G.T. Chesterton y el poeta pesimista.
Chesterton, uno de los hombres mas brillantes del siglo
XX, convertido al catolicismo en 1992 y fallecido en 1936, escribió una especie
de ensayo corto sobre “la salsa de la vida”. En realidad lo escribió como
charla para la BBC, en un programa titulado “La salsa de la vida”. Lo que me
llamó la atención fue la gran visión que tuvieron de la modernidad, tanto él,
como Haldous Huxley, George Orwell, Eliot
etc, aunque no fuesen profetas perfectos. El mismo Huxley en su “Nueva
visita a un mundo feliz” rectificó sus previsiones, donde ya decía, por
ejemplo, que “de momento la superpoblación no es una amenaza directa para la
libertad personal” y la Rusia no será el motivo de guerra en la alianza con los
países atrasados.
Chesterton creo que fue un hombre
de temperamento y de fe mas optimista que el resto de los vaticinadores, aun en
medio del horror de las Guerras Mundiales. Él cuenta en clave de ironía
francesa una historia sobre la “alegría de vivir”, que dice así:
“Había un poeta pesimista que decidió ahogarse y cuando
bajaba hacia el río le entregó sus ojos a un ciego, sus oídos a un sordo, sus
piernas a un cojo y así sucesivamente, hasta que el lector espera el chapoteo
del cuerpo en el agua al suicidarse. Pero lo que dice el autor, es que aquel
tronco insensible, al llegar a la orilla del río empezó a experimentar la
alegría de vivir: le joie de vivre. La alegría de sentirse vivo. Es
preciso – termina Chesterton – profundizar mucho y quizás haber envejecido
bastante para darse cuenta de la verdad que encierra este cuento”.
La alegría de la vida
puede manifestarse desbordante en los
momentos de triunfo, en los momentos de romanticismo, en la época en que los
hijos y la esposa han llenado de felicidad el hogar, pero es mucho mas
importante ser feliz en la tranquilidad de la vida prosaica. Mas aún, el cuento
dice que cuando el poeta se despoja de todos los sentidos por los que percibe
las cosas y siente sus efectos, buenos o malos, es cuando experimenta la
alegría de vivir. La Biblia lo describe de muchas maneras, pero, resumido en
una frase lapidaria, podría decirse que la felicidad existe cuando hay paz en
el corazón. Cuando nos hemos despojado de lo superfluo y lo hayamos llenado de
tesoros para la eternidad. Y puede ser que la vida discurra en medio de zozobras, de
tristezas o como dice Chesterton, muerta como una zanja llena de agua, pero es
solo en apariencia. La zanja llena de agua, para los naturalistas con sus
microscopios, está llena de vida, de mas vida que quince fuentes en el jardín
de las apariencias de este mundo.
Quizás haya llegado el
momento de hacer ver no solo al joven postmoderno la manera de divertirse por
sí mismo. A uno de mis hijos, cuando salía por las noches con los amigos solía
preguntarle, qué hacían los jóvenes a esas horas, sujetando esquinas con un
bote de Coca-Cola. Siempre me respondía:
por ahí. Tardé un tiempo en enseñarle dónde y como podía divertirse por si
mismo. Los hombres huecos, vacíos por dentro, por mucha salsa picante o de
mostaza que le pongan en la noche o en los juegos de ordenador, no tendrán nada
que decir. Apenas una mala conversación, que en la mayoría de los casos termina
en discusión e irritación. Creo que a la
mayoría de nosotros y especialmente a los jóvenes nos falta, en primer
lugar tiempo de reflexión, de estudio,
de debate y en segundo lugar la salsa espiritual de la vida. Reflexión, porque los torrentes de cosas que nos entran, que
absorben nuestra vida, que aceleran el tiempo destinado a disfrutar de las
cosas que nos pasan, nos dejarán siempre vacíos de eternidad. El apóstol Pablo
decía , refiriéndose al hombre interior y a la levedad de la vida: “Porque esta
leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez mas excelente y
eterno peso de gloria” (2ª Cort 4:17) y ese peso es el que le falta al ser
humano vacío, al superficial, al pesimista, al (como dicen los iberoamericanos)
de flojera continua.
La salsa
espiritual tiene que tener los
ingredientes de razón y fe. El siglo XVIII, siglo de las Luces, llamado Edad de
Oro de la Razón, lo que dejó claro es que ni la razón ni la fe morirán nunca,
pues los hombres quedarían sin luz . Una luz que no tiene nada que ver con lo
psíquico o psicológico, con la fuerza de la sugestión, del instinto o del
subconsciente, sino que penetra lo invisible, que se goza aún en las
tribulaciones por amor al que nos amó y
se entregó por cada uno de nosotros: Cristo Jesús.
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