José Ortega y Gasset (1883-1955) |
Manuel de León.- octubre 2004
Decía Ortega y Gasset, que
vivir es constantemente decidir lo que vamos a ser. Y no solo es tomar
decisiones para este tiempo y espacio, ni siquiera para la realidad humana que
palpamos, sentimos y razonamos. El “vivir” de Ortega acepta una vida nueva, una
realidad distinta, un nivel espiritual mas alto en el que Dios mismo es
contenido de la vida. La frase solemne de Jesús: “el que pierda su vida por MI,
la hallará” nos acerca mas al sentido del verdadero vivir, que no es otra cosa
que perderse y sumergirse en la propia existencia, para luego, - hallada la
perla de gran precio, el tesoro escondido- sonreír y gozar por la decisión.
Para el mundo de hoy,
vivir no supone ir mas allá del momento, con sus dolores o placeres. Es la vida
un vivir en el cosmos, atrapado en sus paisajes pero como espectador del teatro
del mundo. Sin embargo el vivir debe suponer, el ver, analizar e investigar el
mundo de los cuerpos y de las almas, porque son las realidades mas cercanas,
pero además debe suponer el darnos cuenta de lo que hacemos. No somos zombis,
muertos en vida, aunque este es el estado real del ser humano descrito en la
Biblia: “muertos en delitos y pecados”. Ya no podemos vivir lo que el espíritu
de este mundo dicte y tenemos que decidir. La vida se nos plantea como
decisión, como negocio en el que tenemos que comprar lo mejor.
Las teosofías que acudían
a las antiguas religiones decían: “Por muchos caminos vienen a Mi los hombres y
por cualquiera que vengan les recibo porque míos son todos los caminos”. Pero,
ni siquiera en este camino ancho y ecuménico el hombre de hoy se atreve a
transitar, porque no tiene tiempo para el pensamiento, ni para el espíritu. Por
esta causa cuesta tanto al hombre de la modernidad encontrar el único Camino,
Verdad y Vida: Cristo
La descristianización
ascendente e irreversible no se produce porque las religiones modernas no
distingan los profetas y se tienda al sincretismo escondido en dichos como que “los caminos de
Dios son tantos como los alientos de los hijos de hombres”, sino que parece ser
algo mas profundo. No es la forma de presentar a Dios al hombre de nuestro
tiempo, parece, como diría Teilhard de Chardin, el hombre de hoy no poseyera
exactamente la imagen del Dios que quiere adorar. El ateísmo tiene marcados
síntomas de irracionalidad y tras él le siguen los atrapados por la idea de un
materialismo Absoluto y Supremo. Por eso se añaden todos los días millones de
años a la evolución y las edades del cosmos y del hombre, porque nadie quiere
dar cuentas a un Dios Juez Justo, sino morirse en el determinismo ciego y
absurdo.
El cristianismo no es la
negación de la vida, sino que da el sentido a la vida porque busca la vida.
Aquella anécdota del alpinista que en medio de la noche cae al vacío y queda
colgado a solo un metro del suelo, solo podrá dar sentido a la vida y es el
acto mas racional que puede realizar, si
corta la cuerda. Si no lo hace perecerá congelado, si lo hace tiene posibilidad
segura de salvación. Vivir, sigue siendo decisión. El grito de Nietzsche: “El
Dios de la Cruz es una maldición contra la vida...” puede parecer verdad si
creemos que cortar la cuerda de este alpinista moribundo es una locura, pero la
realidad es que supone la salvación.
Teilhard de Chardin se
había hecho esta misma pregunta y la contestaba así: “Para ser cristianos
¿debemos renunciar a ser humanos en el sentido mas amplio y profundo de la
palabra, áspera y apasionadamente humanos? Para seguir a Jesús y tener acceso a
su Cuerpo celestial ¿debemos rechazar la esperanza de palpar y preparar algo de
absoluto, siempre que a costa de nuestro trabajo domestiquemos un poco mas de
determinismo, conquistemos un poco mas de verdad y realicemos un poco mas de
progreso? Para permanecer unidos a Cristo ¿deberemos desinteresarnos de la marcha
propia de este cosmos embriagador y cruel, que nos arrastra y se ilumina en
cada una de nuestras conciencias? Y esta renuncia no correría el riesgo de
convertir a quienes lo intentaran en una cuadrilla de mutilados, tibios y
débiles? He aquí el problema vital, en el que chocan entre si, en todo corazón
cristiano, la fe divina que sostiene y la pasión terrena, savia de todo
esfuerzo humano (La vida cósmica 1916)
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