Aunque parezca un título
rebuscado, la misma pregunta podría ser esta: ¿Nos hemos convertido los
cristianos en escépticos, apáticos y descreídos? No tiene una fácil respuesta
porque un cristiano dejaría de serlo con cualquiera de los apelativos
mencionados. Pero si que existe un estilo de vida escéptica y, como los griegos
decían que el hombre era la medida de todas las cosas, así el hombre cristiano
es la medida de su cristianismo. Es como si ese fuego ardiente que sentían sus
huesos, se hubiese convertido en fuegos fatuos que solo adornan el cielo pero
no queman ni purifican.
Cuando Jaime Balmes
escribió “Cartas a un escéptico en materia de religión” la problemática
religiosa era distinta a la de hoy. Entonces el escéptico era combativo, se
enfrentaba a la opresión religiosa y a las cadenas de dogmas y costumbres
antinaturales que ahogaban la sociedad. El escéptico razonaba y reclamaba un
ámbito de libertad necesario para el desarrollo de la ciencia y la técnica. Sin
embargo, con el paso de los años, ese escéptico activo se ha convertido en
adorador de la diosa modernidad con sus avances técnicos y sus realidades
mediáticas, y mas que escéptico es un indiferente. ¿Nos habrá pasado así a
nosotros los cristianos?
Balmes decía que el
escepticismo era un pecado cuyos impulsores eran los “incrédulos y los
protestantes”(Carta I). Ambos grupos nacidos de la Reforma y de la Ilustración,
habían conseguido romper (según Balmes) la autoridad de la Iglesia en materia
de fe, lograr la libertad de examinar y la desgracia de poder interpretar el Texto Sagrado,
adquiriendo la filosofía su independencia frente a la teología. En ninguna de
estas cosas acertó Balmes a la hora de mostrar el origen del indiferente e
irreligioso. Mas que de la libertad y del debate teológico de la Reforma, el
indiferente nace a la sombra del paraguas de la Iglesia protectora e imperial,
cuyos doctores sabrían responder y él seguiría indiferente a merced de las
olas.
El mundo de hoy ha ganado
en libertad y en dignidad, pero tampoco sabe como avivar y calentar el espíritu
del desconfiado escéptico. Un espíritu que ha quedado varado y roto por los
tirones del poder y de los dogmas por un lado y por otro la superficialidad que
la técnica y la modernidad han sugerido. El escéptico no es ni frío ni caliente, y este es un
estado que describe bien la Biblia para el escéptico cristiano. Es una mezcla
sin efectos éticos ni espirituales, un híbrido imposible de reproducir como modelo
de cristiano que quiere crecer, avivarse y expandirse. Un fuego que no quema,
una sal que no sala. Y si una luz no ilumina no es mas que un truco imposible
de producir y menos aún que sirva para
salvar a los hombres.
Me ha gustado el editorial
de la revista “Reforma Protestante” nº 54 que toca el tema en profundidad,
porque la sociedad indiferente también aparece en el cristianismo actual. Según
el editorial, frente a este estado de indiferencia, se está clamando por una
nueva Reforma y el avivamiento, pero que esto no sea un “fuego moderadamente
caliente” Las grandes empresas, los grandes movimientos espirituales siempre ha
sido llevados por hombres de convicciones fuertes, hombres fogosos e
incorruptibles, pero nunca mediante hombres políticamente correctos,
acomodaticios o de paja.
El escéptico
cristiano puede semejarse al fariseo de
los tiempos de Jesús. Nada hay incorrecto en su conducta, ni en sus ideas. Su
vocabulario (algunos ya llaman jerga evangélica) es espiritualizante (que no
espiritual). Reparte bendiciones. Ora con prontitud, aconseja con frases
bíblicas, pero no deja ver el fondo de su vida, mantiene la distancia debida
para que no nos fijemos en sus ocultaciones. Dice el editorial citado que la
Reforma del siglo XVI no se llevó a cabo por hombres de paja, sino por dirigentes
fogosos, exaltados, extremistas tajantes y por ello, es cierto, cometieron
errores y crearon problemas Pero ¿quién no los alaba por sus logros?
La propuesta de este artículo es cómo avivar este tipo de cristiano medio
fariseo y medio indiferente a la vez. Solo Dios sabe los tiempos y las
sementeras. Pero, en primer lugar, creo que es necesario tirar las paredes y
las barreras espiritualizantes, anular la respetabilidad espiritual y la jerga
sin fundamento. En segundo lugar dejar que el Espíritu Santo haga su obra. Es
cierto que a veces hay fuegos descontrolados, pero no estamos llamados para
apagarlos.
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