viernes, 21 de diciembre de 2018

La ciencia de la felicidad.











Manuel de León . febrero 2004


La felicidad ¿puede ser una ciencia? ¿puede ser aplicable el método científico a algo tan complejo como la felicidad? ¿la felicidad está en el entendimiento o en el sentimiento? ¿nace en la alegría o puede basarse en el deber como decía Kant? Lo cierto es que el hombre llora y ríe y no cesa de buscar una solución al problema de la felicidad, volcando todos sus deseos, sus pensamientos y esperanzas. El filosofo Juan Finot escribió un libro con este mismo título y creía que si somos infelices es porque no creemos que sea posible la felicidad. Está el hombre tan acostumbrado a oír hablar de sus miserias, que le molestan los que hablan de felicidad. En lo que si tiene razón Finot es que aunque la felicidad no es una ciencia, hay que ser sabios para encontrarla y ser felices para siempre.

Está claro que el pensamiento postmoderno proclama el hedonismo, la vanagloria de la vida y la egolatría como formas de alcanzar la felicidad. Muy alejado de aquellos principios altruistas del hermano de Alberto Durero, quien recibió estudios de pintura porque su hermano paso cuatro años en las minas trabajando 18 horas.” Las manos orantes” son las manos con los huesos rotos y llenas de artritis de ese hermano que, teniendo también talento para pintar, fue feliz trabajando para que su hermano llegase a ser el gran Durero. Algunos dicen que no hay que dejarse conducir por la religión del sacrificio, del altruismo, de anular la vida y falsear el sentido del “yo” .  Los estoicos dicen que el hombre feliz es aquel al que no han podido abatirle ni vencerle las luchas y las adversidades de la vida. Otros creen que la contemplación de la belleza pondría ser esa música divina que oyen los altos y los bajos, los poderosos y los humildes y que la enseñanza moderna debería hacer accesible a todos esa felicidad.

Sin embargo en lo que todos están de acuerdo es que la felicidad mas duradera, la felicidad que hace la vida de colores mas puros, es la que nace de la fe religiosa. La fe no solo embellece la vida y le da un ideal y una meta, sino que también la fe triunfa sobre las miserias y debilidades con mejores promesas. Una conciencia sin fe es como una habitación tenebrosa que acelera la muerte del que vive bajo su techo. En estos tiempos de secularismo, donde las religiones van perdiendo terreno en apariencia, nadie, sin embargo, se atrevería a cambiar el poder de lo religioso por el pensamiento laico y secular. Existe un espíritu científico y un espíritu religioso, pero el hombre es el mismo, contiene los dos espíritus y cuando el ser humano no es envilecido, ni su conciencia es cargada con pesadas cargas de fanatismo degradante, ambos ejercen una influencia bienhechora. Aquellos que proclaman un laicismo a ultranza, aquellos enamorados del libre pensamiento y son perseguidores acérrimos de lo religioso se olvidan de las ventajas de la fe. La verdad filosófica tiene mucha parte de mentira en cada verdad.

Se dice de las religiones dogmáticas que han traído grandes trastornos a la humanidad, pero el mismo  Renán ya advertía que hay que sostener al lado de la patria y de la familia, una institución donde se reciba el alimento del alma, el consuelo, los consejos del maestro espiritual, porque sin religión y sin fe la vida se volvería de una aridez desesperante. Spencer también buscaba una alianza y una conciliación entre religión y la ciencia, para que de la unión de ambas surgiera la vida espiritual del mañana.

Nosotros los cristianos al hablar de felicidad la traducimos por bienaventuranza, por gozo. Es un catecismo de felicidad, donde no se habla de querer ser feliz evitando  la cólera, examinando nuestra vida en el amor,  en el trabajo o en la acción diaria como lo haría un catecismo de proverbios o de máximas. Es un pertenecer a una persona: Cristo. Sobre Él caen nuestras lágrimas, sobre El volcamos nuestra ansiedad, nuestra pasión, nuestros gozos y nuestras sombras como diría el dramaturgo. Pertenecer a la familia de Dios da mucho descanso. Ser hechos hijos de Dios porque Dios se bajó de su gloria, enternece y abruma el corazón de felicidad y agradecimiento. El otro domingo contaba la analogía de un gran Juicio ante el Trono de Dios. Había gente disgustada con Dios. Judíos que enseñaban su marcas de la barbarie humana. Los negros sacados de sus chabolas en la selva y traídos como animales en barcos insalubres y vendidos como esclavos. Gente maltratada y muerta en las circunstancias  mas degradantes. Todos murmuraban y pedían a Dios que bajase a la tierra para ver si Él podía aguantar y ser feliz en esas condiciones. Le exigían que fuese judío, que no usase de su situación de poder y de divinidad sino que se hiciese esclavo. Que no se supiese quien era su padre y que su doctrina fuese de la mas reaccionaria. Que muriese en una cruz como un  malhechor. Pero sin darse cuenta todos empezaron a comprender que Dios ya había cumplido aquel veredicto en la persona de su Hijo, el Cristo. La felicidad del cristiano descansa en un juicio ya ejecutado y del que nosotros hemos salido absueltos.

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