Manuel de León . febrero 2004
La felicidad ¿puede ser una ciencia? ¿puede ser aplicable
el método científico a algo tan complejo como la felicidad? ¿la felicidad está
en el entendimiento o en el sentimiento? ¿nace en la alegría o puede basarse en
el deber como decía Kant? Lo cierto es que el hombre llora y ríe y no cesa de
buscar una solución al problema de la felicidad, volcando todos sus deseos, sus
pensamientos y esperanzas. El filosofo Juan Finot escribió un libro con este
mismo título y creía que si somos infelices es porque no creemos que sea
posible la felicidad. Está el hombre tan acostumbrado a oír hablar de sus
miserias, que le molestan los que hablan de felicidad. En lo que si tiene razón
Finot es que aunque la felicidad no es una ciencia, hay que ser sabios para
encontrarla y ser felices para siempre.
Está claro que el pensamiento
postmoderno proclama el hedonismo, la vanagloria de la vida y la egolatría como
formas de alcanzar la felicidad. Muy alejado de aquellos principios altruistas
del hermano de Alberto Durero, quien recibió estudios de pintura porque su
hermano paso cuatro años en las minas trabajando 18 horas.” Las manos orantes”
son las manos con los huesos rotos y llenas de artritis de ese hermano que,
teniendo también talento para pintar, fue feliz trabajando para que su hermano
llegase a ser el gran Durero. Algunos dicen que no hay que dejarse conducir por
la religión del sacrificio, del altruismo, de anular la vida y falsear el
sentido del “yo” . Los estoicos dicen
que el hombre feliz es aquel al que no han podido abatirle ni vencerle las
luchas y las adversidades de la vida. Otros creen que la contemplación de la
belleza pondría ser esa música divina que oyen los altos y los bajos, los
poderosos y los humildes y que la enseñanza moderna debería hacer accesible a
todos esa felicidad.
Sin embargo en lo que todos están
de acuerdo es que la felicidad mas duradera, la felicidad que hace la vida de
colores mas puros, es la que nace de la fe religiosa. La fe no solo embellece
la vida y le da un ideal y una meta, sino que también la fe triunfa sobre las
miserias y debilidades con mejores promesas. Una conciencia sin fe es como una
habitación tenebrosa que acelera la muerte del que vive bajo su techo. En estos
tiempos de secularismo, donde las religiones van perdiendo terreno en
apariencia, nadie, sin embargo, se atrevería a cambiar el poder de lo religioso
por el pensamiento laico y secular. Existe un espíritu científico y un espíritu
religioso, pero el hombre es el mismo, contiene los dos espíritus y cuando el
ser humano no es envilecido, ni su conciencia es cargada con pesadas cargas de
fanatismo degradante, ambos ejercen una influencia bienhechora. Aquellos que
proclaman un laicismo a ultranza, aquellos enamorados del libre pensamiento y
son perseguidores acérrimos de lo religioso se olvidan de las ventajas de la
fe. La verdad filosófica tiene mucha parte de mentira en cada verdad.
Se dice de las religiones
dogmáticas que han traído grandes trastornos a la humanidad, pero el mismo Renán ya advertía que hay que sostener al
lado de la patria y de la familia, una institución donde se reciba el alimento
del alma, el consuelo, los consejos del maestro espiritual, porque sin religión
y sin fe la vida se volvería de una aridez desesperante. Spencer también
buscaba una alianza y una conciliación entre religión y la ciencia, para que de
la unión de ambas surgiera la vida espiritual del mañana.
Nosotros los cristianos al hablar
de felicidad la traducimos por bienaventuranza, por gozo. Es un catecismo de
felicidad, donde no se habla de querer ser feliz evitando la cólera, examinando nuestra vida en el
amor, en el trabajo o en la acción
diaria como lo haría un catecismo de proverbios o de máximas. Es un pertenecer
a una persona: Cristo. Sobre Él caen nuestras lágrimas, sobre El volcamos
nuestra ansiedad, nuestra pasión, nuestros gozos y nuestras sombras como diría
el dramaturgo. Pertenecer a la familia de Dios da mucho descanso. Ser hechos
hijos de Dios porque Dios se bajó de su gloria, enternece y abruma el corazón
de felicidad y agradecimiento. El otro domingo contaba la analogía de un gran
Juicio ante el Trono de Dios. Había gente disgustada con Dios. Judíos que
enseñaban su marcas de la barbarie humana. Los negros sacados de sus chabolas
en la selva y traídos como animales en barcos insalubres y vendidos como
esclavos. Gente maltratada y muerta en las circunstancias mas degradantes. Todos murmuraban y pedían a
Dios que bajase a la tierra para ver si Él podía aguantar y ser feliz en esas
condiciones. Le exigían que fuese judío, que no usase de su situación de poder
y de divinidad sino que se hiciese esclavo. Que no se supiese quien era su
padre y que su doctrina fuese de la mas reaccionaria. Que muriese en una cruz
como un malhechor. Pero sin darse cuenta
todos empezaron a comprender que Dios ya había cumplido aquel veredicto en la
persona de su Hijo, el Cristo. La felicidad del cristiano descansa en un juicio
ya ejecutado y del que nosotros hemos salido absueltos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario