Manuel de León.- febrero 2004
Es posible que en estos últimos años, los evangélicos
hayamos dado un paso de gigante hacia la difusión de la cultura evangélica.
Aquel principio de “primero vivir y luego filosofar” siempre suele ser
verdadero y ahora, que ya no se nos aplasta como a cucarachas, parece el tiempo
propicio para la manifestación del “ser evangélico” en nuestra sociedad
española. Nuestras editoriales están haciendo un esfuerzo excepcional y cada
día viene a la luz un nuevo libro. Los seminarios están formando a muchos
jóvenes desde otra visión del hombre, conscientes de que el pensamiento mueve
el mundo y abre las corrientes afectivas. En algunos lugares se evangeliza
desde la obra teatral y desde otras manifestaciones artísticas. Las conferencias,
los coros de “espirituales” están llenando salones, sin que nos puedan tachar
de proselitismo. Y es que ya no se nos mira de reojo sino mas bien se nos
admira por traer a la sociedad y a nuestra civilización ese toque de
espiritualidad que necesita el desorientado hombre de hoy. Pero esto ¿es suficiente?
Creemos que la generación venidera y que podríamos denominar “de la democracia”,
puede malograrse. No porque no esté preparada intelectualmente, sino porque,
quizás, no esté motivada para la creación de pensamiento “evangélico”. Crear no
es fácil. El hecho de la realización de una idea, la fuerza motriz de las
imágenes, requiere un tiempo de reflexión y estudio, porque para que una idea
mueva el mundo y sea revolucionaria, antes ha de expresarse en el libro antes
que en la calle. Necesitamos una alta cultura evangélica que trascienda hacia
las capas mas bajas para que produzca una orientación psíquica desde lo
metafísico, lo moral y lo histórico. Igual que el subconsciente de hábitos
colectivos y la levadura histórica del catolicismo español ha hecho que España
no haya dejado de ser católica, (por contradecir un poco a Azaña), es necesario
que, desde la libertad de creación y desde la riqueza del pensamiento teológico
y especialmente bíblico, emerja una cultura que nos distinga e identifique.
¿Porque decimos esto? Pues sencillamente porque la
experiencia del catolicismo-romano en la España anterior a la República había
llegado a tal grado de infertilidad creadora que España no contaba nada ni dentro
ni fuera. Las editoriales vivían de traducciones; las revistas eran portavoces
de lo extranjero y el ambiente
universitario era mas protestante que católico en manos de la Institución Libre
de Enseñanza. Las masas industriales se nutrían del pensamiento anticatólico o
al menos de las organizaciones de izquierdas. Había muchos católicos intelectuales pero pocos
intelectuales católicos o lo que es lo mismo, no había una pujante ciencia
católica. Cuando se promulgó en 1932 la Constitución Apostólica “Deus
scienciarum Dominus” ninguna de las Facultades españolas reunía las
condiciones de esta Constitución. En 1936, cuatro años después, ninguna había
logrado normalizar su situación y abrir las clases. Las consecuencias
escandalizaron a la juventud que consideró una tragedia esa inapetencia
intelectual. ¿Le podrá pasar esto a nuestras generaciones jóvenes y ser
engullidas por esta cultura de lo trivial y de
la indiferencia?
Llama mucho la atención en un libro de los años 40 “El catolicismo y la cultura” de Alberto
Bonet, en el que expone la contribución del pensamiento español a la idea de
libertad en la época moderna, que se apropie de la alta cultura teológica
española del siglo XVI como producto genuino católico. Esto no es nuevo en el
catolicismo, que siempre ha seguido los pasos de la Reforma aunque haya sido a
distancia, y que sin duda se apropiará de nuestras señas de identidad en cuanto
nos descuidemos. Dice que el molinismo, el probabilismo de Medina, el
experimentalismo psicológico de Huarte de San Juan, el humanismo de Luis Vives
y otros como Cervantes, Santa Teresa o Fray Luis de León han sido producto de
la alta cultura católica. Claro que decir esto en 1943 era fácil porque nadie
se lo rebatía pero hoy todo el mundo sabe que todos estos nombres y otros
estuvieron perseguidos por la Inquisición por luteranos o calvinistas. Tal es el caso del casi desconocido Huarte de
San Juan, hombre posiblemente relacionado con la Corte de Juana de Albert y con
Calvino. Pero esto nos refuerza mas aún en
la necesidad de crear pensamiento y alentar a esta nueva generación
para que no se adormezca y distraiga en las trivialidades de la cultura
del “Gran Hermano” y las vulgaridades de la cultura “rosa”. Es necesaria una
cultura evangélica donde Dios esté en el primer lugar y nuestro estilo de vida
sea un reflejo de ser los hombres que han bebido en la sabiduría bíblica.
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