dios, los que no interiorizan ni mental ni espiritual a Dios, sino que deciden en contra de Dios y a favor de su esfuerzos, esperan resultados de su yo mas íntimo. El resultado será el vació, porque Dios no es un objeto pensante desde el hombre y el no someterse a la búsqueda o el negar los resultados una vez encontrados, no le darán la salvación. Para los teólogos el encuentro con Dios es don de la gracia y para otros también el sincero deseo de buscarlo, ya es indicio de encuentro. De todas las maneras la salvación bíblica abarca todos los matices y no solamente los teológicos, porque el hombre se salva no porque reprima sus apetitos, sus entusiasmos, sus ambiciones y curiosidades, sino porque además de la fe, de la salvación por gracia, de la experiencia del nuevo nacimiento, donde se descansa de la búsqueda de Dios, encuentra su sentido en el mundo con sus problemas sociales, políticos o éticos.
ara la ética griega a Dios hay que evitarlo, o ganarlo o halagarlo, del mismo modo que en la sociedad hay que triunfar astutamente logrando honores y distinciones. El hombre será un piloto que serpentea entre los arrecifes de dioses y hombres. El cristiano, sin embargo, no es un hipócrita, debe tener una ética social y una ética íntima que sepa resolver los conflictos interiores, pero también, como en la ética griega, aquellos otyros conflictos que producen efectos antisociales cuando el hombre no se ajusta al modelo cósmico y bíblico. Ya no podemos vivir y morir para nosotros, sino para aquel que ha dado sentido a nuestra vida y la ha salvado, armonizándola en la idea cósmica, en la frase que solo tiene sentido si hemos sido añadidos al cuerpo de Cristo, que es Dios.
Manuel de León es escritor, historiador, y director de "Vínculo"
(revista de las Iglesias de Cristo de España).

© M. de León, Asturias, España.

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