martes, 18 de diciembre de 2018

El otro conductor de masas







La cultura contemporánea nos ha enseñado a convivir con los conductores de masas. Las campañas electorales sacan a la palestra a líderes en cuyas venas se les ha insuflado el arte de persuadir como factor fundamental de la psicología de las masas. Este arte de convencer los demagogos de Atenas lo llamaban “entinema” porque actuaba sobre el “thymos”, el asiento de las pasiones. Esto de “timos” y “pasiones” me suena algo cuando vemos a los contrincantes políticos, ávidos de poder, ciegos y cargados de consignas de extraordinaria eficacia psicológica. La actividad mediática repite las mismas consignas para que se instalen en las zonas profundas del inconsciente y sean eficaces para la persuasión y la acción. Todo argumento puede ser empleado y falseado, todo sentimiento puede ser excitado y todo, para que el pueblo hierva y el enemigo se debilite.

El gran conductor de masas por antonomasia y que ha arrastrado generaciones de seres humanos tras sus pasos es el Jesús histórico. Pero Jesús no usaba de triquiñuelas psicológicas, no enardecía gritando y lanzando insidias. No acomodó sus manifestaciones externas al sistema establecido ni a la voluntad de la multitud.

Como dice Karl Kraus “el secreto del agitador consiste en hacerse tan necio como sus oyentes, para que estos crean que son tan inteligentes como él”. En el mismo sentido Napoleón decía: “He llevado a término la guerra de la Vandée haciéndome católico; me afiancé en Egipto haciéndome mahometano; me gané a los curas en Italia haciéndome ultramontano. Si tuviera que gobernar al pueblo judío, les dejaría construir el Templo de Salomón”.

Jesús , por el contrario, aparece para traer luz, ser verdad y vida desde la entrega personal que le llevó a la muerte. La cita de Lucas 12:49 “Fuego vine a echar en la tierra ; y ¿qué quiero sino que arda?.... Pensáis que he venido para dar paz en la tierra? Os digo: No, sino disensión”, es el claro exponente de un vivir nada acomodaticio y ni siquiera utópico, sino enfrentado a la verdad del sentido de la vida y de Dios

El conductor de masas promete un futuro mejor. Muestra caminos de prosperidad con la ayuda de su ideario o su ideología y en su utopía, descrita con brillantes colores, intenta encubrir la insuficiencia propia y la de su sistema. Porque todos los sistemas no pueden suplir el papel de Dios, no pueden ser Dios, aunque parezcan una pseudoreligión o arranquen de un mito salvador.

Ahora es la época de la técnica. Se ofrecen avances técnicos a los pueblos y se les colorean nimbos que pueden ser adquiridos o al menos creados artificialmente por la propaganda; se llenan trenes de mejores vidas, pero cuando ese trono y ese nimbo tropieza con algo y titubea, las masas llegan a conocer la triste humanidad de ese dios de títulos altisonantes y el ídolo cae vertiginosamente. La masa olvida con la misma rapidez con la que se había entusiasmado. Por esta causa el otro conductor de masas, Jesucristo, no ha pasado de moda. Porque su mensaje no es ficción. El morir por amor como lo hizo Jesús, es algo que no se le ocurre, ni en sueños, ni al conductor de masas ni al seducido por este semidiós, porque no tienen madera de mártires.

Por esta causa hemos de tener mucho cuidado con las técnicas de control de las masas. No es que estemos en el umbral de control que describía Orwell, con aparatos que a modo de policía estén instalados en nuestras casas para recoger las palabras y la actividad familiar, pero si que tenemos radio, televisor y periódicos que pueden ser tan peligrosos como la bomba atómica. La bomba atómica puede matar el cuerpo, pero la técnica de la difusión, sea radiofónica o visual, pueden influir para que se arroje la bomba atómica. La máquina habla, repite, transmite e imprime sin sentido del valor y de la diferenciación y al final el hombre de las masas, el individuo solitario tendrá que enfrentarse con su realidad y dar el sentido a su vida desde el contexto espiritual.
Martín Buber ha insinuado que toda gran cultura ha sido en cierta medida una “civilización de diálogo”, de un renacimiento del diálogo. Presentar el mensaje de Cristo a las masas de hombres, también tiene que tener este ingrediente “el diálogo” porque la “masa solitaria” está perdida, sin posibilidad de salvación, metida en el laberinto de las relaciones técnicas y comerciales. El caminante solitario no tiene ninguna verdad, pero la verdad, decía Jaspers, la verdad comienza entre dos.

Manuel de León es escritor, historiador, y director de "Vínculo"
(revista de las Iglesias de Cristo de España).

© M. de León, Asturias, 
España. febrero 2004

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