Manuel de León.-diciembre 2003
El paraíso moderno de la sociedad opulenta, también tiene
sus infiernos. Estos días asistía al
entierro de una joven que había hecho sus prácticas de carrera en
nuestra oficina y acababa de dar a luz una preciosa criatura. Parecía vivir
feliz y dichosa. El trabajo le proporcionaba una buena posición social y en su
familia la adoraban, pero se tiró por una ventana y se mató. Dicen que si pudo
ser una depresión “post parto”. Hasta hace muy poco las mujeres se sentían los
seres mas felices de la tierra por traer
vida a este mundo, pero ahora parece que el corazón se parte y la mente
enloquece. El corazón físico lo están enfermando la obesidad, el tabaquismo, el
stress, pero el otro corazón de la esfera de la intimidad, el sociológico, el moral,
y el espiritual lo están llevando a todos los infiernos donde se almacena,
aunque sea de forma inconsciente, el odio, la incredulidad, la cobardía, la
mezquindad y todas las pasiones. Esto me hizo preguntarme ¿Acaso el olvido al
que hemos sometido al Infierno trascendente y bíblico por razones de modernidad
y de no querer ofender la sensibilidad, Dios nos lo recordará de otras maneras?
Una encuesta de George Gallup en 1990 descubrió que el 60%
de los norteamericanos cree que existe un infierno (un descenso de más de 10%
desde 1978), y que sólo un 4% cree que
el infierno pude ser su destino final. Una encuesta hecha a mediados de la
década del 80 a estudiantes evangélicos norteamericanos de escuelas secundarias
y de seminarios reveló que sólo uno entre diez creía que el primer paso para
influenciar a los incrédulos debería ser advertirlos acerca del infierno. Un
46% de los estudiantes de seminarios creía que era “de mal gusto hablar al
incrédulo del infierno. Y ciertamente detrás de la palabra “infierno” está el
problema del mal y del sufrimiento humano. Dice John Stott que el hecho del
sufrimiento constituye indudablemente el desafío individual mas grande a la fe
cristiana. La realidad del mal y el sufrimiento en el mundo es el mayor
obstáculo a la fe, porque no se puede entender muchas veces, que el Dios que te
ama, te permita sufrir y, a veces, te deja llegar hasta la extenuación. El
mismo Jesús no obvió el problema y enseñó mas sobre el infierno y temas de
juicio eterno del pecado que sobre el cielo. De los 1850 versículos que
registran su vida y pensamiento, el 13% corresponden al desarrollo de esa eternidad tan terrible
como destino final de los que rechazan a Dios. El citado escriturista John
Stott cuenta también como los misioneros jesuititas en China, excluyeron la
cruz de Cristo y otros detalles de su mensaje, para no ofender ni escandalizar
la sensibilidad de los chinos. Y concluye Stott "No sabemos que hayan
logrado muchos convertidos duraderos a través del residuo inobjetable de la historia”.
Los que tantas veces abusaron del Infierno e imaginaron el terrible horror en
las calderas de aceite hirviendo, de los condenados, ahora ni quieren
mencionarlo.
Las Escrituras revelan la
asombrosa paradoja de un Dios de amor y misericordia infinitos, pero a la vez a
Aquel que” de ningún modo tendrá por inocente al malvado” (Ex. 34:7) Los
factores atenuantes que los hombres de hoy quieren dar al pecado, ya están
tomados en cuenta por Dios pues “Él conoce nuestra condición y se acuerda de
que somos polvo”(Salmo 103:14) pero están muy alejados de la psicología moderna
que pretende explicar los pensamientos y acciones humanas como producto de
factores que están más allá de nuestro control personal, y por tanto no
seríamos responsables de nuestra propia conducta. C. S. Lewis dijo que hay dos
tipos de personas en el mundo: aquellas que le dicen a Dios, “Tu voluntad sea
hecha,” y aquellas a quienes Dios les dice, “Tu voluntad sea hecha.” La
elección y la responsabilidad es nuestra en cuanto a qué tipo de persona queremos
ser. Hemos de reflexionar, cuando golpea el sufrimiento, sobre el carácter de
Dios, pero también en las promesas de Dios en los momentos de prueba, porque
siempre hay un propósito bueno para nuestras vidas. El hablar del Infierno y
del mal pueden ser señales luminosas a la orilla del camino y de la
encrucijada. El apóstol Pablo se
describió a sí mismo como "entristecido, mas siempre gozoso" (2 Cor.
6:10). Y se nos aconseja que nos regocijemos en la prueba, no porque la
aflicción sea motivo de gozo (no lo es) sino porque en ella Dios puede
encontrar una oportunidad para producir en nosotros lo que es bueno y librarnos
de las penas y aflicciones de “todos” los infiernos. El lloro y el crujir de
dientes ilustra el estado en que el ser humano estará por toda la eternidad sin
el amparo amoroso de Dios.
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