viernes, 14 de diciembre de 2018

Alejandro Casona y los misterios de la vida


Alejandro Casona y los  misterios de la vida


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En “Los árboles mueren de pié” Casona hace decir a su personaje Mauricio: " De los males del cuerpo ya hay muchos que se ocupan. Pero ¿quién ha pensado en los que mueren sin un solo recuerdo hermoso?, ¿en los que no han visto realizado su sueño?, ¿en los que no se han sentido estremecidos nunca por un ramalazo de misterio y de fe?".
Yo personalmente creo que Casona era un hombre de fe, que palpando buscaba a Dios, pero que una vez encontrado, lo trataba de explicar poéticamente en sus obras, muy especialmente las teatrales. Una de sus máximas era: “Si eres feliz, escóndete. No se puede andar cargado de joyas por un barrio de mendigos. No se puede pasear una felicidad como la tuya por un mundo de desgraciados”. Casona en “La tercera palabra” plantea la imagen de conceptos abstractos y explica  que los tres misterios de la vida que hacen temblar al hombre son Dios, la muerte y el amor.
 Casona tembló muchas veces en Besullo (Asturias)  tratando de entender estos misterios. Sus parientes, herreros de carros para la industria del mineral y protestantes muy preparados culturalmente también, le supieron trasmitir la fuerza del amor a Dios y a los hombres, por medio de la iglesia sencilla y la escuela rural, con una maestra evangélica titulada que preparaba a los mejor dotados para todas las titulaciones . La constante lucha de estos luteranos en la montaña asturiana, ante un clericalismo feudal y descristianizado, fortaleció aún mas los lazos de Casona con Besullo y en este ambiente encontró lo que él llamó “la felicidad total”. En este lugar y en toda Asturias encuentra el “paraíso perdido”, ese que pocas veces se encuentra en la vida terrenal de los hombres, pero que una vez encontrado los ojos siempre descansan en la maravilla de la luz que emana de aquel lugar.
En “La barca sin pescador”, título de sabor bíblico y de contenido sumamente trascendental, está basada en la fábula del mandarín. Lo cuenta Chateaubriand en “El genio del cristianismo” y dice así: “En el mas remoto confín de la China vive un mandarín inmensamente rico, al que nunca hemos visto y del cual ni siquiera hemos oído hablar. Si pudiéramos heredar su fortuna y para hacerle morir bastara con apretar un botón sin que nadie lo supiese...  ¿quién de nosotros no apretaría ese botón?” Aquí Casona juega con el pensamiento de la duda moral de ¿qué haríamos si tuviésemos la oportunidad de ser el mandarín ¿ Y si pudiésemos ser tanto como Dios? “Seréis como Dios” dijo la serpiente a Adán y Eva. En el fondo la fábula señala hacia el paraíso perdido y también al deseo humano de ser tanto como Dios ocupando su lugar.
Pero la fábula tiene otro comentario mas dramático aún en Eça de Queiroz: “El mandarín” Dice: “Después me asaltó una amargura mayor. Empecé a pensar que el mandarín tendría una numerosa familia que, despojada de la herencia que yo consumía en platos de Sèvres, iría atravesando todos los infiernos tradicionales de la miseria humana: los días sin arroz, el cuerpo sin abrigo, la limosna negada....” Casona describe que es imposible vivir en el mundo sucio de los negocios y de los placeres, porque es muy difícil quitarse de la cabeza el grito de los hijos del mandarín, el grito de la miseria creada por el pecado del homicidio del mandarín.
Otra idea que nos transmite Casona la del hombre nuevo, que muere para empezar a vivir. Un hombre viejo “capaz de arrojar cosechas enteras sin pensar en el hambre de los que las producen”, capaz de todas las violencias, pero que ahora está luchando para tener una vida limpia, donde “no quede rastro de lo que fue” y ser un hombre nuevo. La muerte es la soledad absoluta para el hombre viejo, para el nuevo hombre es la vida, la luz al final del túnel. “Porque todo aquel que hace lo malo aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas” (Juan 3:20)

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