Número 31 - 13 de abril, 2004
Manuel de León
Han sido dos libros de dos filósofos los
que de alguna manera han insinuado el tema de la salvación,
(palabra esta muy descalabrada teológicamente y que debemos
recuperar.) El uno, Luis Farre filósofo cristiano evangélico y
el otro, Ortega y Gasset, de mas difícil catalogación pero
también con espíritu cristiano. Los dos dejan claro que la
salvación no es una inquietud íntima y elevada que pueda
reducirse o concretarse en una experiencia psicológica. No es
un fenómeno emocional y pasajero, ni el producto de la
imaginación, ni el señuelo tras el que nos movemos los seres
humanos que nos vemos lacerados y sin recompensa a nuestras
calamidades, y, por tanto, que nos fabriquemos una esperanza
noble e inalcanzable en la tierra. Dios aparece siempre como
respuesta a la esencialidad humana y la forma mas entendible
es la salvación como sentido a la vida y a la muerte.
El hombre vive sumergido en un mundo sugerente, con
circunstancias envolventes que nos desconciertan y distraen,
pero en los momentos lúcidos, en los momentos de
internamiento, Dios sigue siendo el gran Salvador.
Dice Ortega y Gasset que dos son los impulsos, diferentes
entre si, pero que mueven al hombre y lo catapultan hacia el
misterio de las cosas y de Dios. El uno es la curiosidad de
intelección y el otro el afán de salvación. Por el primero, el
hombre pone en duda lo recibido en forma de dogmas científicos
y expande la mente hacia espacios nuevos de investigación.
Pero como muy bien matiza Ortega, la curiosidad científica no
hará mas que amontonar cosas curiosas, irá de acá para allá
frívolamente si no se somete a una disciplina que no sea otra
que resolver el gran problema de la vida. Cualquier curiosidad
tendrá sentido si crea “un sistema del universo completo y
solidario, en el cual nuestra mente descanse. Mientras yo no
sepa lo que es el universo, mi vida no tiene sentido, porque
es ella una mínima palabra y fragmento de una frase enorme,
cósmica, que solo en su integridad posee significación. Esa
posibilidad de completarnos, averiguando lo que es el resto
del mundo, es la “salvación”.
Está claro que cuando los cristianos usaron la palabra
Logos, para describir que el Verbo, la Idea, la Palabra se
hizo carne y habitó entre nosotros, quieren expresar que el
creyente en Cristo encuentra el significado del universo y de
su propia vida . Que la salvación así encontrada nos completa
y nos explica en el cosmos. Por esta causa la mente griega y
toda la Grecia clásica de Parménides, Platón o Aristóteles
quedan resumidas en el Logos hecho carne, porque ya no es solo
la idea como realidad máxima de la sustancia, sino que esta
tiene la posibilidad de plasmarse en la materia y darle
sentido.
Para Farre la vivencia en Dios no pretende ser solo
teológica. Dios no se interpone entre el hombre y el mundo,
sino que lo enseña a vivir en el mundo, superándolo y
distanciándolo, convirtiéndonos en administradores y dueños de
la tierra. Es mas, los ateos, los que no viven a Dios, los que
no interiorizan ni mental ni espiritual a Dios, sino que
deciden en contra de Dios y a favor de su esfuerzos, esperan
resultados de su yo mas íntimo. El resultado será el vació,
porque Dios no es un objeto pensante desde el hombre y el no
someterse a la búsqueda o el negar los resultados una vez
encontrados, no le darán la salvación. Para los teólogos el
encuentro con Dios es don de la gracia y para otros también el
sincero deseo de buscarlo, ya es indicio de encuentro. De
todas las maneras la salvación bíblica abarca todos los
matices y no solamente los teológicos, porque el hombre se
salva no porque reprima sus apetitos, sus entusiasmos, sus
ambiciones y curiosidades, sino porque además de la fe, de la
salvación por gracia, de la experiencia del nuevo nacimiento,
donde se descansa de la búsqueda de Dios, encuentra su sentido
en el mundo con sus problemas sociales, políticos o éticos.
ara la ética griega a Dios hay que evitarlo, o ganarlo o
halagarlo, del mismo modo que en la sociedad hay que triunfar
astutamente logrando honores y distinciones. El hombre será un
piloto que serpentea entre los arrecifes de dioses y hombres.
El cristiano, sin embargo, no es un hipócrita, debe tener una
ética social y una ética íntima que sepa resolver los
conflictos interiores, pero también, como en la ética griega,
aquellos otyros conflictos que producen efectos antisociales
cuando el hombre no se ajusta al modelo cósmico y bíblico. Ya
no podemos vivir y morir para nosotros, sino para aquel que ha
dado sentido a nuestra vida y la ha salvado, armonizándola en
la idea cósmica, en la frase que solo tiene sentido si hemos
sido añadidos al cuerpo de Cristo, que es Dios.
Manuel de
León es escritor, historiador, y director de "Vínculo"
(revista de las Iglesias de Cristo de España).
© M. de León, Asturias, España.
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