sábado, 22 de diciembre de 2018

La radicalidad evangélica.











 Manuel de León. junio 2003

Gene Edwars[1] tiene varios libros que se auto-titulan como los más revolucionarios y radicales. En su afán desmitificador e iconoclasta no deja vivos ni a los bancos de la iglesia, porque tiene esa sensación de haber dejado la radicalidad de la verdad primigenia. Una radicalidad que provocó el incendio revolucionario más grande la historia, y cuya originalidad está expresada además del Nuevo Testamento, en la carta a Diagneto, en la Didache de la segunda mitad del siglo primero o en la 1ª apología de Justino, filósofo palestino que decía: “Los que antes amábamos por encima de todo al dinero y el acrecentamiento de nuestros bienes, ahora ponemos en común lo que tenemos y de ello damos parte a todo el que está necesitado. Los que antes nos odiábamos y matábamos unos a otros y no compartíamos el hogar con quines no fueran de nuestra propia raza, por la diferencia de costumbres, ahora, después de la aparición de Cristo, vivimos todos juntos y los que tenemos socorremos a todos los necesitados y nos asistimos unos a otros”. Este modelo de vida, en apariencia sencillo, reflejaba una praxis diaria que impactaba, porque no espiritualizaba el estómago del necesitado, ni secularizaba tampoco su alma y su espíritu.
Cuando decimos que la Historia puede dificultar la radicalidad, reconocemos la posibilidad de que el peso filosófico y teológico de los siglos  nos tenga aprisionados. No porque la teología sea inútil, ni un ejercicio infructuoso, ya que busca discernir el rostro de Dios en la faz de Jesucristo, sino porque los árboles no dejen ver el bosque. Ha sido la Reforma llamada radical[2] la que según Ernst Troelsch ha caracterizado tipológicamente al protestantismo desde el punto de vista de la sociología de la religión. No fueron las grandes iglesias luterana y calvinista, ni la católica en su contrarreforma, las que más influyeron en la determinación de erradicar los abusos de la institución religiosa, sino la Reforma radical en su amontonamiento de reformas y restituciones doctrinales e institucionales de anabaptistas, espiritualistas, pietistas y hasta racionalistas evangélicos como Juan de Valdés. No es fácil romper con la práctica actual del cristianismo, aunque veamos muriéndose de hambre dos terceras partes del globo, montones de “papas de la prosperidad” saqueando al pobre y al débil o a los poderosos ejerciendo violencia en todos los niveles y a escala cósmica. ¿Dónde está el cristianismo que además de ser sensible ante el afligido y menesteroso, mire al hombre como imagen de Dios?
 Gene Edwars en el libro citado se interroga por todo lo que hacen los cristianos de hoy y la respuesta es que nada es bíblico.  Del culto del domingo a las doce dice: “Hoy, 500.000.000 protestantes siguen rutinariamente (y sin preguntar) esta tradición del domingo como resultado de los malos hábitos de un teólogo alemán con la cerveza.”
 Del pastor dice cosas como estas: “Piensa en ello. En que lugar del Nuevo Testamento encuentras tú a un hombre –siempre el mismo– que (1) predica cada domingo, (2) casa a la gente, (3) da un mensaje a un grupo,  (4) lo entierra después con una oración, (5) visita ancianitas, (6) ora por el fútbol, (7) es el Gran Jefe Supremo de la iglesia, (8) ejerce responsabilidad sobre ancianos y diáconos, (9) casi siempre anda trajeado, (10) habla y ora de una forma extraña, (11) bautiza a todos los nuevos conversos, (12) y cuyo oficio y cada una de esas prácticas se suponen que están basadas sólidamente en la Palabra de Dios y presentes en la escritura.
Ahí, en tu Nuevo Testamento, no aparece un hombre como ese, ¿verdad? A pesar de ese hecho, hoy en día este señor es la figura central del cristianismo protestante. ¿Cómo se introdujo la idea del pastor en el cristianismo? Aquí está la historia. Juzga por ti mismo si parece que floreciera de algo “basado sólidamente en la Palabra de Dios.”
De los edificios afirma: “Hasta que apareció en escena un emperador romano llamado Constantino (unos 300 años después del Pentecostés), la fe cristiana era la única religión en la historia que se reunía en casas. Era el único movimiento “oculto” aventajado de la historia de la religión. No tenía instituciones, ni rituales impuestos, ni templos. Aquello era no tenía precedentes en la historia humana. Fue lo que hizo al cristianismo algo único. Vigoroso. Elástico, flexible, adaptable. ¡Y tenían pocos gastos! Los gastos eran ínfimos. Poco después Constantino se encargó de cambiar todo eso.
Todas las otras religiones tenían (y tienen) templos (edificio de iglesia), sacerdotes (pastores), vírgenes vestales (monjas), rituales (la Misa y el “culto” del domingo... que está muy cerca de un ritual), un vocabulario secreto sólo conocido por los sacerdotes (teología) y un laicado en silencio. Todas las religiones han contado siempre con esto. Incluyendo la religión protestante. (¡Vale, no tenemos vírgenes vestales!)
Y no podía faltar lo que dice del banco del templo: “Por su parte, cuando los cristianos de Constantinopla entraron en estos relucientes edificios tan novedosos, algo extraño sucedió. Alguien exigió que, por respeto a Cristo, todo el mundo debía estar de pie. (El nombre del hombre que hizo una cosa tan fuera de lo común se perdió para nosotros) No se pueden sentar. Sin taburetes. ¡Todos arriba! ¿El resultado? En las iglesias ortodoxas orientales actuales todavía no hay lugar donde sentarse... ¡a pesar de que su ritual dominical dura dos horas! Hasta el día de hoy no tienen bancos, y a duras penas se ve alguna ventana. ¡No hay duda de que la devota iglesia Ortodoxa del Este no se crió como el Catolicismo romano! (Por cierto, más tarde los católicos sustituyeron el taburete por el banco.)
Justo antes de la Reforma protestante, a alguien se le ocurrió ponerle un respaldo al banco. Así nació la silla y el banco con respaldo. Los protestantes se abalanzaron sobre la idea, y así nació el asiento protestante. Refunfuñando, los católicos se están llevando poco a poco el banco e instalando el asiento. (En América, casi desde un principio, los católicos se decantaron por el asiento, para competir con los protestantes.)
No fue hasta la llegada de nuestras iluminadas mentes evangélicas, cuando nos pusimos en plan bíblico Neo–Testamental, y pusimos almohadones a nuestros asientos. (De esta forma al menos estamos cómodos mientras nos aburrimos como ostras.)
¿El futuro del asiento? En nuestra era de la electrónica, ¿quizás veamos rascadores vibratorios para la espalda? ¿Masaje electrónico para los dedos? ¿Auriculares en estéreo para oír mejor al coro? ¡Cualquiera sabe!”
Yo pienso que para entender la radicalidad evangélica, no podemos llegar a estos extremos en los que, actualizar las formas para presentar el mensaje, suponga deterioro del mismo. En algunos casos, el tener un templo, puede suponer un enorme esfuerzo económico para una congregación pequeña, cuando debería estar la asamblea mas preocupada de las necesidades  de un mundo hambriento y necesitado de todo. ¿Será esto lo que nos quiere decir Edwars?  Pero, en otros casos, el templo ha supuesto una ayuda estimable a la asamblea cristiana pues le ha servido no solo para la realización de la misión evangelizadora y educadora, sino que ha servido a la sociedad como lugar de encuentros y actividades.  Quizás haya una escala de prioridades y de valores en los hijos de Reino, que no deben confundirse con los del sistema mundano. Sin duda la radicalidad del ejemplo de Cristo es esta: “Las zorras tienen guaridas, y las aves de los cielos nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene donde recostar la cabeza” (Lucas 9:58)


[1] “Mas allá de lo radical” Gene Edwars
[2] George H. Williams “La Reforma radical”

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