Manuel de León julio 2003
Nunca ha sido fácil definir al hombre en su complejidad
existencial. Reducirlo a “soma, psique y neuma” cuerpo, alma y espíritu, solo
define los bordes de su ser, que según la Biblia tiene las dimensiones de
“imagen de Dios” por lo que esto crea un mayor abismo entre la finitud humana y
lo infinito de Dios. Laín Entralgo titula uno de sus múltiples ensayos “¿Qué es
el hombre?” Entre otras cosas dice: “A
mi juicio, las tesis antropológicas mas radicales y esencialmente cristianas,
las dos directamente procedentes de la revelación bíblica, son estas dos: el
hombre fue creado por Dios a su imagen y semejanza; la existencia y la vida de
la persona humana no se extinguen con la muerte, para el hombre hay una vida
transmortal perdurable.”
El ser humano es el
único ser vivo que tiene consciencia de su finitud y por tanto de su
frustración. El hombre es un ser que no coincide con su intimidad, no se adapta
a la esfera de su corazón en el que Dios ha puesto eternidad; que se siente
inacabado y busca ansiosamente un descanso y una salvación. Es un ser ansioso y
en constante huída, que modifica constantemente las parcelas tanto físicas,
psíquicas, éticas y espirituales, pero que, en esa su sed que nunca llega a
saciarse, solo encuentra el cansancio y el vacío.
Por otra parte el hombre tampoco
es un ser libre, aunque lo digan las pancartas de publicidad. No lo es ni
políticamente, ni socio-económicamente. No es libre desde el punto de vista
ético, ni intelectual, ni siquiera espiritual. La misma fe en Dios es un don,
algo que le viene dado desde fuera y que ha supuesto una elección soberana de
Dios. Esta es la razón por la que el hombre ansioso, que busca y huye en
ocasiones, no es mas que un esclavo. El error, el fracaso y la frustración (“amartia”)
le encadenan, lo dominan y le gobiernan. En cierto modo la Revelación bíblica
coincide con algunas observaciones de Martín Heidegger quien afirma que la
sorprendente propiedad del hombre de tender a huir puede expresarse en la
“caída”. Sartre decía: “Yo huyo para ignorar, pero no puedo ignorar que huyo, y
la huída de la angustia no es mas que un
modo de tomar conciencia de la angustia”.
No hay pues “libre albedrío” sino
esclavitud porque la frustración y el
pecado nos hacen esclavos. Es un proceso cíclico, el ser humano comete errores,
cae en el fracaso y vivencia la frustración.. Sobre la corrupción de la
naturaleza humana, incapaz de realizar ningún bien completo, ya en 1516
escribía con radicalidad Lutero: “ No es solo privación de una cualidad en la
voluntad, ni siquiera solamente la privación de luz en la inteligencia, de
fuerza en la memoria, sino que en definitiva es la privación de toda clase de
rectitud y poder en nuestras fuerzas, tanto del cuerpo como del alma, y de todo
el hombre interior como exterior. Es además la inclinación misma al mal, el
desagrado del bien, el hastío de la luz y la sabiduría, el aferramiento al
error y a las tinieblas, la huída y la abominación de las buenas obras, la
carrera hacia el mal...”
Es cierto que algunos ven un
cierto grado de libertad en el hombre, aunque esta sea como la de un condenado
a muerte al que se le da elegir el instrumento con el que quiere ser
aniquilado. Escoger en libertad una profesión, un determinado estilo de vida,
un lugar de residencia, una mujer o un hombre... crearán un tipo de vida que
jamás podrá ni querrá escapar, por lo que su vida quedará limitada y
condicionada. Es lo que se ha llamado la angustia de la libertad porque en lo
desechado, en lo no elegido siempre hay elementos de bondad. “Ser libre – ha
dicho Sartre- es estar condenado a ser libre”.
La civilización postmoderna sigue
siendo la misma civilización de la huída y de la evasión de si mismo. Y en esta
huida el ser humano se incapacita para amar al ser de enfrente, se inhibe de
compromisos que le angustien, sustituye su ansia por algo que distraiga su
atención y trata de atenuar la sensación de esclavo. Por eso la civilización
moderna echa del centro de sus ciudades a los pobres, los enlata en los
suburbios como se hace con los viejos en las Residencias de la tercera edad. Se
ejerce la esclavitud social porque las libertades jurídicas son inoperantes y
se ponen cárceles donde solo hay fracaso ético. Nunca ha habido tanto
desequilibrio emocional y pasional. Las cuerdas del alma se han roto y la
depresión y el estrés son parte de
nuestros problemas personales. Pero no se quiere sufrir. Sufrir es un crimen y
por eso se pone morfina y se dejan sedados a los enfermos. El dolor no es
grato. Como decía Chesterton, el hombre actual no ama su cuerpo, sino que le
teme, porque además no hay huída posible ante la muerte. Cansado de huir al
hombre no le queda otro camino que la fe. El descanso lo ofrece Cristo en estas
palabras: “Venid a mi todos los atribulados y cargados y yo os haré descansar.”
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