Número 04 - 23 de septiembre de 2003
Un domingo pasado leía un artículo de Carmen Posadas en el
que decía que el insomnio no solo le hace a uno ser consciente de nuestra
soledad cósmica, sino que también le hace salir los monstruos del abismo del
“yo”. Se suele hablar de la soledad cósmica como frase hecha, frase con cierto
encanto intelectual y filosófico, pero que no se sabe muy bien a que nos
referimos. Cuando vivimos en una isla, decimos que sentimos la soledad cósmica.
Cuando escuchamos determinadas músicas, decimos tener la sensación de soledad
cósmica y queremos acabar con nuestro aislamiento y deseamos entrar en contacto
con otras galaxias. Cuando miramos al mundo de hoy con la movilidad de los
individuos decimos que aumentará la conciencia de nuestra soledad cósmica, que
el mestizaje nos salvará del tribalismo planetario en el que estamos inmersos
hoy. Cuando se habla de la espesa amargura de la soledad cósmica, en muchas
ocasiones nos referimos a las características esenciales e intrínsecas del ser,
pero que dudamos a cerca de cuál es el papel del hombre, su misión, su razón de
ser y de existir. Quizás todos esos escritores quieran expresar los
sentimientos existencialistas de la soledad cósmica, de lo absurdo de la
existencia, la angustia, etc., sin referirse a la realidad humana en su
vertiente espiritual.
¿Pero será verdad que el hombre se siente tan aislado?
¿Acaso las cosas creadas no hablan de un Dios activo y comunicativo?
Hebreos,1:1-2 dice “ Dios habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en
otro tiempo a los padres por los profetas, en estos últimos tiempos nos ha
hablado por su Hijo, a quien constituyó heredero de todo y por quien así mismo
hizo el universo”.
El ensayista Giuseppe Tulli, hablando de la razón del vacío,
concluye que el "individualismo es tanto el punto de llegada como el punto
de partida del hombre", y advierte que "quizás haya llegado el
momento de volver a encontrarnos a solas con nosotros mismos; sin la ayuda
gratuita de dioses y principios milenarios", hasta inventar un verdadero
nuevo mundo "que brotará, auténtico, de nuestra más profunda realidad
interior" ¿Tendremos que tapar los oídos, aislarnos y buscar el vacío para
decir que no hay Dios? Lo cierto es que Dios se ha hecho cercano: “Emmanuel”.
La historia del hombre ha sido alterada con este hecho del nacimiento de Cristo
y la infinita soledad cósmica ha sido quebrada, porque el muro de la muerte ha
sido derribado.
Sigue diciendo Tulli : “Si miramos con atención al mundo que
nos rodea veremos que estamos justamente hundiéndonos. Sólo nos falta saber que
ese descenso es necesario; porque sólo así podremos superar el intenso
escalofrío que produce el trance de la jornada, esa que lleva a la experiencia
-¡por fin!- de la soledad cósmica del hombre cara a cara consigo mismo, y sólo
consigo mismo. En ese momento sabremos que el gran punto de inflexión ha
llegado, y que el vaso está listo para empezar a ser colmado.” ¿Pero que puede
encontrar el hombre mirándose, solo, al espejo de si mismo? ¿Qué experiencia
podemos tener de la soledad cósmica? Lo cierto es que se expresan pensamientos
bastante poéticos como que el vacío es la posición a partir del cual podemos en
efecto realizar el milagro de la vida, el de la creación. ¿Querrá decir todo
esto, lo mismo que dice el creyente cristiano que aunque el hombre exterior se
va deshaciendo,(vaciándose) el interior se renueva de día en día,(adquiriendo
salud, salvándose) adquiriendo un excelente peso de gloria. El drama del ateo
quizás sea que queriendo creer solo encuentran el sufrimiento de la soledad
cósmica. La alegría del creyente estaría en aquello de Teresa de Jesús o de
autor desconocido “ aunque no hubiera cielo yo te amara”, porque la duda de fe
no puede quitarle la certeza del amor.
La espiritualidad del siglo XXI quizás vaya orientada hacia
esta forma luterana de presentarse ante Dios con las manos vacías, conscientes
de nuestra finitud, sabiendo que los pensamientos de Dios escapan de nuestro
control antropomórfico y que solo desde el vacío mas absoluto del “yo” y en el
abandonarnos en su misericordia, el Espíritu puede efectuar la revolución de la
santidad en nuestras vidas. Una espiritualidad que no está basada en modos
voluntaristas, no muy altos de miras, centrada en uno mismo, sino en esa
entrega incondicional a Dios, en ese ser vencidos por Dios.
Manuel de León es pastor, Presidente del Consejo Evangélico
de Asturias, ha dirigido la Revista "Asturias Evangélica" y ha
publicado “ORBAYU" una revista de investigación histórica, cultural y
sociológica del protestantismo en Asturias
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