enero 2003
Los
Tesalonicenses convertidos al Evangelio habían entendido muy bien, desde el
principio, que la predicación apostólica no era la exposición de doctrinas
humanas, sino la COMUNICACIÓN DE LA PALABRA DE DIOS. “La cual recibisteis
no como palabra de hombres, sino, según es en verdad, la Palabra de Dios, la
cual actúa en vosotros los creyentes”.
1ªTes.1:13
Los
Tesalonicenses entendieron que la Palabra de Dios no pertenece al terreno del
mito, no es un documento caído del cielo (como lo tenían otras religiones
humanas), sino que estaba relacionada con la Historia del mundo, en contextos
geográficos concretos y mas exactamente con los individuos, con la gente;
alguna de ella virtuosa, otra débil; algunos valientes otros cobardes, unos ricos
y otros pobres. Así pues, el mensaje de Dios cuya esencia es eterna y
universal, su expresión se concreta en el tiempo y en el espacio.
La
Iglesia es pues una congregación de personas diferentes entre si, separadas por
el idioma, la raza, clase social o
temperamento, pero buscadas por Dios y unidas en Cristo. Estas personas
que están al servicio de Dios, están al mismo tiempo al servicio de los hombres
para comunicarles el Evangelio. El conocimiento de estar trabajando para Dios,
no los separa de los hombres. Estar cerca de Dios, es estar cerca de los
hombres- alguien ha dicho. No es solo obediencia a Dios, sino la respuesta
del corazón a la necesidad de otra persona. No es “una buena acción” –con
mérito- sino el acto desinteresado que nace del corazón amante.
Así
pues la comunicación de la Palabra no es ajena al elemento humano, sino que el
creyente es el instrumento comunicativo de la misma. Tampoco se comunica un
ideario o filosofía, sino los propósitos de Dios en Cristo.
Reiterar,
también, que el conocimiento de Dios, es inseparable de la solidaridad humana y
que esta solidaridad o comunión debe existir entre iglesias y entre creyentes.
Con este principio bíblico nos vacunaríamos contra el orgullo denominacional y
también nos afirmaríamos en la obligación de trabajar por la unidad. A cada uno
de nosotros se nos ha confiado parte de la verdad, parte de la revelación
divina. No somos únicos guardianes, exclusivos y concluyentes de la verdad.
Tenemos que compartirla, comunicarla tal como ha actuado en nosotros (V1:13) la
cual actúa en vosotros.
La
revista “Ventana abierta” publicó un artículo de Manuel Espejo
con el título “Evangelizar o morir”. El artículo tocaba aspectos
de la evangelización referidos a la iglesia local. Hablaba de la necesidad vital
e imperativa que tiene la iglesia local, si quiere subsistir, de difundir el
Evangelio. Dice Espejo:
“Existen desgraciadamente no pocas iglesias
“mutiladas”. El órgano propagador de ellas está tan extinguido que no queda ni
el mas mínimo vestigio de su existencia. Me refiero, claro está, a las
rudimentarias, sencillas y naturales formas de anunciar a Cristo. No cabe la
menor duda de que tales iglesias serán
absorbidas o morirán en el milenio presente si no reconocen su pecado y
empiezan a evangelizar.”
Pero no solo es Espejo al que le preocupa la
recuperación o restauración de la vida evangelizadora que en ciertos sectores
de la iglesia urge y preocupa ante la fuerte influencia de la modernidad.
Revistas mas conservadoras como “Nueva Reforma” en el Editorial de esas
mismas fechas, titulado “Una minoría con dignidad” habla de este tema del crecimiento cuyos datos
son preocupantes, pese a que el pueblo de Dios siempre haya tenido un carácter
minoritario. “Gracias a Dios –dice- hay un camino mas excelente: ser una
minoría con dignidad, y esto a base de reconocer honradamente las circunstancias
externas, apreciar la realidad interna y motivados por un santo inconformismo,
esforzarse y trabajar por cambiar las cosas.”
Esta misma revista hacía la reseña de dos
libros sobre evangelización y avivamiento “La obra nueva desde la Pastoral de
Francisco Almeda (Clie 1999) y “La Iglesia enfrentando el nuevo milenio
de Mario E. Fumero. En el primero se hace hincapié en que la Obra Nueva,
la Evangelización se hace necesaria e imprescindible porque parte de la
Escritura y de la voluntad de Dios. Los
modelos humanos para edificar iglesias no sirven. Hemos de buscar en la Palabra
de Dios, hemos de aprender a orar. Pero también el pastor influye. Si este no
tiene visión, sino promueve la madurez espiritual de la evangelización dando el
tiempo necesario que esta madurez requiere, la iglesia no crecerá. Además hay
otros impedimentos bien conocidos: la desnutrición, la ociosidad, el tradicionalismo,
comodidad, relativismo, falta de fe y pecado. Pero hay otros tres que son mas
actuales: los nietos de Dios – esto es, los hijos de los creyentes sin
convertir-, la enfermedad de la Koinonía y lo mediato y lo inmediato.
Alberto Barrientos dice:
“Semejante a las personas que nacen, crecen y se reproducen, así deben ser las
iglesias. Toda congregación debe aspirar a planear su vida y trabajo para ser
madre de otras congregaciones. La acción evangelizadora de la iglesia debe orientarse
hacia esta meta.
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