Número 33 - 27 de abril, 2004
Manuel de León
Nos ha vuelto a sorprender Enrique Miret
Magdalena, este “teólogo laico” que se autodenomina “creyente
agnóstico” y a sus 90 años acaba de publicar “La vida merece
ser vivida”. Lo de “creyente agnóstico” no lo entendemos y
debe tener alguna interpretación personal, porque a veces los
creyentes podemos caer en cierto desánimo existencial, o caer
en un pesimismo y escepticismo desmoralizante al ver tanta
mentira en cada esquina, pero nunca dejamos de “ser” ni
“pertenecer” al Dios que nos ha salvado. Miret, en una de sus
frases, ha dicho que “nos han enseñado una religión falsa”,
con un mensaje de Jesús, secuestrado, y que el catolicismo ha
abusado de la religión como arma de poder. La imposición del
hecho religioso ha sido en España, una fábrica de hacer ateos
y en estos días de poder laico, la enseñanza religiosa no se
asienta sobre bases sólidas.
El agnosticismo de Miret no parecer estar basado en
principios filosóficos y teológicos solamente. Mas bien parece
haberse dado cuenta que después de 90 años de vida de
creyente, no hay verdades absolutas acerca de Dios, que las
evidencias a favor y en contra de la existencia de Dios, son
cuestionables si solo se admiten desde la religión católica en
la que Miret milita. La duda roza suavemente el sentir
religioso, cuando la Institución y la Jerarquía está por
encima de Dios y del mensaje de Jesús.
El catolicismo oficial es muy diferente al de la masa laica
que se mueve entre los cristianos de base como evangélico,
pero el resto, no es mas que un paganismo idólatra y teatral.
El fundamento para creer en Dios debe encontrarse en la
experiencia religiosa, en la conversión, en la presencia de
Dios en nuestras vidas y en la Revelación, pero también hay
experiencias morales, relaciones interpersonales que pueden
hacernos caer en el agnosticismo. Sin duda la moralidad no ha
sido el fuerte del catolicismo a lo largo de la historia, por
mas que se esfuerce la Jerarquía en proclamar valores y dictar
una ética de situación que no se cumple.
Se desprende de las palabras de Miret, que vivimos en mundo
no solamente injusto y violento, sino también un mundo en
continua búsqueda, desencajado y sin bases que lo fundamenten.
En la frese “todos somos buscadores de la verdad, no
poseedores” parece querernos decir que el mundo de la
“transmodernidad” está a la intemperie frente a la conciencia
de la finitud y la confrontación con el sufrimiento y la
muerte. Lo que el teólogo protestante Rudolf Otto llamó el
“misterio de temor y fascinación” no puede ser comprendido por
un mundo a miles de revoluciones por segundo. Falta tiempo
para ser concientes de un ser que trasciende a nuestro propio
ser, de una existencia del Ser Sagrado que palpamos pero que
no seguimos indagando mas. Mucho menos para hacer un salto
entre la idea de un Ser perfecto y sublime, para que
entendamos y supongamos la existencia de la realidad de Dios,
como lo hizo san Anselmo.
Yo creo también que este “agnosticismo del creyente” nace
del enfrentamiento de la realidad del vivir en el mundo con la
otra realidad de vivir en el Espíritu. La carta de Pablo a los
Romanos deja claro que el hombre no ha sido capaz de realizar
la justicia ni frente al prójimo inmediato, ni frente a la
sociedad.
Un cristiano, si tiene algo de cristiano verdadero, no
puede quedar instalado irremisiblemente en la injusticia
social, sin una esperanza de que será posible caminar hacia la
justicia. No ya que podamos cambiar al mundo estableciendo una
justicia perfecta, sino que no podemos admitir la injusticia
institucional y estructural, consolidada y violenta.
Un cristiano que sienta el impulso del Espíritu, que nos es
otra cosa que liberación de egoísmos y codicias, para ser
conducido hacia el amor y la fraternidad, puede sentirse
“agnóstico” frente a la situación trágica de un mundo
estructuralmente arbitrario e inicuo. Frente a esta realidad
de injusticia, el hombre de fe no puede quedarse en puro ideal
platónico, condenado a la sola contemplación de lo que yo
llamo “orgías religiosas de la Plaza de San Pedro” donde el
Papa ejerce de Dios (“representante de Dios en la tierra” para
que no se nos tilde de irrespetuosos), pero que no se busca la
revolución del amor frente al esclavizado, al violado, al que
la globalización injusta aparta como a un apestado. ¿Querrá
decir algo de esto Miret Magdalena con lo de “creyente
agnóstico”?
Manuel de
León es escritor, historiador, y director de "Vínculo"
(revista de las Iglesias de Cristo de España).
© M. de León, Asturias, España.
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