sábado, 22 de diciembre de 2018

Introducción a la espiritualidad cristiana. (reseña bibliográfica)







INTRODUCCIÓN A LA ESPIRITUALIDAD CRISTIANA. (reseña bibliográfica)

Autor: José María Martínez

Colección Pensamiento Cristiano. CLIE  1997

        

         No es fácil tarea reseñar y enjuiciar libros extensos, profundos y complejos como el presente del prestigioso teólogo español José María Martínez. Aunque su lectura resulte una delicia, resumirlo y sintetizarlo, resulta casi impracticable. Además he de confesar, que desde el primer momento he estado preocupado y expectante por el título. Suponía que “espiritualidad” es un elemento de tantos que integran al ser humano y el creyente no deja de ser hombre también. La espiritualidad desde el espíritu solamente y no desde el ser humano completo, no es espiritualidad. El cuerpo humano también es templo del Espíritu Santo. Por esta causa he ido leyendo sus páginas, escondiendo mi sospecha y  prejuicio, hasta que terminaba el capítulo y entendía su propósito que se hacía claro e iluminador. El ocuparnos de nuestra salvación con temor y temblor, es el propósito de estas eruditas páginas que nos muestran el camino de la perfección evangélica. Es una necesidad apremiante para la iglesia de hoy, vivir una espiritualidad bíblica, la cual está muy lejos de lo superficial y raquítico.

            José María Martínez no es pietista ni iluminado en el sentido histórico de las palabras, si no que estudia el conocimiento, la conciencia de pecado, la confianza en Cristo, comunión con Dios, consagración, santidad y conciencia social, como elementos que deben estar presentes en el modo de vivir la espiritualidad.

            Este libro es claro y diáfano, sin rebuscar palabras ni forzar argumentos. Es un libro madurado con los años, contrastado con el mundo actual, ecléctico en todos sus temas. Llama la atención el estudio magistral de Romanos 7 y 8 en el que encontramos frases significativas como esta : “Librarnos de la punición eterna, pero dejarnos sometidos en este mundo a la esclavitud del pecado sería como conmutar una pena de muerte por otra de cadena perpetua. Dios no hace las cosas a medias. Cuando su Palabra dice “ninguna condenación” quiere decir NINGUNA de modo absoluto”

            El filósofo asturiano Gustavo Bueno ha dicho recientemente que la conciencia fue inventada por los calvinistas. José María Martínez explica toda la problemática filosófica y teológica de la conciencia, en un capítulo enjuto,  en el que sintetiza la  historia desde la Orestiada de Esquilo hasta la modernidad, haciendo llamadas de atención como esta: “Si perniciosa es una conciencia encallecida, que no ve pecado en ninguna parte, también lo es una conciencia hipersensible, neurotizada, que ve pecado por doquier”

            Así pues, tenemos delante de nosotros una obra maestra del pensamiento  protestante español, de un teólogo “todo terreno” que maneja la intelectualidad y la erudición tanto en la historia, como en la filosofía o sociología. Siempre lo hace con sobriedad y equilibrio entre desviaciones extremas. El eje central del libro gira - a mi entender - en que no puede haber auténtica espiritualidad sin santidad. La santidad aparece en la Biblia como característica esencial de Dios. Así mismo, la espiritualidad bíblica no puede vivirse en solitario. El cristiano espiritual, da prioridad a Dios en todas las esferas de la vida y, por consiguiente, tiene que tener un dimensión social. “ No fue  - dice José María Martínez - la espiritualidad super-religiosa del sacerdote o el levita lo que presentó Cristo como ejemplo a imitar, sino la acción abnegada del samaritano, quien superando prejuicios y posibles perjuicios, atendió solícitamente al pobre judío despojado y malherido por los ladrones (Luc. 10:25-37) Cabría preguntar ¿Cuál de los tres, el sacerdote, el levita o el samaritano, fue mas espiritual?

            Queda claro, que mis precauciones y prejuicios primeros, quedaron pronto diluidos en ese mar de  reflexión abundante y armonizada. El autor disecciona las tramas y urdimbres de un terciopelo actualizado, pero entroncado en la Biblia y en la historia, para el hombre de hoy y el creyente sincero. Por eso cita a Friedrich Heer cuando dice: “...en el horizonte oscuro y lívido de la historia, asoma una luz de un último ocaso de los hombres, no de los dioses. El ser humano sigue teniendo una sed espiritual inextinguible.”

            La segunda parte del libro es la síntesis histórica de movimientos y filosofías que a los largo de la historia han expresado esa sed  por la piedad y, así mismo, el abuso y decadencia de la espiritualidad. Desde el periodo postapostólico al movimiento carismático de estos tiempos, la historia ha sido un vaivén de  derrotas y victorias, de logros y fracasos.
            El misticismo o la experiencia mística como meta de la unión con Dios, es una corriente cristiana que ha fluido a lo largo de la historia y ha influido en otras religiones. El autor no regatea estudio en este capítulo, quien recorre la patrística y la mística española especialmente. Cita teólogos como Wilhen Herrmann (1846-1922) quien declaró: “Cierto, fuera del cristianismo, el misticismo surgirá por doquier como la flor del desarrollo religioso. Pero un cristiano está obligado a declarar que la experiencia mística de Dios es una ilusión, un engaño” Cita también a su amigo y colaborador  Ernesto Trenchard quien distinguía (en una conferencia en el Victoria Institute de Londres) entre la unión mística de Cristo con los suyos, su iglesia, y lo que el misticismo quiere aplicar al alma que llega a la unión con Dios.
            La Reforma del siglo XVI es otro momento histórico de la espiritualidad, donde la actividad mas prosaica puede ser sacralizada. “El trabajo del campesino o el artesano y el ministerio del apóstol  pueden ser igualmente dignos a los ojos de Dios, si ambos se llevan a cabo para el Señor. Este modo de entender cualquier profesión, es el secreto de la dignificación del trabajo efectuada por Calvino”- dice el autor.
            Después de analizar el puritanismo (del que destaca el autor, la influencia hasta nuestros días), así como del pietismo y los movimientos de santidad iniciados por Juan y Carlos Wesley, termina con el movimiento carismático. De él dice que es el mas importante acontecimiento espiritual de nuestro  siglo, aunque no constituye una novedad histórica en la Iglesia. Desde el montanismo del siglo II, pasando por la Reforma radical del siglo XVI, hasta los irvingitas en el siglo XIX, todos han sido precursores de las “olas” carismáticas o neopentecostales. José María Martínez coloca al bautismo del Espíritu Santo, el don de lenguas, el don de sanidades y profecía, así como  el culto carismático, en el fiel justo de la balanza espiritual. “ Es digno de elogio -dice el autor- el énfasis que el carismático hace en la necesidad de la plenitud del espíritu Santo... Es saludable la libertad con que las emociones pueden exteriorizarse en la vida cristiana, incluido el culto... Positiva es la importancia que entre los carismáticos se da a la adoración y la oración, etc... Pero los aspectos positivos del movimiento, no ocultan, a ojos de muchos, lo que se consideran sus puntos negativos: el sectarismo, la arrogancia, el considerarse cristianos de rango superior, el iluminismo o tendencia a esperar como normal que Dios hable directamente a cada hijo suyo. La cita de Parker es alertadora: “La persona con ambiciones insanas de ser líder religioso, que domina a un grupo haciéndole creer que él está mas cerca de Dios que ellos, puede fácilmente  subir al coche carismático y allí encontrar personas sencillas, emocionalmente dependientes, que esperan ser impresionadas por él”   

            Hemos de felicitar  de nuevo a CLIE, que haya emprendido esta colección con dos libros insuperables: este de Martínez y el de Alfonso RoperoFilosofía y Cristianismo” que también reseñamos en estas páginas. También recomendaremos este libro por su fácil lectura,  por su instrucción sabia, la profusión de datos históricos y teológicos que le hacen un libro obligado en la biblioteca de cada creyente.


                                                                       MANUEL DE LEÓN. junio 2000
 

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