Número 02 - 9 de septiembre de 2003
Manuel de León
Una de las características de la modernidad se
expresaba a través del existencialismo. El idealismo de Hegel
aparecía artificioso y falso. La “existencia” por el
contrario, es algo radical y se revela a todo hombre por un
sentimiento que habita en el fondo de su intimidad :la
angustia. La angustia surge – según Kierkegaard- cuando el
espíritu quiere poner la síntesis de todo y la libertad fija
la vista en el abismo de su propia posibilidad y echa mano de
la finitud para sostenerse”. La angustia de Kierkegaard es una
angustia religiosa, porque vivimos en este mundo
artificialmente, con la conciencia adormecida y de espaldas a
la búsqueda de Dios y a nuestra radical dependencia de Él. Por
eso el hombre huye y no le basta con esa fuga desesperada e
inútil a través de la angustia, sino que además recurre a la
mentira del mito como solución a todos sus
problemas.
Varios son los mitos de la
postmodernidad que vienen a poner “solución” o querer dar
respuesta al “ser-en-el-mundo” de manera absoluta: la creencia
absoluta en el progreso científico-técnico, en el poder de la
globalización y en la política . Para darnos cuenta de que
esto es lo que impera, solo basta abrir un periódico actual.
Tendremos un 60 por ciento de noticias políticas, un 20 por
ciento de noticias científico-técnicas ( física, química,
medicina, industria, energía, etc.) y el otro 20 por ciento a
diversos, entre los que aparecerá lo social y cultural, siendo
cada día mas emergentes y visibles no solo los cotilleos de la
“prensa del corazón” sino también los anuncios de placer y
prostitución que aparecen sin ningún pudor
Los mitos son un sustitutivo de la fe, porque la fe
responde a los problemas primarios del hombre y los mitos aun
siendo eficaces y legítimos en su esfera, son inadecuados para
justificar la existencia. Hay mitologías individualistas como
la posesión, la cultura, el amor o el “bien-estar” o
colectivas como pudo ser la superioridad de la raza aria que
el pueblo alemán creyó hasta la exaltación y que cuando se
despertó ante la realidad existencial, les parecía un sueño
increíble y monstruoso. Sin embargo el mito de creer que la
ciencia y la técnica –aunque los avances sean sorprendentes y
casi mágicos- puedan resolver los problemas del hombre,
resultan a todas luces deficientes y atrozmente injustos.
Mientras la tecnología está en manos de unos pocos y se usa
como arma de poder y de sometimiento, el poder tecnológico y
científico no puede saciar el hambre de la inmensa mayoría de
los pueblos de la tierra. Los descubrimientos de la mecánica,
de la química y de la física, junto a las comunicaciones no
son capaces de que la comunidad humana subsista con dignidad.
Sin embargo se sigue creyendo y muy pocos son capaces de hacer
ver la ambigüedad de la fe en el progreso y siguen creyendo en
el paraíso en la tierra.
Lo mismo nos ocurre con la globalización. Esta se acerca
con rostro humano cual es ese fenómeno de las tecnologías de
la comunicación y el transporte que nos acercan unos a otros
de modo impensable hace solo unos años. Pero tiene la otra
cara deshumanizadora que como decía Michel de Camdesssus, lo
primero que se ha globalizado es la pobreza y “la pobreza
puede hacer saltar todo el sistema” porque tiene un efecto
“bazoca” (lanzagranadas) donde es tan peligroso el efecto
“rebufo” que puede tener mas efectos perversos que el
proyectil. Según algunos historiadores de la economía, hace
mil años la distancia entre el país más rico del planeta como
pudiera ser China y los más pobres entre los que figuraría la
mísera Europa, era de 1’2 a 1. Hoy, esa desproporción entre
acaudalados y miserables se eleva a la relación de 9 a 1, y
sigue creciendo ininterrumpidamente. Al mismo tiempo la
globalización está produciendo una erosión del lugar, de la
“tierrina” que decimos los asturianos y que produce un
desarraigo del ser humano.
La información no está
produciendo conocimiento, ni sabiduría y este es el
rendimiento vital del ser humano, porque es un crecimiento en
su ser que potencia todas sus posibilidades existenciales.
Pero al vivir en la cultura de lo efímero, de lo que pasa, de
lo que hoy entusiasma y mañana se desecha, lleva a un callejón
sin salida y consagra un modo de habitar la tierra
antiecológico y superficial. La sabiduría que se fecunda con
el conocimiento, en el pertinaz ejercicio y manía de pensar,
insistir y persistir, muere en la asfixia de la información.
Es muy provechosa la oración del salmista:”Enséñanos de tal
modo a contar nuestros días que traigamos al corazón
sabiduría” (Salmo 90:12)y ya sabemos que el principio de la
sabiduría es el temor de Dios.
Manuel de León es pastor, Presidente del Consejo Evangélico de Asturias, ha dirigido la Revista "Asturias Evangélica" y ha publicado “ORBAYU" una revista de investigación histórica, cultural y sociológica del protestantismo en Asturias
© M. de León, 2003, Asturias, España.
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