martes, 25 de diciembre de 2018

¿Un creyente agnóstico?







Número 33 - 27 de abril, 2004
Manuel de León
 
 
Nos ha vuelto a sorprender Enrique Miret Magdalena, este “teólogo laico” que se autodenomina “creyente agnóstico” y a sus 90 años acaba de publicar “La vida merece ser vivida”. Lo de “creyente agnóstico” no lo entendemos y debe tener alguna interpretación personal, porque a veces los creyentes podemos caer en cierto desánimo existencial, o caer en un pesimismo y escepticismo desmoralizante al ver tanta mentira en cada esquina, pero nunca dejamos de “ser” ni “pertenecer” al Dios que nos ha salvado. Miret, en una de sus frases, ha dicho que “nos han enseñado una religión falsa”, con un mensaje de Jesús, secuestrado, y que el catolicismo ha abusado de la religión como arma de poder. La imposición del hecho religioso ha sido en España, una fábrica de hacer ateos y en estos días de poder laico, la enseñanza religiosa no se asienta sobre bases sólidas.
El agnosticismo de Miret no parecer estar basado en principios filosóficos y teológicos solamente. Mas bien parece haberse dado cuenta que después de 90 años de vida de creyente, no hay verdades absolutas acerca de Dios, que las evidencias a favor y en contra de la existencia de Dios, son cuestionables si solo se admiten desde la religión católica en la que Miret milita. La duda roza suavemente el sentir religioso, cuando la Institución y la Jerarquía está por encima de Dios y del mensaje de Jesús.
El catolicismo oficial es muy diferente al de la masa laica que se mueve entre los cristianos de base como evangélico, pero el resto, no es mas que un paganismo idólatra y teatral. El fundamento para creer en Dios debe encontrarse en la experiencia religiosa, en la conversión, en la presencia de Dios en nuestras vidas y en la Revelación, pero también hay experiencias morales, relaciones interpersonales que pueden hacernos caer en el agnosticismo. Sin duda la moralidad no ha sido el fuerte del catolicismo a lo largo de la historia, por mas que se esfuerce la Jerarquía en proclamar valores y dictar una ética de situación que no se cumple.
Se desprende de las palabras de Miret, que vivimos en mundo no solamente injusto y violento, sino también un mundo en continua búsqueda, desencajado y sin bases que lo fundamenten. En la frese “todos somos buscadores de la verdad, no poseedores” parece querernos decir que el mundo de la “transmodernidad” está a la intemperie frente a la conciencia de la finitud y la confrontación con el sufrimiento y la muerte. Lo que el teólogo protestante Rudolf Otto llamó el “misterio de temor y fascinación” no puede ser comprendido por un mundo a miles de revoluciones por segundo. Falta tiempo para ser concientes de un ser que trasciende a nuestro propio ser, de una existencia del Ser Sagrado que palpamos pero que no seguimos indagando mas. Mucho menos para hacer un salto entre la idea de un Ser perfecto y sublime, para que entendamos y supongamos la existencia de la realidad de Dios, como lo hizo san Anselmo.
Yo creo también que este “agnosticismo del creyente” nace del enfrentamiento de la realidad del vivir en el mundo con la otra realidad de vivir en el Espíritu. La carta de Pablo a los Romanos deja claro que el hombre no ha sido capaz de realizar la justicia ni frente al prójimo inmediato, ni frente a la sociedad.
Un cristiano, si tiene algo de cristiano verdadero, no puede quedar instalado irremisiblemente en la injusticia social, sin una esperanza de que será posible caminar hacia la justicia. No ya que podamos cambiar al mundo estableciendo una justicia perfecta, sino que no podemos admitir la injusticia institucional y estructural, consolidada y violenta.
Un cristiano que sienta el impulso del Espíritu, que nos es otra cosa que liberación de egoísmos y codicias, para ser conducido hacia el amor y la fraternidad, puede sentirse “agnóstico” frente a la situación trágica de un mundo estructuralmente arbitrario e inicuo. Frente a esta realidad de injusticia, el hombre de fe no puede quedarse en puro ideal platónico, condenado a la sola contemplación de lo que yo llamo “orgías religiosas de la Plaza de San Pedro” donde el Papa ejerce de Dios (“representante de Dios en la tierra” para que no se nos tilde de irrespetuosos), pero que no se busca la revolución del amor frente al esclavizado, al violado, al que la globalización injusta aparta como a un apestado. ¿Querrá decir algo de esto Miret Magdalena con lo de “creyente agnóstico”?
Manuel de León es escritor, historiador, y director de "Vínculo"
(revista de las Iglesias de Cristo de España).

© M. de León, Asturias, España.

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