Manuel de León. junio 2003
Gene Edwars[1] tiene
varios libros que se auto-titulan como los más revolucionarios y radicales. En
su afán desmitificador e iconoclasta no deja vivos ni a los bancos de la
iglesia, porque tiene esa sensación de haber dejado la radicalidad de la verdad
primigenia. Una radicalidad que provocó el incendio revolucionario más grande
la historia, y cuya originalidad está expresada además del Nuevo Testamento, en
la carta a Diagneto, en la Didache de la segunda mitad del siglo primero o en
la 1ª apología de Justino, filósofo palestino que decía: “Los que antes
amábamos por encima de todo al dinero y el acrecentamiento de nuestros bienes,
ahora ponemos en común lo que tenemos y de ello damos parte a todo el que está
necesitado. Los que antes nos odiábamos y matábamos unos a otros y no
compartíamos el hogar con quines no fueran de nuestra propia raza, por la
diferencia de costumbres, ahora, después de la aparición de Cristo, vivimos
todos juntos y los que tenemos socorremos a todos los necesitados y nos
asistimos unos a otros”. Este modelo de vida, en apariencia sencillo, reflejaba
una praxis diaria que impactaba, porque no espiritualizaba el estómago del
necesitado, ni secularizaba tampoco su alma y su espíritu.
Cuando decimos que la
Historia puede dificultar la radicalidad, reconocemos la posibilidad de que el
peso filosófico y teológico de los siglos
nos tenga aprisionados. No porque la teología sea inútil, ni un
ejercicio infructuoso, ya que busca discernir el rostro de Dios en la faz de Jesucristo,
sino porque los árboles no dejen ver el bosque. Ha sido la Reforma llamada
radical[2] la
que según Ernst Troelsch ha caracterizado tipológicamente al protestantismo
desde el punto de vista de la sociología de la religión. No fueron las grandes iglesias
luterana y calvinista, ni la católica en su contrarreforma, las que más
influyeron en la determinación de erradicar los abusos de la institución
religiosa, sino la Reforma radical en su amontonamiento de reformas y
restituciones doctrinales e institucionales de anabaptistas, espiritualistas,
pietistas y hasta racionalistas evangélicos como Juan de Valdés. No es fácil
romper con la práctica actual del cristianismo, aunque veamos muriéndose de
hambre dos terceras partes del globo, montones de “papas de la prosperidad”
saqueando al pobre y al débil o a los poderosos ejerciendo violencia en todos
los niveles y a escala cósmica. ¿Dónde está el cristianismo que además de ser
sensible ante el afligido y menesteroso, mire al hombre como imagen de Dios?
Gene Edwars en el libro citado se interroga
por todo lo que hacen los cristianos de hoy y la respuesta es que nada es
bíblico. Del culto del domingo a las
doce dice: “Hoy, 500.000.000 protestantes siguen rutinariamente (y sin preguntar)
esta tradición del domingo como resultado de los malos hábitos de un teólogo
alemán con la cerveza.”
Del
pastor dice cosas como estas: “Piensa en ello. En que lugar del Nuevo Testamento
encuentras tú a un hombre –siempre el mismo– que (1) predica cada domingo, (2)
casa a la gente, (3) da un mensaje a un grupo,
(4) lo entierra después con una oración, (5) visita ancianitas, (6) ora
por el fútbol, (7) es el Gran Jefe Supremo de la iglesia, (8) ejerce
responsabilidad sobre ancianos y diáconos, (9) casi siempre anda trajeado, (10)
habla y ora de una forma extraña, (11) bautiza a todos los nuevos conversos,
(12) y cuyo oficio y cada una de esas prácticas se suponen que están basadas
sólidamente en la Palabra de Dios y presentes en la escritura.
Ahí, en tu Nuevo Testamento, no aparece un hombre como ese, ¿verdad? A
pesar de ese hecho, hoy en día este señor es la figura central del cristianismo
protestante. ¿Cómo se introdujo la idea del pastor en el cristianismo? Aquí
está la historia. Juzga por ti mismo si parece que floreciera de algo “basado
sólidamente en la Palabra de Dios.”
De los edificios afirma: “Hasta que
apareció en escena un emperador romano llamado Constantino (unos 300 años
después del Pentecostés), la fe cristiana era la única religión en la historia
que se reunía en casas. Era el único movimiento “oculto” aventajado de la
historia de la religión. No tenía instituciones, ni rituales impuestos, ni
templos. Aquello era no tenía precedentes en la historia humana. Fue lo que
hizo al cristianismo algo único. Vigoroso. Elástico, flexible, adaptable. ¡Y
tenían pocos gastos! Los gastos eran ínfimos. Poco después Constantino se
encargó de cambiar todo eso.
Todas las otras religiones tenían (y tienen) templos (edificio de
iglesia), sacerdotes (pastores), vírgenes vestales (monjas), rituales (la Misa
y el “culto” del domingo... que está muy cerca de un ritual), un vocabulario
secreto sólo conocido por los sacerdotes (teología) y un laicado en silencio.
Todas las religiones han contado siempre con esto. Incluyendo la religión
protestante. (¡Vale, no tenemos vírgenes vestales!)
Y no podía faltar lo que dice del banco
del templo: “Por su parte, cuando los cristianos de Constantinopla entraron en
estos relucientes edificios tan novedosos, algo extraño sucedió. Alguien exigió
que, por respeto a Cristo, todo el mundo debía estar de pie. (El nombre del
hombre que hizo una cosa tan fuera de lo común se perdió para nosotros) No se
pueden sentar. Sin taburetes. ¡Todos arriba! ¿El resultado? En las iglesias
ortodoxas orientales actuales todavía no hay lugar donde sentarse... ¡a pesar
de que su ritual dominical dura dos horas! Hasta el día de hoy no tienen
bancos, y a duras penas se ve alguna ventana. ¡No hay duda de que la devota
iglesia Ortodoxa del Este no se crió como el Catolicismo romano! (Por cierto,
más tarde los católicos sustituyeron el taburete por el banco.)
Justo antes de la Reforma protestante, a alguien se le ocurrió ponerle
un respaldo al banco. Así nació la silla y el banco con respaldo. Los
protestantes se abalanzaron sobre la idea, y así nació el asiento protestante.
Refunfuñando, los católicos se están llevando poco a poco el banco e instalando
el asiento. (En América, casi desde un principio, los católicos se decantaron
por el asiento, para competir con los protestantes.)
No fue hasta la llegada de nuestras iluminadas mentes evangélicas,
cuando nos pusimos en plan bíblico Neo–Testamental, y pusimos almohadones a
nuestros asientos. (De esta forma al menos estamos cómodos mientras nos
aburrimos como ostras.)
¿El futuro del asiento? En nuestra era de la electrónica, ¿quizás
veamos rascadores vibratorios para la espalda? ¿Masaje electrónico para los
dedos? ¿Auriculares en estéreo para oír mejor al coro? ¡Cualquiera sabe!”
Yo pienso que para entender la
radicalidad evangélica, no podemos llegar a estos extremos en los que,
actualizar las formas para presentar el mensaje, suponga deterioro del mismo.
En algunos casos, el tener un templo, puede suponer un enorme esfuerzo
económico para una congregación pequeña, cuando debería estar la asamblea mas
preocupada de las necesidades de un
mundo hambriento y necesitado de todo. ¿Será esto lo que nos quiere decir
Edwars? Pero, en otros casos, el templo
ha supuesto una ayuda estimable a la asamblea cristiana pues le ha servido no
solo para la realización de la misión evangelizadora y educadora, sino que ha
servido a la sociedad como lugar de encuentros y actividades. Quizás haya una escala de prioridades y de
valores en los hijos de Reino, que no deben confundirse con los del sistema
mundano. Sin duda la radicalidad del ejemplo de Cristo es esta: “Las
zorras tienen guaridas, y las aves de los cielos nidos; mas el Hijo del Hombre
no tiene donde recostar la cabeza” (Lucas 9:58)
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