Barbarie y esperanza cristiana
Cuando el dolor agarrota los corazones, cuando la barbarie
huele a muerte despiadada y el ser humano, que aparentemente evoluciona y
progresa, toca el fondo negro de la cara oculta de la crueldad, el creyente
tiene el apoyo de la esperanza. Las ideologías modernas basadas en el mito del
progreso indefinido tienen que enfrentar realidades como el 11-M en Madrid y no
verán el progreso por ninguna parte. El ser humano desciende hasta las cavernas
de la historia y apenas se distingue de la animalidad y del instinto que marca
el territorio. Aquella doctrina clásica que expresaba esa dimensión congénita
del hombre con el deseo natural de ver a Dios, de aspirar a la integridad de su
ser y de sus fuerzas, de aspirar a la comunión entre los hombres y con el
mundo, cae como un castillo de naipes con el terror y el miedo en las calles.
El mismo cristiano vuelve a cuestionarse la misma pregunta ¿qué es la esperanza
en mi vida? La respuesta es solo una: Jesucristo, el amor de Dios revelado en
Jesús, quien nos ha llamado para una esperanza viva.
Creo que ha llegado el tiempo de
teorizar menos y de ponerse a vivir lo humano desde la vocación a la que hemos
sido llamados. Tendremos que convivir con las esperanzas del mundo y exponer el
“logos” de nuestra esperanza con mayor pasión y en conversación amigable. El
teólogo protestante Moltmann ya ha denunciado repetidas veces en su “Teología
de la esperanza” el peligro de vivir en la contemplación de Dios, alejados de
la realidad, viviendo una mística sospechosa del “instante eterno”, sin
explicar al mundo porqué sufre con dolores de parto y donde nosotros esperamos
la venida de Cristo. El peligro de interpretar el cristianismo como una
ideología y no como praxis de fe y esperanza en Cristo, puede que se nos
confunda a los cristianos con alguna de las poderosas corrientes esperanzadas
de la humanidad y seamos una mas de esas cosas “buenas” que tiene el mundo y
los “hombres de buena voluntad”.¿Acaso podemos ocultarle a la humanidad, que
debajo de la capa de “esperanzas” y “buena voluntad” se esconden lados oscuros,
monstruos de perversión y de locura, cuyo final son caminos de muerte?
Ya dijo Gunter Grass que la peor
Historia es la que recurre a la simplificación y por eso el escritor italiano
Primo Levi, que sobrevivió a los hornos crematorios de Auschwitz, manifestó que “dentro era un infierno, pero fuera no
era el paraíso”. Algo ocurre en este mundo que se anticipa a lo reflexivo y
racional, que nubla la visión, que lo da todo por perdido porque los genocidios
se repiten a escala planetaria y los espíritus mas firmes se tambalean. Algo
ocurrió en la vida de Primo Levi cuando viendo en este mundo un laberinto
abierto a sus pies, encontró en la caja de la escalera de su casa, el mejor método
para suicidarse un 11 de abril de 1987, contradiciendo a la primavera y a la
esperanza. Esta tendencia hacia el mal los cristianos lo llamamos pecado,
trasgresión, delito. Es una ley moral y espiritual que siempre se cumple. Si
meto el dedo en el fuego, me quemaré y del mismo modo, si el sentido de la vida
hacia la trascendencia y hacia Dios, lo aparto de mi vida, sufriré las
consecuencias morales y espirituales. Primo Levi parecía un símbolo de la vida
en triunfo, pero la vida que le pertenecía a Dios, la tiró por una escalera.
Sin lugar a dudas, la primacía en
la vida cristiana la tiene la fe, no la tiene la esperanza. No puede haber
esperanza cristiana si uno no está en Cristo, si no es nueva criatura en Él. El
apóstol Pablo considera a los paganos, como los que no tienen esperanza, porque
solo a quien Dios ha regenerado, le ha creado para una esperanza viva. El
cristiano pues, tiene un fundamento, descansa sobre un fundamento que pertenece
a su ser. La existencia cristiana se funda sobre el hecho de que Dios se ha
revelado y de que ella ha encontrado esa revelación. Hay pues una salida
distinta de la angustia y del suicidio. Es todavía tiempo de pensar en el amor
humano y divino desde el horror. Para no taparse moralmente los ojos es
necesario nacer de nuevo, ser una nueva creación de Dios, porque de lo
contrario las esperanzas de progreso solo serán monstruos en la noche. Por eso
manifestaba Alberto Speer, segundo hombre de Hitler: “Uno no pierde la
conciencia de la noche a la mañana; se le va erosionando lentamente, de año en
año, se le carcome día a día, anestesiada por una multitud de delitos. Cosas
que me hubiesen espantado y horrorizado en 1934, como el asesinato de líderes
opositores, la persecución a los judíos, el encarcelamiento y tortura de
hombres inocentes en los campos de concentración, en 1935 lo toleraba como
“excesos desafortunados”. La paga y la consecuencia del pecado sigue siendo
muerte.
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