Manuel de León.- julio 2003
(I)
Una de las características de la modernidad se expresaba a
través del existencialismo. El idealismo de Hegel aparecía artificioso y falso.
La “existencia” por el contrario, es algo radical y se revela a todo hombre por
un sentimiento que habita en el fondo de su intimidad :la angustia. La angustia
surge – según Kierkegaard- cuando el espíritu quiere poner la síntesis de todo
y la libertad fija la vista en el abismo de su propia posibilidad y echa mano
de la finitud para sostenerse”. La angustia de Kierkegaard es una angustia
religiosa, porque vivimos en este mundo artificialmente, con la conciencia
adormecida y de espaldas a la búsqueda de Dios y a nuestra radical dependencia
de Él. Por eso el hombre huye y no le basta con esa fuga desesperada e inútil a
través de la angustia, sino que además recurre a la mentira del mito como
solución a todos sus problemas.
Varios son los
mitos de la postmodernidad que vienen a
poner “solución” o querer dar respuesta al “ser-en-el-mundo” de manera
absoluta: la creencia absoluta en el progreso científico-técnico, en el poder
de la globalización y en la política . Para darnos cuenta de que esto es lo que
impera, solo basta abrir un periódico actual. Tendremos un 60 por ciento de
noticias políticas, un 20 por ciento de noticias científico-técnicas ( física,
química, medicina, industria, energía, etc.) y el otro 20 por ciento a
diversos, entre los que aparecerá lo social y cultural, siendo cada día mas
emergentes y visibles no solo los cotilleos de la “prensa del corazón” sino también los anuncios de placer
y prostitución que aparecen sin ningún pudor
Los mitos son un sustitutivo de la fe, porque la fe
responde a los problemas primarios del hombre y los mitos aun siendo eficaces y
legítimos en su esfera, son inadecuados
para justificar la existencia. Hay mitologías individualistas como la
posesión, la cultura, el amor o el “bien-estar” o colectivas como pudo ser la
superioridad de la raza aria que el pueblo alemán creyó hasta la exaltación y
que cuando se despertó ante la realidad existencial, les parecía un sueño
increíble y monstruoso. Sin embargo el mito de creer que la ciencia y la
técnica –aunque los avances sean sorprendentes y casi mágicos- puedan resolver los problemas
del hombre, resultan a todas luces deficientes y atrozmente injustos. Mientras
la tecnología está en manos de unos pocos y se usa como arma de poder y de
sometimiento, el poder tecnológico y científico no puede saciar el hambre de la inmensa mayoría de los
pueblos de la tierra. Los descubrimientos de la mecánica, de la química y de la
física, junto a las comunicaciones no son capaces de que la comunidad humana
subsista con dignidad. Sin embargo se sigue creyendo y muy pocos son capaces de
hacer ver la ambigüedad de la fe en el progreso y siguen creyendo en el paraíso
en la tierra.
Lo mismo nos
ocurre con la globalización. Esta se acerca con rostro humano cual es ese
fenómeno de las tecnologías de la
comunicación y el transporte que nos acercan unos a otros de modo
impensable hace solo unos años. Pero tiene la otra cara deshumanizadora que
como decía Michel de Camdesssus, lo primero que se ha globalizado es la pobreza
y “la pobreza puede hacer saltar todo el sistema” porque tiene un efecto
“bazoca” (lanzagranadas) donde es tan peligroso el efecto “rebufo” que puede
tener mas efectos perversos que el proyectil. Según algunos historiadores de la
economía, hace mil años la distancia entre el país más rico del planeta como
pudiera ser China y los más pobres entre los que figuraría la mísera Europa,
era de 1’2 a 1. Hoy, esa desproporción entre acaudalados y miserables se eleva
a la relación de 9 a 1, y sigue creciendo ininterrumpidamente. Al mismo tiempo
la globalización está produciendo una erosión del lugar, de la “tierrina” que
decimos los asturianos y que produce un desarraigo el ser humano. La
información no está produciendo conocimiento, ni sabiduría y este es el
rendimiento vital del ser humano, porque es un crecimiento en su ser que
potencia todas sus posibilidades existenciales. Pero al vivir en la cultura de
lo efímero, de lo que pasa, de lo que hoy entusiasma y mañana se desecha, lleva
a un callejón sin salida y consagra un modo de habitar la tierra antiecológico
y superficial. La sabiduría que se fecunda con el conocimiento, en el
pertinaz ejercicio y manía de pensar,
insistir y persistir, muere en la asfixia de la información. Es muy provechosa
la oración del salmista:”Enséñanos de tal modo a contar nuestros días que
traigamos al corazón sabiduría” (Salmo 90:12)y ya sabemos que el principio de
la sabiduría es el temor de Dios.
Los
mitos de la postmodernidad. (II)
La
política.
Cuando nos referimos al mito de la política, no
nos referimos a esa larga búsqueda que el ser humano ha hecho en todas las
generaciones para resolver sus problemas de “acá”. El hombre es también un
animal político y ante esta realidad no valen escapismos espiritualizantes que
puedan evadirse del compromiso social. La acción política que no anula la
práctica evangelizadora se hace mas necesaria en nuestro mundo de alineación,
opresión e injusticia. Como muy bien dice Manuel López Rodríguez en “Iglesia y
sociedad”, “al lado de la ignorancia activa del problema por parte del
pietismo, existe una segunda actitud que ha supuesto otra rémora a la arquitectura
de la ética social cristiana y no ha sido otro que la falta de rigor, el exceso
de celo, o ambas cosas a la vez, de la ética bíblica.” Así pues mantenemos la
acción política como exigencia bíblica, como expresión de conducta cristiana y
como necesidad social, pero lo que aquí
queremos resaltar es la utilización de los grupos humanos para construir
el mito político.
Este mito sería el de un Estado todopoderoso
que proclama el triunfo de la fugacidad
del tiempo, del miedo al destino, del hastío, del fracaso personal, el dolor y
hasta la propia muerte. En cierta medida es la unión del mito
científico-técnico y el mito político que encarnó a la perfección el Comunismo.
El comunismo, que puede ser muy válido desde otras coordenadas, se presentó
como solución absoluta, con la pretensión
de aprobar todas las soluciones sociales, económicas o políticas como
respuestas a los problemas totales del hombre. Pero “no solo de pan vive el
hombre” y este hombre político, como ser ansioso y trascendente, ha buscado
mejores fuentes. Cierto es que que ni Marx ni Lenin se refirieron a la problemática última del
hombre y rara vez otros escritores marxistas lo hicieron, sino que sus
profundos análisis se referían a las alineaciones sociales de la historia. Fue
en la literatura posterior donde se indagan y se apuntan las soluciones. Una de
ellas se refería a que el Comunismo traería la solución completa a los
problemas humanos. Otra mas prudente decía: “el problema mas inmediato y
acuciante es el de suprimir las injusticias de la sociedad capitalista:
ignoramos todavía qué otros problemas podrán seguir en pie, una vez que aquel
se haya resuelto; cuando llegue el momento, buscaremos, si es necesario, nuevas
soluciones.” Y la tercera respuesta mas filosófica se refería a que los
problemas metafísicos no son problemas del hombre, sino que pueden resolverse
por vía natural y por el mismo hombre.
Estas respuestas resultan insuficientes a todas
luces. Como decía Malraux en “La condición humana” ¿Qué fe política destruirá
la muerte?. El mismo pensador comunista Edgar Morin en su libro “El hombre y la
muerte en el devenir de la historia” se enfrenta al problema de la muerte y que considera el
verdadero problema del hombre de siempre. Examina Morin la vida de los
pueblos primitivos y llegando al estado
actual en que la ciencia podrá alargar la vida, la única solución que encuentra
ante la realidad de una muerte segura, es que esta cambiará de rostro y no será
tan terrible.
La supuesta felicidad perfecta, cuando las
reformas de estructuras sociales y la salvación marxista haya creado clases sociales
con suficientes comodidades técnicas, tampoco responde al interrogante humano.
Todos sabemos que las clases sociales que no soportan presión de las
otras, llegan a aburguesarse. Dejan de
luchar por las necesidades elementales y la inacción de su existencia les lleva
al hastío, la angustia, y la insatisfacción intelectual y amorosa. Esta
infelicidad de las clases dominantes, su mala conciencia, se quiere explicar por el miedo a la
revolución de los oprimidos y por la perdida de privilegios, pero tales temores
sociológicos son una explicación ridícula y superficial, porque estas clases
siguen esperando la solución a todos sus problemas humanos en el mejoramiento
de las condiciones sociales y económicas. Sin embargo aquellas personas que han
descubierto la propia finitud y pequeñez, han provocado la mayor manifestación
religiosa de las clases medias como fenómeno universal. Los problemas últimos
del ser humano, no están tanto en la solución de los problemas sociales, sino
en que estos sean juzgados desde una
conciencia individual y desde el mas hondo estrato de ella. Tampoco las
soluciones sociales cambian al hombre, pues los mismos problemas y miedos tenía el egipcio contemporáneo de Ramses, que
lo puedan tener los utópicos de un mundo liberado del trabajo y que llegue al
máximo de desarrollo personal. El hombre de la utopía, no entiende las
maravillas. Como dice el salmista “Nuestros padres en Egipto no entendieron tus
maravillas; no se acordaron de la muchedumbre de tus misericordias sino que se
revelaron en el mar, el Mar Rojo. Pero Él los salvó por amor de su nombre para
hacer notorio su poder”. (Sal. 106:7)
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