sábado, 22 de diciembre de 2018

La imagen del Dios postsecular.









Manuel de León. Mayo 2003


El encuentro del cristianismo o la cita de la fe con el mundo postsecular no ha mejorado la imagen de Dios. El Dios nuestro aparece, a los ojos de una gran parte del mundo, como uno de tantos ídolos. El cambio de los tiempos, los lugares y las culturas no ha sabido presentar el misterio de un Dios real, y con  el rechazo de tanto ídolo se ha ido negando la realidad de Dios de modo irreparable. El obispo anglicano J.S.Spong ha dicho que el cristianismo debe cambiar o morir. Lo exagerado del dicho no deja de ser una advertencia para que actualicemos, desde todos los sectores y en la diversidad de dones, la teología actual en cuya cita con la postmodernidad se encuentra desorientada. La religión no puede seguir refugiándose en el prestigio de “su santidad” y “sus bondades” aunque las haya. Tampoco puede ir inmunizándose ante las dificultades y resistirse a una actuación transformadora en medio de un mundo cada día mas injusto y desigual.
Varios son los temas  que acusan al  verdadero cristiano con fe. Quizás la más cercana y ruidosa sea de  Nietzsche que acusaba a la religión de “falta de fidelidad a la tierra”  y resistencia  al avance de la ciencia. Sobre todo se le ha acusado de dualismo alienante por lo que Feuerbach decía: “Para que Dios sea todo, el hombre tiene que ser nada”. Quizás hayamos dejado de un lado la creación de Dios desde el amor. Dios se decide a crear, desde el amor y la entrega, para el bien y la realización del ser humano. Toda prolongación de amor y bondad hacia lo creado es afirmación de la acción creadora de Dios. Sin embargo esta idea de creación rompe todo dualismo y desenmascara ideas tan conocidas como que el hombre y la mujer fueron creados para “gloria de Dios” y su servicio. Y es que estamos ante la misma paradoja de fe y obras, porque solo servimos a Dios y damos gloria a Dios cuando  la vida humana se desarrolla en igualdad y en dignidad. La Biblia nunca ha dejado de ver a Dios como el liberador y el que cubre las necesidades humanas, incluidas las espirituales. Dios no está “distante y desinteresado” con los problemas del mundo, sino que está desde siempre trabajando( Juan 5:17) a favor nuestro. La presencia de Dios en la vida humana ya no se entiende desde un mundo lleno de continuos milagros, de influjos sobrenaturales constantes a favor de la enfermedad y la desgracia humana. Los ángeles y los demonios ya no son tanto como los que acercan o separan la trascendencia divina, que se halla alta y lejos en los cielos. Sabemos que Dios actúa,  pero ahora comprendemos que lo hace a través de la acción de las criaturas y hacia las criaturas.
Otro tema, que a muchos puede doler pero que expone una realidad, es el presentar la Revelación o “la teología de la Palabra” como imposición autoritaria o refugio fideista. Para muchos la Revelación es una lista de verdades “caídas del cielo”  dichas  e inspiradas  a algún profeta pero sin que podamos verificar su verdad. Se trata de una revelación impuesta desde fuera que en muchos casos no satisface nuestras preguntas, porque son misterio o no están reveladas. Kant ya había ironizado respecto a la Trinidad diciendo que “cuando la verdad no resulta comprobable ni afecta vitalmente, se hace indiferente, e igual da aceptar tres que diez personas divinas”. Porque, como siempre ha mantenido el Dr.  J.M. González Campa la mejor definición bíblica sería:  “Dios es uno en el que hay varios”. Establecer un diálogo, cuando solo cabe el rechazo o la aceptación de la autoridad, parece de este modo imposible. Fue el reproche de Bonhoeffer a K. Barth acusándole de “ positivismo de la Revelación” donde se colocaba al hombre actual ante ella como en una jaula, diciéndole: “Come, pájaro, o muere”.
Se hace necesario, a este respecto, una concepción menos espiritualizada de la revelación. El profeta de Dios se da cuenta, desde su comprensión de Dios y del hombre, desde la  continua  y amorosa presencia de Dios, de lo que todos necesitan de Dios. La fe engendrada por Dios, no necesita aceptarse “porque sí” sino que nos reconocemos en ella y la aceptamos o rechazamos. La cultura y la ciencia no serían algo extraño a la fe, como si esta fuese un añadido a la historia del hombre. Es lo que F. Rosenzweig resumió con precisión: “La Biblia y el corazón del hombre dicen la misma cosa”. Todos sabemos que la  experiencia de fe  siempre es personal y desde la libertad, nunca se adquiere por  tradición y  cultura religiosa. Los samaritanos decían a la mujer : “Ya no creemos solamente por tu dicho, porque nosotros mismos hemos oído y sabemos que verdaderamente este es el Salvador del mundo, el Cristo” (Juan 4:42)

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