Es muy significativo que San Pablo
en su carta primera a los Tesalonicenses 4:9-12 relacione el
trabajo manual o el esfuerzo profesional con carácter
económico, con el amor fraternal. La situación de entonces, en
la comunidad cristiana de Tesalónica, no era como la nuestra
en pleno siglo XXI. El trabajo estaba subordinado a la venida
inminente del Señor y muchos cristianos, enfervorecidos e
ingenuos, vivían ociosos a la caza de novedades y impresiones
emotivas. No trabajaban ni siquiera para comer y cubrir las
necesidades mas básicas, por lo que se hacían invitar por
hermanos mas ordenados y trabajadores que les sostenían. Por
eso dice Pablo que “el que no trabaje que no coma” y como
ejemplo les dice a los de Efeso que él, de ningún modo ha
codiciado plata, oro o vestidos, sino que como había dicho el
Señor: “mas felicidad hay en dar que en recibir”. En el fondo,
la cuestión del trabajo visto por Pablo, es que no puede haber
parásitos en el plano social comunitario pues el trabajo
aporta beneficios para todos.
La llamada “utopía cristiana”, que
mas bien es una “idea fuerza” que impulsa nuevos modos de vida
basados en el amor fraternal y solidaridad cristiana, es lo
que el comunismo trató de imitar pero que no logró. El
socialismo científico no era tan científico en la práctica, y
la distribución de los beneficios del trabajo quedó en manos
de unos pocos. La Reforma protestante y evangélica dio al
trabajo un sentido mas sagrado en cuanto la voluntad de Dios
era que el hombre ganase el pan con el sudor de su frente. El
puritanismo llegó a tener comunidades no solo de fraternidad
sino también de bienes que funcionaron muy bien durante muchos
años y creó un espíritu de solidaridad digno de imitar. Lo que
Weber llamaría “espíritu del capitalismo” no nace porque estas
comunidades fuesen insolidarias y se dedicasen a acumular
capital, sino porque la acumulación de bienes que ese espíritu
austero y trabajador produce, no tiene una visión mas allá de
la comunidad. Las comunidades puritanas suelen ser cerradas,
que se conforman con lo que Dios les da, sea mucho o poco.
Pero, cuando es mucho el producto de su trabajo, la
acumulación de bienes se convierte en poder en vez de
solidaridad con otros necesitados.
En la edad media se mantuvo un desprecio por el trabajo,
que se adjudicaba a clases bajas y era visto como castigo o
penitencia. El siglo XIX tanto en Europa Occidental como en
Estados Unidos se forma una moral laboral, herencia luterana y
calvinista sin duda, que considera al trabajo como fuente de
todo valor y posteriormente, la visón de la sociedad y del
hombre será la de un gran mercado. La postmodernidad ha
seguido apoyando el triunfo del capitalismo y ha creado un
tipo de hombre enjaulado que solo vive para trabajar y trabaja
porque tiene que consumir. Se le pide al trabajador una ética
del trabajo, mientras poco a poco se le va sustituyendo por
máquinas y procesos de automatización, perdiendo valor el
trabajo frente al capital. Es decir, la riqueza social ya no
de pende del trabajo sino de lo que algunos han llamado
“economía de casino”generada por la especulación del dinero
Mientras las grandes multinacionales explotan la mano de obra
barata del tercer mundo y se enriquecen, mas de la mitad de la
tierra perece de hambre y miseria. Miseria que será un arma de
poder para el control social y del trabajo. Es en este mundo
explotado y subyugado, y al que le venden la globalización
como sinónimo de progreso, trabajo y modernidad, con el que
hay que solidarizarse y enseñar el espíritu de la comunidad
cristiana.
Se ha dicho que la sociedad industrial tenía como paradigma
el trabajo. Pero ante esta pérdida de valor del trabajo frente
al capital y valores financieros así como ante las máquinas,
el hombre posmoderno está abocado a que el paradigma, además
del trabajo, sea el hombre completo, no separado de otros
mundos como la religión, la familia, el tiempo libre o el
estudio y siempre desde una concepción planetaria. Y sobre
todo la comunidad cristiana debería dar respuesta a la
continua perversión del dinero, a la visión de una sociedad
fundada en el egoísmo radical, cuando la esencia del
cristianismo debería ser el amor en una comunidad de corazones
y de bienes, donde el sentido social estuviese apoyado en las
justicia. En el plano del trabajo y la justicia social, el
creyente no puede conformarse con reservar los valores
cristianos a la esfera de la familia o en el plano
estrictamente privado. La doble moral, una “para andar por
casa” y otra para “vivir en el mundo” que desarrolló el
teólogo americano Reinhold Niebuhr no deja de ser un pecado
de la comunidad cristiana que no podrá tranquilizar la
conciencia si disculpa el poder del dinero, el lucro y todo el
mundo económico insolidario.
Manuel de León es pastor, Presidente del Consejo Evangélico de Asturias, ha dirigido la Revista "Asturias Evangélica" y ha publicado “ORBAYU" una revista de investigación histórica, cultural y sociológica del protestantismo en Asturias
© M. de León, 16 de diciembre de 2003, Asturias, España.
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