martes, 18 de diciembre de 2018

Evangelizar o morir.










 enero 2003
            Los Tesalonicenses convertidos al Evangelio habían entendido muy bien, desde el principio, que la predicación apostólica no era la exposición de doctrinas humanas, sino la COMUNICACIÓN DE LA PALABRA DE DIOS. “La cual recibisteis no como palabra de hombres, sino, según es en verdad, la Palabra de Dios, la cual actúa en vosotros los creyentes”.  1ªTes.1:13
            Los Tesalonicenses entendieron que la Palabra de Dios no pertenece al terreno del mito, no es un documento caído del cielo (como lo tenían otras religiones humanas), sino que estaba relacionada con la Historia del mundo, en contextos geográficos concretos y mas exactamente con los individuos, con la gente; alguna de ella virtuosa, otra débil; algunos valientes otros cobardes, unos ricos y otros pobres. Así pues, el mensaje de Dios cuya esencia es eterna y universal, su expresión se concreta en el tiempo y en el espacio.
            La Iglesia es pues una congregación de personas diferentes entre si, separadas por el idioma, la raza,  clase social o temperamento, pero buscadas por Dios y unidas en Cristo. Estas personas que están al servicio de Dios, están al mismo tiempo al servicio de los hombres para comunicarles el Evangelio. El conocimiento de estar trabajando para Dios, no los separa de los hombres. Estar cerca de Dios, es estar cerca de los hombres- alguien ha dicho. No es solo obediencia a Dios, sino la respuesta del corazón a la necesidad de otra persona. No es “una buena acción” –con mérito- sino el acto desinteresado que nace del corazón amante.

            Así pues la comunicación de la Palabra no es ajena al elemento humano, sino que el creyente es el instrumento comunicativo de la misma. Tampoco se comunica un ideario o filosofía, sino los propósitos de Dios en Cristo.
            Reiterar, también, que el conocimiento de Dios, es inseparable de la solidaridad humana y que esta solidaridad o comunión debe existir entre iglesias y entre creyentes. Con este principio bíblico nos vacunaríamos contra el orgullo denominacional y también nos afirmaríamos en la obligación de trabajar por la unidad. A cada uno de nosotros se nos ha confiado parte de la verdad, parte de la revelación divina. No somos únicos guardianes, exclusivos y concluyentes de la verdad. Tenemos que compartirla, comunicarla tal como ha actuado en nosotros (V1:13) la cual actúa en vosotros.

            La revista “Ventana abierta” publicó un artículo de Manuel Espejo con el título “Evangelizar o morir”. El artículo tocaba aspectos de la evangelización referidos a la iglesia local. Hablaba de la necesidad vital e imperativa que tiene la iglesia local, si quiere subsistir, de difundir el Evangelio. Dice Espejo:
 “Existen desgraciadamente no pocas iglesias “mutiladas”. El órgano propagador de ellas está tan extinguido que no queda ni el mas mínimo vestigio de su existencia. Me refiero, claro está, a las rudimentarias, sencillas y naturales formas de anunciar a Cristo. No cabe la menor duda de que tales  iglesias serán absorbidas o morirán en el milenio presente si no reconocen su pecado y empiezan a evangelizar.”
 Pero no solo es Espejo al que le preocupa la recuperación o restauración de la vida evangelizadora que en ciertos sectores de la iglesia urge y preocupa ante la fuerte influencia de la modernidad. Revistas mas conservadoras como “Nueva Reforma” en el Editorial de esas mismas fechas, titulado “Una minoría con dignidad”  habla de este tema del crecimiento cuyos datos son preocupantes, pese a que el pueblo de Dios siempre haya tenido un carácter minoritario. “Gracias a Dios –dice- hay un camino mas excelente: ser una minoría con dignidad, y esto a base de reconocer honradamente las circunstancias externas, apreciar la realidad interna y motivados por un santo inconformismo, esforzarse y trabajar por cambiar las cosas.”
 Esta misma revista hacía la reseña de dos libros sobre evangelización y avivamiento “La obra nueva desde la Pastoral de Francisco Almeda (Clie 1999) y “La Iglesia enfrentando el nuevo milenio de Mario E. Fumero. En el primero se hace hincapié en que la Obra Nueva, la Evangelización se hace necesaria e imprescindible porque parte de la Escritura y de la voluntad de Dios.  Los modelos humanos para edificar iglesias no sirven. Hemos de buscar en la Palabra de Dios, hemos de aprender a orar. Pero también el pastor influye. Si este no tiene visión, sino promueve la madurez espiritual de la evangelización dando el tiempo necesario que esta madurez requiere, la iglesia no crecerá. Además hay otros impedimentos bien conocidos: la desnutrición, la ociosidad, el tradicionalismo, comodidad, relativismo, falta de fe y pecado. Pero hay otros tres que son mas actuales: los nietos de Dios – esto es, los hijos de los creyentes sin convertir-, la enfermedad de la Koinonía y lo mediato y lo inmediato.
Alberto Barrientos dice: “Semejante a las personas que nacen, crecen y se reproducen, así deben ser las iglesias. Toda congregación debe aspirar a planear su vida y trabajo para ser madre de otras congregaciones. La acción evangelizadora de la iglesia debe orientarse hacia esta meta.

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