Manuel de León. Mayo 2003
El encuentro del cristianismo o la cita de la fe con el
mundo postsecular no ha mejorado la imagen de Dios. El Dios nuestro aparece, a
los ojos de una gran parte del mundo, como uno de tantos ídolos. El cambio de
los tiempos, los lugares y las culturas no ha sabido presentar el misterio de
un Dios real, y con el rechazo de tanto
ídolo se ha ido negando la realidad de Dios de modo irreparable. El obispo
anglicano J.S.Spong ha dicho que el cristianismo debe cambiar o morir. Lo
exagerado del dicho no deja de ser una advertencia para que actualicemos, desde
todos los sectores y en la diversidad de dones, la teología actual en cuya cita
con la postmodernidad se encuentra desorientada. La religión no puede seguir
refugiándose en el prestigio de “su santidad” y “sus bondades” aunque las haya.
Tampoco puede ir inmunizándose ante las dificultades y resistirse a una
actuación transformadora en medio de un mundo cada día mas injusto y desigual.
Varios son los temas que acusan al
verdadero cristiano con fe. Quizás la más cercana y ruidosa sea de Nietzsche que acusaba a la religión de “falta
de fidelidad a la tierra” y resistencia al avance de la ciencia. Sobre todo se le ha
acusado de dualismo alienante por lo que Feuerbach decía: “Para que Dios sea
todo, el hombre tiene que ser nada”. Quizás hayamos dejado de un lado la
creación de Dios desde el amor. Dios se decide a crear, desde el amor y la
entrega, para el bien y la realización del ser humano. Toda prolongación de
amor y bondad hacia lo creado es afirmación de la acción creadora de Dios. Sin
embargo esta idea de creación rompe todo dualismo y desenmascara ideas tan
conocidas como que el hombre y la mujer fueron creados para “gloria de Dios” y
su servicio. Y es que estamos ante la misma paradoja de fe y obras, porque solo
servimos a Dios y damos gloria a Dios cuando
la vida humana se desarrolla en igualdad y en dignidad. La Biblia nunca
ha dejado de ver a Dios como el liberador y el que cubre las necesidades
humanas, incluidas las espirituales. Dios no está “distante y desinteresado”
con los problemas del mundo, sino que está desde siempre trabajando( Juan 5:17)
a favor nuestro. La presencia de Dios en la vida humana ya no se entiende desde
un mundo lleno de continuos milagros, de influjos sobrenaturales constantes a
favor de la enfermedad y la desgracia humana. Los ángeles y los demonios ya no
son tanto como los que acercan o separan la trascendencia divina, que se halla
alta y lejos en los cielos. Sabemos que Dios actúa, pero ahora comprendemos que lo hace a través
de la acción de las criaturas y hacia las criaturas.
Otro tema, que a muchos puede
doler pero que expone una realidad, es el presentar la Revelación o “la
teología de la Palabra” como imposición autoritaria o refugio fideista. Para
muchos la Revelación es una lista de verdades “caídas del cielo” dichas
e inspiradas a algún profeta pero
sin que podamos verificar su verdad. Se trata de una revelación impuesta desde
fuera que en muchos casos no satisface nuestras preguntas, porque son misterio
o no están reveladas. Kant ya había ironizado respecto a la Trinidad diciendo
que “cuando la verdad no resulta comprobable ni afecta vitalmente, se hace
indiferente, e igual da aceptar tres que diez personas divinas”. Porque, como siempre
ha mantenido el Dr. J.M. González Campa
la mejor definición bíblica sería: “Dios
es uno en el que hay varios”. Establecer un diálogo, cuando solo cabe el
rechazo o la aceptación de la autoridad, parece de este modo imposible. Fue el
reproche de Bonhoeffer a K. Barth acusándole de “ positivismo de la Revelación”
donde se colocaba al hombre actual ante ella como en una jaula, diciéndole:
“Come, pájaro, o muere”.
Se hace necesario, a este
respecto, una concepción menos espiritualizada de la revelación. El profeta de
Dios se da cuenta, desde su comprensión de Dios y del hombre, desde la continua
y amorosa presencia de Dios, de lo que todos necesitan de Dios. La fe
engendrada por Dios, no necesita aceptarse “porque sí” sino que nos reconocemos
en ella y la aceptamos o rechazamos. La cultura y la ciencia no serían algo
extraño a la fe, como si esta fuese un añadido a la historia del hombre. Es lo
que F. Rosenzweig resumió con precisión: “La Biblia y el corazón del hombre
dicen la misma cosa”. Todos sabemos que la
experiencia de fe siempre es
personal y desde la libertad, nunca se adquiere por tradición y
cultura religiosa. Los samaritanos decían a la mujer : “Ya no creemos
solamente por tu dicho, porque nosotros mismos hemos oído y sabemos que
verdaderamente este es el Salvador del mundo, el Cristo” (Juan 4:42)
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