viernes, 21 de diciembre de 2018

La huída del hombre esclavo










 Manuel de León julio 2003

Nunca ha sido fácil definir al hombre en su complejidad existencial. Reducirlo a “soma, psique y neuma” cuerpo, alma y espíritu, solo define los bordes de su ser, que según la Biblia tiene las dimensiones de “imagen de Dios” por lo que esto crea un mayor abismo entre la finitud humana y lo infinito de Dios. Laín Entralgo titula uno de sus múltiples ensayos “¿Qué es el hombre?” Entre otras cosas dice: “A mi juicio, las tesis antropológicas mas radicales y esencialmente cristianas, las dos directamente procedentes de la revelación bíblica, son estas dos: el hombre fue creado por Dios a su imagen y semejanza; la existencia y la vida de la persona humana no se extinguen con la muerte, para el hombre hay una vida transmortal perdurable.”
 El ser humano es el único ser vivo que tiene consciencia de su finitud y por tanto de su frustración. El hombre es un ser que no coincide con su intimidad, no se adapta a la esfera de su corazón en el que Dios ha puesto eternidad; que se siente inacabado y busca ansiosamente un descanso y una salvación. Es un ser ansioso y en constante huída, que modifica constantemente las parcelas tanto físicas, psíquicas, éticas y espirituales, pero que, en esa su sed que nunca llega a saciarse, solo encuentra el cansancio y el vacío.
Por otra parte el hombre tampoco es un ser libre, aunque lo digan las pancartas de publicidad. No lo es ni políticamente, ni socio-económicamente. No es libre desde el punto de vista ético, ni intelectual, ni siquiera espiritual. La misma fe en Dios es un don, algo que le viene dado desde fuera y que ha supuesto una elección soberana de Dios. Esta es la razón por la que el hombre ansioso, que busca y huye en ocasiones, no es mas que un esclavo. El error, el fracaso y la frustración (“amartia”) le encadenan, lo dominan y le gobiernan. En cierto modo la Revelación bíblica coincide con algunas observaciones de Martín Heidegger quien afirma que la sorprendente propiedad del hombre de tender a huir puede expresarse en la “caída”. Sartre decía: “Yo huyo para ignorar, pero no puedo ignorar que huyo, y la huída de la angustia no es mas que  un modo de tomar conciencia de la angustia”.
No hay pues “libre albedrío” sino esclavitud  porque la frustración y el pecado nos hacen esclavos. Es un proceso cíclico, el ser humano comete errores, cae en el fracaso y vivencia la frustración.. Sobre la corrupción de la naturaleza humana, incapaz de realizar ningún bien completo, ya en 1516 escribía con radicalidad Lutero: “ No es solo privación de una cualidad en la voluntad, ni siquiera solamente la privación de luz en la inteligencia, de fuerza en la memoria, sino que en definitiva es la privación de toda clase de rectitud y poder en nuestras fuerzas, tanto del cuerpo como del alma, y de todo el hombre interior como exterior. Es además la inclinación misma al mal, el desagrado del bien, el hastío de la luz y la sabiduría, el aferramiento al error y a las tinieblas, la huída y la abominación de las buenas obras, la carrera hacia el mal...”
Es cierto que algunos ven un cierto grado de libertad en el hombre, aunque esta sea como la de un condenado a muerte al que se le da elegir el instrumento con el que quiere ser aniquilado. Escoger en libertad una profesión, un determinado estilo de vida, un lugar de residencia, una mujer o un hombre... crearán un tipo de vida que jamás podrá ni querrá escapar, por lo que su vida quedará limitada y condicionada. Es lo que se ha llamado la angustia de la libertad porque en lo desechado, en lo no elegido siempre hay elementos de bondad. “Ser libre – ha dicho Sartre- es estar condenado a ser libre”.
La civilización postmoderna sigue siendo la misma civilización de la huída y de la evasión de si mismo. Y en esta huida el ser humano se incapacita para amar al ser de enfrente, se inhibe de compromisos que le angustien, sustituye su ansia por algo que distraiga su atención y trata de atenuar la sensación de esclavo. Por eso la civilización moderna echa del centro de sus ciudades a los pobres, los enlata en los suburbios como se hace con los viejos en las Residencias de la tercera edad. Se ejerce la esclavitud social porque las libertades jurídicas son inoperantes y se ponen cárceles donde solo hay fracaso ético. Nunca ha habido tanto desequilibrio emocional y pasional. Las cuerdas del alma se han roto y la depresión y el estrés  son parte de nuestros problemas personales. Pero no se quiere sufrir. Sufrir es un crimen y por eso se pone morfina y se dejan sedados a los enfermos. El dolor no es grato. Como decía Chesterton, el hombre actual no ama su cuerpo, sino que le teme, porque además no hay huída posible ante la muerte. Cansado de huir al hombre no le queda otro camino que la fe. El descanso lo ofrece Cristo en estas palabras: “Venid a mi todos los atribulados y cargados y yo os haré descansar.”


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