Manuel de León. abril 2003
Alguien tituló una “fosa en los aires” a la
falsificación que la Historia hace de los acontecimientos, que a veces son mas
literarios que históricos, mas imaginarios que
reflejo de la realidad aceptada por vencedores y vencidos. Parece como
si las fosas de la ignominia estuviesen
mas en los aires que en la tierra. La Historia se hace camaleónica y se colorea
del tono de los vencedores que, por muy
inhumanos que hayan sido, siempre encuentran una versión favorable a las
innumerables consecuencias de la ambición y violencia. Porque el dolor y las
víctimas existen, aunque a veces las fosas del horror están en los aires. En la
película “El pianista”, el personaje Szpilman,
individualiza en una sola vida la dimensión de una guerra, pero paralelamente a
él hay seis millones de historias semejantes. Historias de gente común que
caminaron por la línea de la muerte hasta que sucumbieron en el drama de un
holocausto atroz.
Sin
embargo, durante esta guerra de Iraq, he mantenido siempre una mirada mas global del horror humano, que
no solo tiene fosas en esta región, sino que se larga a millones de seres
humanos que vagan por los caminos de la tierra buscando pan y justicia. No he dejado de mirar el horror de la sangre,
pero he mirado los millones de hombres cuya existencia humana vaga sin dignidad
y esperanza. Es lo que decía Adorno de que “el sufrimiento perenne tiene tanto
derecho a exteriorizarse como el torturado a gritar”, porque la constante lucha
por la vida de cada día, porque el minuto de vida de más, debe ser un grito a
la conciencia colectiva. Y he mirado el vació de sus corazones que ya no tienen
aliento para reclamar justicia, que no tienen fuerzas para sacudirse los
dominios de los imperios de la tierra. Es posible que Dios quiera llenar sus
almas pero no encuentre hombres de Dios dispuestos a repartir su misericordia y
dar sentido a la dignidad humana. Si todos somos hijos de Dios, si todos
tenemos un mismo Padre ¿cómo es que no hay fraternidad, ni igualdad, ni
siquiera el mas mínimo cuidado del hermano?
Los críticos de Auschwitz y de Hiroshima
fueron silenciados no solo por las autoridades civiles, sino, y con frecuencia,
también por las religiosas. La fe en la paternidad divina, el espíritu de vida
que Dios dio al hombre, acarrea, como en tiempos de Jesús, persecución. Jesús
fue una victima, no solo como el cordero de Dios que quita el pecado del mundo,
sino también de las instancias religiosas que creen dar gloria a Dios
persiguiendo a Jesús y dándole muerte. El verdadero cristianismo, casi siempre,
genera persecución a los críticos de la injusticia y a los proclamadores de la
paz. Los que siguen a Jesús no van a
tener legiones de ángeles contra el agresor, sino que tendrán que beber la copa
del sufrimiento causado por el hombre. La fe no utilitarista de un Dios para
todo, será una causa mas de sufrimiento. Esta es una de las situaciones mas
desconcertantes, porque el celo por Dios no puede convertirse en maldición para
el hombre, ni el amor al hombre una negación de Dios. Cuando en nombre de Dios
se mata, es preferible renunciar a Dios que atentar contra el hombre. La cruz
de Jesús, su muerte y sufrimientos, nos
enseña, entre otros fundamentos, que todo homicidio es un deicidio, porque
contra Dios no podemos directamente atentar, pero si mediante el hombre imagen
y semejanza suya. Nos enseña a preferir aún al mismo ateo comprometido con el
ser humano, que al religioso insolidario con el prójimo, cuya religiosidad le
vuelve insensible a las necesidades humanas. Hemos de ser radicales con los que
propugnan una espiritualidad que deshumaniza, los que proclaman una experiencia
de Dios que los vuelve ultramundanos y desarraigados de la tierra, como si los
oprimidos y las víctimas de la historia no existieran. La cruz de Cristo, su
pasión y muerte, siguen siendo el mejor alegato contra la práctica religiosa
espiritualizante, pero también, contra el simple humanismo. Como decía Jesús a
las mujeres que lloraban camino del Calvario: “No lloréis por mi, sino por
vosotras y por vuestros hijos”, porque, ante el sufrimiento, no hay que
hablar primeramente de Dios, sino
descubrirlo desde la ternura, la complicidad, la solidaridad y la lucha por sus
derechos. En estos días de reflexiones sobre la cruz de Cristo, tengamos la capacidad
reflexiva y el suficiente discernimiento
para entender que tanto la religión como el nacionalismo tienen gran capacidad
de destrucción, aunque pueden sacar lo mejor y lo peor del hombre.
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