martes, 18 de diciembre de 2018

En busca del milagro.










mayo 2004


Ya se está pareciendo nuestra cansada y desorientada sociedad a la del siglo XVIII en el campo católico, que sin ningún fundamento de fe buscaba en el milagro la solución a todos sus males. Hoy desde el simple curandero o echador de cartas, hasta la brujería y el satanismo pueden aparecer una pléyade de explotadores y buscadores del milagro que en muchas ocasiones raya con el infantilismo. Y no lo digo solo para la sociedad católica romana que siempre ha mantenido la alta teología al lado de las mas repugnantes supersticiones, sino también en la sociedad carismática protestante. Se están adquiriendo costumbres y formas de culto, donde la obsesión milagrera y sanadora envuelve cualquier reunión y los valores tan importantes del pentecostalismo se están desprestigiando a pasos agigantados.



Recuerdo haber leído milagros muy divertidos que el inquisidor Antonio Bozal en 1785 había reunido en el libro “Epítome de la vida de San Francisco” y que publicaba en aquellos años la revista el Censor. Ya había dicho Melchor Cano que estaban mejor tratadas las vidas de los filósofos escritas por  Laercio, que las de los santos cristianos. Un ejemplo de este infantilismo: Pasaba una mujer con una canastilla de pan muy blanco a tiempo que predicaba San Gonzalo de Amarante y dijo: Para que sepáis cual pone al alma la descomunión: Yo en nombre de Dios descomulgo este pan. Y luego el pan se volvió negro y asqueroso como un carbón. Ponderó la materia y volviéndose al pan le dijo: En nombre de Dios te absuelvo de la descomunión y se tornó a su primera blancura. Histo. Ordi. Predic. citada en “La Luz de la fe de la Ley”. A lo que el  El Censor decía:” Pero lo que es peor de todo, los autores de estos libros, los inventores de estos milagros, los que fabrican estas revelaciones y profecías, los que esparcen estas reliquias, están todos satisfechos de que hacen una grande obra de piedad y un servicio muy importante a la Religión”. Esto es lo triste del espectáculo de la sanidad y el milagro, el creer hacer un servicio a Dios y parecer un signo de piedad.



Los Evangelios narran con detalle los milagros de Jesús. Son mas de treinta, de los que ocho son sobre el poder de Jesús en la naturaleza, tres son resurrecciones y veintitrés curaciones, aunque se habla de forma genérica de otras muchas curaciones. Pero aún en estas narraciones evangélicas, resulta difícil determinar cómo trascurrieron los hechos. Lo que si podemos interpretar correctamente es el significado de los milagros, que no eran otra cosa que signos que manifiestan la presencia del Reino de Dios. Porque no hemos de olvidar que a Jesús, sus enemigos, atribuyeron estas acciones a “causas diabólicas” o como dice el Talmud que “Jesús practicó la hechicería y sedujo a Isarael”  y también como dijo Justino, “los judíos tuvieron el atrevimiento de decir que era un mago y seductor del pueblo”.

Cuando una sociedad, como la de Israel de aquel entonces, admite y da credulidad a magos y hechiceros, el contraste con los milagros de los Evangelios se hace evidente. Ya no son  los milagros de Jesús historias como las del naturalista judío Plinio que afirmaba que determinada planta judía no florecía los sábados. El evangelista Juan habla casi siempre de  “signos y señales” y el mismo Jesús se queja de que sus milagros tengan valor solo por la utilidad que reportan y no por el significado último. En los evangelios apócrifos aparecen milagros en los que convierten a Jesús niño, en un peligro público. Hay milagros teatrales y jocosos también en colecciones de aquel tiempo, donde se relatan historias como la de Istmonique que pidió quedar embarazada en el templo dedicado a Esculapio y se le cumplió el deseo. Como al cabo de tres años no había dado a luz, volvió al santuario y Esculapio le explicó que ella solo había pedido un embarazo, no un parto.

Todas estas historias milagreras y que ofenden nuestra inteligencia, comienzan a contarse en los círculos evangélicos también y son preocupantes. El mundo nuevo que aparece con las señales de los milagros de Jesús y que son anticipos de la victoria final sobre el pecado, la enfermedad y la muerte, no me parecen los mismos signos de los espectáculos cúlticos, ni representan la misma “dínamis” fuerza y poder para la salvación a la humanidad.


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