sábado, 22 de diciembre de 2018

Marketing y evangelización.(II)









Manuel de León.-enero 2003

           
            La iglesia no es una empresa ni el mundo un mercado. Ni el marketing, ni la emotividad sublimada, ni la propaganda pueden ser atajo para conseguir un fin, en ocasiones rápido, inmediato, pero de corta duración. No hay fórmulas “de crecimiento de iglesia” que con un márheting disciplinado produzca creyentes, tenga éxito y pueda ser modelo para otras.
Los resultados, de quienes buscan una expansión rápida, suelen tener consecuencias trágicas y dañinas. Suelen  crear cristianos sin conocimiento doctrinal, vital y práctico que caen rápidamente en supersticiones extrabíblicas.
 Alguno dirá o estará pensando ahora: bueno, una cosa es la conversión y otra la formación, el crecimiento. Primero evangelicemos, trabajemos por nuevas conversiones y luego formemos, equipemos al creyente.
 Esto es verdad, pero no todos los contextos son iguales. Pablo, en un mes o dos, plantó varias iglesias. Sin embargo, el conocimiento religioso de la mayoría constituyente de esas iglesias de Pablo, tenía un alto grado de preparación para entender el mensaje profético y entregarse a los pies de Cristo. No es lo mismo en la sociedad de hoy, cuyas tradiciones y cultura cristiana es muy deficiente. No tener esto en cuenta, puede provocar manipulación de conciencias y a la larga, un rechazo social y religioso perdurable.
La educación y formación cristiana es un trabajo lento, sin resultados inmediatos en la mayoría de los casos. Es lo opuesto al máketing, a la venta, a la propaganda, a la emotividad. Exige un esfuerzo constante, un estudio razonado de las cosas de Dios y después será el individuo el que dé una respuesta al mensaje profético. El entendimiento tiene que ser conquistado por una razón trascendental y antes de que el evangelista busque conversiones en el momento, es necesario que haya habido un educador, un maestro que haya tenido en cuenta la personalidad del individuo, ensanchando su imaginación y el poder de buscar la verdad mediante el discernimiento.
 Porque la fe viene por el oír y esta es un don de Dios,  es necesario que lo que el individuo oiga sea trascendente y eterno. No podemos ofrecer un Evangelio de gente que se cae de espaldas por arte del sugestionador de turno que con su música, su espectáculo, su propaganda de curaciones y una vida en prosperidad, puede convulsionar el corazón por unos momentos, pero no la mente para buscar la verdad.

En este contexto de la búsqueda de conversiones rápidas a través de la emotividad de las masas, parecería improcedente la extensión del Evangelio por iglesias pequeñas y aisladas. En las llamadas “mega-iglesias” centros congregacionales de cientos y miles de miembros, muchas veces se busca el estímulo que precede a la creencia, agigantado este estímulo  por la emoción colectiva que se produce, pero quizás falta el poder del Espíritu mediante la Palabra de Dios.
No tenemos que escandalizarnos de ser “manada pequeña”, ni avergonzarnos de pertenecer a pequeñas iglesias. La extensión del Evangelio nace del poder de Dios y en la debilidad del hombre, nunca  al revés.
KAR BARTH dice: “El mensaje del hombre nuevo tiene que ser anunciado por el hombre. Mas no serán los hombres quienes le hagan triunfar, sino su propia fuerza. El valor que se nos exige, es el valor de la confianza en su fuerza intrínseca”.
Es pues la fuerza de la Palabra la que tiene poder y no es la fuerza de las grandes iglesias o de quienes proyectan atracciones de espectáculo, de show para sustituir el culto, de medios de última hora para sustituir el mensaje o de superhombres para sustituir a Dios.
 La iglesia en expansión crece, replegándose en si misma.   Esto es, se concentra, se recoge y, paradójicamente, se expande. La iglesia primitiva experimentó este sistema. La persecución no solo diezmó las iglesias y esparció a sus líderes, sino que tener dones y puestos de dirección era peligroso. Las dificultades e impedimentos, sorprendentemente hicieron crecer y expandir la iglesia como una plaga, al decir de sus enemigos. No solo sobrevivió sino que creció en fuerza y número.
¿Cómo fue posible?
Aunque haya razones de orden sociológico y religioso, lo fundamental de este hecho fue la concentración en si misma. Muchas iglesias viven, hoy en día, en compartimentos estancos, independientes y libres pero sin conexión, descentradas y sin motivación a cualquier esfuerzo unido. Viven como si la independencia, fuese el vivir como el “llanero solitario”, ajenos a las vicisitudes de los miembros del cuerpo de Cristo quien se entregó por ella.
            La iglesia primitiva veló por su credo, por el bienestar de sus miembros, creó una atmósfera de ilusión capaz de irradiar y atraer por la fuerza de su propio dinamismo interno (Mirad- se decía- cómo se aman) y la fuerza espiritual de sus vidas. No buscaban los cristianos a la gente, sino la gente a los cristianos. Su vida atraía, porque a todos les preocupaba lo de los demás y no les era indiferente la suerte de los que le rodeaban.
            Una iglesia recogida en espíritu delante del Señor expresa una actitud de fe y confianza que transmite. A veces la actividad mas enérgica es quedarse quietos, no para holgazanear, para olvidar la misión, para olvidar a los demás, sino para mirar al Señor y descubrir la dirección de la mirada, el soplo del Espíritu.
“ En descanso y en reposo seréis salvos; en quietud y en confianza será vuestra fortaleza. (Isa.30:15)




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