viernes, 14 de diciembre de 2018

G.T. Chesterton y el poeta pesimista.


G.T. Chesterton y el poeta pesimista.


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Chesterton, uno de los hombres mas brillantes del siglo XX, convertido al catolicismo en 1992 y fallecido en 1936, escribió una especie de ensayo corto sobre “la salsa de la vida”. En realidad lo escribió como charla para la BBC, en un programa titulado “La salsa de la vida”. Lo que me llamó la atención fue la gran visión que tuvieron de la modernidad, tanto él, como Haldous Huxley, George Orwell, Eliot  etc, aunque no fuesen profetas perfectos. El mismo Huxley en su “Nueva visita a un mundo feliz” rectificó sus previsiones, donde ya decía, por ejemplo, que “de momento la superpoblación no es una amenaza directa para la libertad personal” y la Rusia no será el motivo de guerra en la alianza con los países  atrasados.
Chesterton creo que fue un hombre de temperamento y de fe mas optimista que el resto de los vaticinadores, aun en medio del horror de las Guerras Mundiales. Él cuenta en clave de ironía francesa una historia sobre la “alegría de vivir”, que dice así:
“Había un poeta pesimista que decidió ahogarse y cuando bajaba hacia el río le entregó sus ojos a un ciego, sus oídos a un sordo, sus piernas a un cojo y así sucesivamente, hasta que el lector espera el chapoteo del cuerpo en el agua al suicidarse. Pero lo que dice el autor, es que aquel tronco insensible, al llegar a la orilla del río empezó a experimentar la alegría de vivir: le joie de vivre. La alegría de sentirse vivo. Es preciso – termina Chesterton – profundizar mucho y quizás haber envejecido bastante para darse cuenta de la verdad que encierra este cuento”.
La alegría de la vida puede manifestarse  desbordante en los momentos de triunfo, en los momentos de romanticismo, en la época en que los hijos y la esposa han llenado de felicidad el hogar, pero es mucho mas importante ser feliz en la tranquilidad de la vida prosaica. Mas aún, el cuento dice que cuando el poeta se despoja de todos los sentidos por los que percibe las cosas y siente sus efectos, buenos o malos, es cuando experimenta la alegría de vivir. La Biblia lo describe de muchas maneras, pero, resumido en una frase lapidaria, podría decirse que la felicidad existe cuando hay paz en el corazón. Cuando nos hemos despojado de lo superfluo y lo hayamos llenado de tesoros para la eternidad.  Y puede ser  que la vida discurra en medio de zozobras, de tristezas o como dice Chesterton, muerta como una zanja llena de agua, pero es solo en apariencia. La zanja llena de agua, para los naturalistas con sus microscopios, está llena de vida, de mas vida que quince fuentes en el jardín de las apariencias de este mundo.
Quizás haya llegado el momento de hacer ver no solo al joven postmoderno la manera de divertirse por sí mismo. A uno de mis hijos, cuando salía por las noches con los amigos solía preguntarle, qué hacían los jóvenes a esas horas, sujetando esquinas con un bote de Coca-Cola.  Siempre me respondía: por ahí. Tardé un tiempo en enseñarle dónde y como podía divertirse por si mismo. Los hombres huecos, vacíos por dentro, por mucha salsa picante o de mostaza que le pongan en la noche o en los juegos de ordenador, no tendrán nada que decir. Apenas una mala conversación, que en la mayoría de los casos termina en discusión e irritación.  Creo que a la mayoría de nosotros y especialmente a los jóvenes nos falta, en primer lugar  tiempo de reflexión, de estudio, de debate y en segundo lugar la salsa espiritual de la vida. Reflexión, porque los torrentes de cosas que nos entran, que absorben nuestra vida, que aceleran el tiempo destinado a disfrutar de las cosas que nos pasan, nos dejarán siempre vacíos de eternidad. El apóstol Pablo decía , refiriéndose al hombre interior y a la levedad de la vida: “Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez mas excelente y eterno peso de gloria” (2ª Cort 4:17) y ese peso es el que le falta al ser humano vacío, al superficial, al pesimista, al (como dicen los iberoamericanos) de flojera continua.
La salsa espiritual tiene que tener los ingredientes de razón y fe. El siglo XVIII, siglo de las Luces, llamado Edad de Oro de la Razón, lo que dejó claro es que ni la razón ni la fe morirán nunca, pues los hombres quedarían sin luz . Una luz que no tiene nada que ver con lo psíquico o psicológico, con la fuerza de la sugestión, del instinto o del subconsciente, sino que penetra lo invisible, que se goza aún en las tribulaciones por amor  al que nos amó y se entregó por cada uno de nosotros: Cristo Jesús.

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